Ilustración: Alen Lauzán

¿Cómo proteger la salud mental de niños y niñas? Lecciones desde la cultura Aymara

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Estudio sugiere que el involucramiento religioso y/o social puede estar protegiendo la salud mental de niños y niñas Aymara, en un contexto en que ha aumentado el comportamiento disruptivo especialmente entre las niñas de 12 a 18 años.


En un mundo donde los avances tecnológicos y sociales no parecen ir de la mano con el bienestar emocional, ser niño, niña o adolescente (NNA) es un desafío complejo. A nivel global diversos estudios evidencian que en las últimas décadas esa población registra un aumento sostenido de desórdenes ansiosos, depresivos y también el incremento de conductas desadaptativas (Twenge et al., 2019). La prevalencia global de trastornos mentales en NNA es de 13,4%. Esto quiere decir que 13 de cada 100 niños, niñas o adolescentes del mundo tiene algún tipo de alteración en su salud mental.

Entre los padecimiento más frecuentes destacan el llamado trastorno de ansiedad (que se manifiesta en tensión, nerviosismo y agitación y que registra una prevalencia de 6,5%; mientras que los trastornos disruptivos (como los comportamientos desafiantes y agresivos)  alcanzan al 5,7% de la población (Polanczyk et al., 2015).


En Arica y Parinacota se registra un preocupante aumento de los problemas conductuales entre las niñas de 12 a 18 años. Las niñas Aymara parecen resistir mejor a este fenómeno.


En Chile se observa una tendencia similar. Un estudio de 2012 enfocado en infancia y adolescencia identificó que los trastornos disruptivos son los más prevalentes (14,6%), seguidos por los desórdenes de ansiedad (8,3%), los trastornos afectivos (que implican cambios significativos y persistentes en el estado de ánimo) y los problemas derivados del consumo de sustancias.

En 2019 una investigación liderada por Kimelman y Lecannelier del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad de Chile examinó a menores de seis años de 24 países y reportó que la ansiedad y depresión tienen una prevalencia 12% y 16% respectivamente, lo que puso a Chile en los últimos lugares de la muestra (INJUV, 2019).

Estos hallazgos no solo preocupan por el sufrimiento que viven hoy miles de adolescentes e infantes, sino también por las consecuencias que pueden afectar sus vidas adulta (Fryes, et al. 2013). En ese sentido una pregunta central que se hacen las familias y que también debiera hacerse la política pública es cómo proteger a los NNA de los mencionados desórdenes.

En este artículo abordaremos esa cuestión a partir de dos investigaciones recientes. La primera es un estudio realizado en la región de Arica y Parinacota (manuscrito en redacción) que muestra un preocupante aumento de las alteraciones afectivas y de los problemas conductuales entre las niñas de 12 a 18 años. En una sociedad acostumbrada a que sean los varones lo que tienen comportamientos disruptivos, su aparición en la población femenina plantea preguntas y desafíos para los que los sistemas de educación y de salud pueden no estar preparados.

La segunda investigación se hizo entre niños y niñas Aymara (manuscrito en redacción) y nos sugiere que ciertas dimensiones culturales, como el arraigo étnico y el involucramiento religioso, pueden actuar como factores protectores de la salud mental (Caqueo-Urízar, et al., 2023a).

NIÑAS Y ANSIEDAD

Desde 2017 el Centro de Justicia Educacional (CJE) ha estudiado la salud mental de una muestra de 5.000 niños, niñas y adolescentes de la ciudad de Arica, que cursan entre 4º básico y 4º medio. En los años prepandemia esa población ya mostraba indicadores preocupantes relacionados con depresión, ansiedad y trastornos disruptivos. Estos indicadores, sin embargo, estaban alineados con lo observado en otras zonas del país (Vicente et al., 2012).


“La resiliencia que muestran niños y niñas Aymara sugiere con fuerza que hay aspectos en su cultura y espiritualidad que sirven de protección”


La pandemia agravó ese panorama. El prolongado encierro, la llamada “distancia social” y probablemente la incertidumbre económica, generaron un aumento significativo de problemas emocionales en toda la población. Entre los estudiantes ariqueños empezamos a observar un incremento de los problemas asociados con ansiedad y depresión y sobre todo el aumento de la ansiedad social. Esta última se define como una alteración caracterizada por un miedo intenso y persistente a situaciones sociales donde los NNA pueden ser evaluados o juzgados por otros (Caqueo-Urízar, et al., 2023b).

