Proyecto Último Instante

La memoria de los muertos del COVID

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En Chile más de 57.000 personas murieron por complicaciones asociadas al Covid-19 entre marzo de 2020 y abril de 2022. La estadística incluye a aquellos enfermos que fallecieron con un examen PCR positivo y también a quienes fueron sospechosos de haberse contagiado con el virus, pero que partieron sin un diagnóstico confirmado. Detrás de estas cifras están las vidas que se perdieron, los mundos que habitaron, las pasiones que movían sus rutinas diarias, las cosas que dejaron pendientes, en fin, aquellos objetos y recuerdos que hoy forman parte de esta memoria pandémica. Son esos universos, reconstruidos a través de 28 historias de víctimas y familiares, los que configuran el proyecto documental Último Instante que aquí les presentamos. Este fue creado por un equipo de 8 personas, como una especie de museo de la tragedia, que busca contar las vidas de los que ya no están.


Vale la pena comenzar por acá: “Estoy barriendo para que se note que hay gente”, dijo Rodrigo Aránguiz el día en que lo conocimos. Fue el 12 de junio de 2021. Con una pala en una mano y una escoba en la otra, Rodrigo rascaba una alfombra de hojas secas que habían cubierto el antejardín de la casa en la que su abuela, Eliana, y su tío, Roberto, habían vivido durante más de cuatro décadas, en la comuna de La Florida.

Desde que ambos habían fallecido en mayo de 2020, víctimas del Covid —primero ella y a los días él—, Rodrigo se había autoimpuesto la misión de conservar la casa limpia. En sus palabras, de “mantenerla con vida”. Asumía que la supervivencia de ese espacio estaba en replicar las rutinas que habían determinado las vidas de Eliana y Roberto, que de tantos años viviendo juntos habían terminado por mimetizarse, incluso en lo físico. “Eran idénticos”, dijo Rodrigo esa mañana, mostrando una foto de ellos, en la que aparecen sentados en un sillón.


Roberto y Eliana “eran idénticos”, recuerda Rodrigo (crédito: proyecto Último Instante)

Rodrigo sostenía en sus dedos la memoria, lo único que la peste no había podido arrebatarle: los discos de Pink Floyd en la pieza en la pieza de su tío, la colección de DVDs en la repisa, los zapatos sobre una caja, las camisas colgadas en el ropero, las fotos del verano en los 80, el agua del mar hasta la cintura y su cumpleaños número 5, rodeado por sus padres, su abuela y su tío. Idénticos.

Si no fuese porque se habían repartido algunos recuerdos entre los familiares y habían desarmado las camas, aquella casa estaba intacta. Los sillones, los muebles, el comedor, la cocina, el reloj en la pared marcando las nueve, el calendario en abril de 2020, los cuchillos imantados al muro, el paracetamol, la tostadora, la leche condensada y el atún en lata. Afuera, en el patio, las plantas seguían creciendo, las granadas maduraban en el granado y las arañas tejían telas en los huecos de una mesa plegable, la misma que, un par de meses antes que la pandemia llegara a Chile, habían llenado con comida para celebrar el cumpleaños de ambos, porque hasta en eso se parecían: cumplían años en la misma semana.


Calendario de la Casa de Roberto y Eliana (crédito: proyecto Último Instante)

Rodrigo fue la primera persona que visitamos para el proyecto Último Instante. La idea inicial era contar historias de víctimas del Covid que hubiesen fallecido en sus casas. Por entonces, en octubre de 2020, existía una estadística brutal: 1 de cada 4 personas contagiadas habían muerto fuera de un recinto asistencial. Aquellos números refutaban el empeño de la autoridad por sostener que el sistema sanitario no había colapsado, como sí lo estaba padeciendo Europa. Y claro, como murieron en sus casas, no alcanzaron a estresar aún más las ya atochadas salas de los hospitales y clínicas.


“Elegimos contar a los muertos del Covid desde sus objetos, sus momentos y los espacios que habitaron. Es decir, lo que quedó cuando partieron”


Roberto falleció en su pieza, el 8 de mayo de 2020, mientras su madre agonizaba en el hospital de La Florida, donde, quizás por sus 89 años, había conseguido una cama. Rodrigo lo encontró acostado, tieso, pálido y frío, mientras le picaba los pies con un palo de escoba desde la ventana, llamándolo a gritos. Es difícil saber si su tío hubiese sobrevivido en un hospital. Si cuando fue a consultar a urgencia por las molestias, lo hubiesen dejado internado, en vez de mandarlo de vuelta con un paracetamol, el mismo medicamento que un año después aún estaba en la cocina de su casa.


Altar en un Asilo de Ancianos (crédito: Proyecto Último Instante)

Elegimos contar a los muertos del Covid desde sus objetos, sus momentos y los espacios que habitaron. Es decir, lo que quedó cuando partieron. Mundos que inevitablemente siguieron adelante, tal como la naturaleza se abrió paso en la casa de Eliana y Roberto: un hijo huérfano, las olas golpeando las rocas, amigos desconsolados, despedidas detrás de un vidrio en una sala de cuidados intensivos, ancianos y ancianas honrando a sus compañeros de asilo, el audio de una voz ahogada, una bicicleta que aún sigue recorriendo el asfalto, un ánfora en el living que espera un velorio y el recuerdo de una mujer desnuda en un ataúd.


Anfora del doctor Carvajal (crédito: Proyecto Último Instante)

Todo, o casi todo, reconstruido a partir de archivos: fotografías, videollamadas de enfermos agonizando, transmisiones de funerales por Facebook y audios de WhatsApp que relatan de primera fuente la agonía de los enfermos, como el caso de Christian Aravena, de 45 años, operador radial, que falleció en su departamento en Santiago Centro el 18 de abril de 2020: “Don Patricio, estoy un poquito complicado de salud, así que perdóneme por estar fuera de circulación, pero me dio coronavirus… Cuando esté de vuelta lo llamo”, le dijo a un amigo la misma tarde en que falleció. O el último mensaje de Ricardo Soto, artesano de 36 años, que encerrado en su cabaña en Valdivia, agitado por el colapso de sus pulmones, le habló por última vez a su hermana, en Santiago, la noche del 11 de marzo de 2021: “Ahora en la mañana, entre las 8 y las 11, debería venir la doctora a verme. Ahí te cuento”. Ricardo murió antes que eso sucediera y al mes siguiente lo hizo su ex pareja, dejando un hijo al cuidado de su abuela.

Con el paso de los meses, ampliamos el registro a personas que habían fallecido en unidades de cuidados intensivos, para explorar esos archivos visuales que registraron sus últimos días, ahí donde el personal de salud realizaba desgastadores turnos para salvar vidas e implementaba inéditos protocolos de despedida: mostraban a los enfermos en videollamadas para que los deudos pudiesen verlos por última vez. Así le pasó a la familia de Karla Vásquez, a quién días antes de morir, le cantaron el Cumpleaños Feliz de manera telemática, mientras una máscara de oxigeno le cubría casi toda la cara. Es un video que quedó grabado sin sonido, en el que solo se pueden ver las expresiones de los rostros. El pánico en sus ojos, la angustia en el llanto de su hijo y la emoción de su hermana y su abuela, Olga Oyarce, quien también moriría de Covid, una semana antes que su nieta.  


Imagen de un funeral transmitido por video (crédito: proyecto Último Instante)

Los momentos y los espacios