Un fenómeno especialmente preocupante, que aparece en las investigaciones realizadas a partir de 2020, afecta a las niñas. Se trata de un aumento significativo de los niveles de ansiedad, sobre todo en su dimensión social lo que va acompañado de la aparición de comportamientos disruptivos, tales como irritabilidad, impulsividad y agresividad (Caqueo-Urízar, et al., 2020).Este fenómeno se registra con más fuerza entre las niñas de entre 12 a 18 años y no se ha observado en otros lugares de Chile.

Los estudios realizados usando cuestionarios especializados[1] muestran que las niñas de Arica presentan más dificultades para regular sus emociones, situación que se manifiesta tanto en problemas internalizados como externalizados. Los primeros son patrones emocionales que no podemos observar a simple vista como la depresión, ansiedad, ansiedad social, quejas somáticas, sintomatología postraumática y obsesión-compulsión. Los problemas externalizados, en tanto, responden a comportamientos disruptivos, por lo que son más fácilmente observables, como problemas de atención, hiperactividad-impulsividad, problemas de control de la ira, agresión, conducta desafiante y conducta antisocial.

Respecto de las causas de este fenómeno, es necesario hacer más investigación. La literatura indica que los problemas de ansiedad y ansiedad social están vinculados con las múltiples presiones que enfrentan las niñas, desde las exigencias académicas y estéticas hasta los conflictos familiares y la necesidad de validación social. Lo que no está claro es qué ha reducido la capacidad de las niñas de Arica de mantener la estabilidad emocional y de enfrentar situaciones cotidianas. ¿Puede ser que estén siendo afectadas por los cambios de paradigma sobre el rol de la mujer?

la identidad cultural como escudo

En este mismo contexto, un grupo de niñas y niños parece resistir con mayor fortaleza el aumento de los mencionados trastornos: los que se autoidentifican con la etnia Aymara.

Durante una más de una década en la Universidad de Tarapacá hemos estudiado cómo los niños, niñas y adolescentes Aymara se ven afectados por los factores psicosociales que generan problemas emocionales.

En una investigación previa (Caqueo-Urízar, et a., 2014a) en la que participaron psicólogos, educadores y antropólogos ya se había observado que los escolares Aymara presentaban menos síntomas relacionados con los citados problemas externalizados. El análisis de los datos sugirió que la identidad étnica estaba ofreciendo una cierta protección psicosocial que parecía derivarse del arraigo cultural, el cual no sólo se expresa en prácticas tradicionales, sino también en el sentimiento de pertenencia, la transmisión intergeneracional de valores y la vivencia cotidiana de una cosmovisión comunitaria. En NNA Aymara urbanos, incluso en contextos de pobreza o discriminación, este arraigo ha permitido el desarrollo de estrategias de afrontamiento que amortiguan el impacto del estrés. Esas estrategias están relacionadas con recursos culturales y comunitarios, como la participación en sus tradiciones, la búsqueda de apoyo familiar y social, entre otras (Caqueo-Urízar et al., 2014b).

En estudios recientes (Caqueo-Urízar, et al., 2023a), los resultados en salud mental vuelen a mostrar que los NNA Aymara presentan mejores indicadores de salud mental que los que no pertenecen a esa etnia, especialmente en problemas externalizados donde los NNA Aymara presentan menos problemas de control de la ira, hiperactividad, impulsividad y agresión.

La espiritualidad como contención

Una explicación que hemos explorado para este fenómeno es que el efecto protector provenga de la dimensión espiritual que tiene la cosmovisión del Pueblo Aymara. Se trata de una espiritualidad encarnada que propone una relación respetuosa con la naturaleza (Pachamama), con los ancestros y con los ciclos rituales que ordenan la vida comunitaria. Esta forma de involucramiento religioso otorga sentido, pertenencia y orientación ética, contribuyendo al bienestar emocional (Caqueo-Urízar et al., 2022).

A diferencia de otros enfoques religiosos centrados en la creencia abstracta, la espiritualidad Aymara opera como una práctica que estructura el día a día. En ese marco, el acto de creer no es solamente un acto de fe, sino una forma de habitar el mundo en comunidad.

En ese sentido una niña Aymara puede experimentar menor ansiedad frente a presiones externas, no porque no le afecten las situaciones que vive, sino porque su marco cultural le entrega un sentido, una contención simbólica y un respaldo colectivo. La identidad cultural, lejos de ser un accesorio, se transforma en una herramienta de resiliencia (Caqueo-Urízar, et al., 2023a).

En efecto, estudios sobre identidad y bienestar en niños y niñas Aymara muestran que quienes valoran su cultura y participan activamente en rituales o tradiciones muestran mayor satisfacción vital y menor presencia de síntomas psicológicos (Caqueo-Urízar et al., 2023a). Es así como el involucramiento religioso, más allá de la adscripción a una religión determinada,  podría convertirse en un factor protector, lo que algunos autores han indicado como un “amortiguador” a posibles vivencias que afectan su bienestar (Caqueo-Urízar, et al., 2022).

El desafío parece claro: promover en NNA instancias de crecimiento espiritual y comunitario parece una buena estrategia, la quese forja desde la familia e interacciona con el ambiente. A nivel escolar, fomentar el respeto por las diversas etnias, razas y credos de sus estudiantes puede lograr también una verdadera inclusión.

CONCLUSIÓN

Llegados a este punto, ¿qué podemos decir de cómo proteger la salud mental de los niños, niñas y adolescentes en un contexto tan complejo como el actual? Las investigaciones que muestran el comportamiento disruptivo que están teniendo las niñas y adolescentes en Arica, parece sugerir que los nuevos roles para la mujer que propone el feminismo podría estar tensionando la psiquis de las adolescente. Pero esto no debe interpretarse necesariamente como un problema de la propuesta y de los nuevos roles, sino que podría deberse a que esas ideas de mayor independencia chocan con una realidad que no facilita ese nuevo rol.

Por otra parte, la resiliencia que muestran los niños y niñas Aymara sugiere con fuerza que hay aspectos en su cultura y espiritualidad que sirven de protección. ¿Quiere decir esto que la religiosidad protege y que quienes son agnósticos o ateos tendrán más dificultades para enfrentar las presiones sociales? No es eso lo que sugieren nuestros datos. Lo que sí parece relevante es que estar integrado a un grupo social, compartir con otros una cierta idea de orden y de sentido y contar con apoyo familiar y social de modo de no estar aislado, son factores que benefician en la salud mental de los NNA.


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] El cuestionario empleado es el Sistema de Evaluación de Niños y Adolescentes (SENA) que es una escala de evaluación psicológica.

Referencias

Caqueo-Urízar, A., Atencio-Quevedo, D., Ponce-Correa, F., Mena-Chamorro, P., Urzúa, A. & Flores, J. (2023b). Pre and post pandemic depressive and anxious symptoms in children and adolescents in Northern Chile. Journal of Clinical Medicine, 12, 1601.

Caqueo-Urízar, A., Mena-Chamorro, P., Urzúa, A. et al. (2023a). Mental Health in Indigenous Children and Adolescents: The Contribution of Cultural Backgroud. J Immigrant Minority Health 25, 151–160.

Caqueo-Urízar, A., Peroza, E., Escobar-Soler, C., Flores, J., Urzúa, A., Irarrázaval, M., Reygadas, K. & Zegarra, G. (2022). Religion Involvement and Substance Use Problems in Schoolchildren in Northern Chile. Religions, 13, 442.

Caqueo-Urízar, A., Urzúa, A. & De Munter, K. (2014a). Mental health of indigenous school children in Northern Chile. BMC Psychiatry 14, 11.

Caqueo-Urízar, A., Flores, J., Escobar, C., Urzúa, A. & Irarrázaval, M. (2020). Psychiatric disorders in children and adolescents in a middle-income Latin American country. BMC Psychiatry, 20:104

Caqueo-Urízar, Alejandra, Urzúa, Alfonso, Ferrer, Rodrigo, Pereda, Noemí, Villena, Catalina, & Irarrázaval, Matías. (2014b). Afrontamiento y etnia: Estrategias en niños y niñas aymara. Terapia psicológica, 32(2), 79-86.

Fryers T,. & Brugha T. (2013). Determinantes infantiles del trastorno psiquiátrico en la edad adulta. Clin Pract Epidemiol Ment Health. 9(1), 1–50.

Instituto nacional de la juventud (INJUV) (2019). Salud Emocional: La Clave del Bienestar. Revista RT, Año 8.

Polanczyk G, Salum G, Sugaya L, Caye A, Rohde L. (2025). Revisión anual de investigaciones: Un metaanálisis de la prevalencia mundial de trastornos mentales en niños y adolescentes. J Child Psychol Psychiatry, 56(3), 345–65.

Twenge, J. M., Cooper, A. B., Joiner, T. E., Duffy, M. E., & Binau, S. G. (2019). Age, period, and cohort trends in mood disorder indicators and suicide-related outcomes in a nationally representative dataset, 2005–2017. Journal of Abnormal Psychology, 128(3), 185–199. Vicente B, Saldivia S, de la Barra F, Kohn R, Pihan R, Valdivia M, Rioseco P, Melipillan R. (2012). Prevalencia de trastornos mentales en niños y adolescentes en Chile: un estudio epidemiológico comunitario. J Child Psychol Psychiatry, 53(10),1026–35.

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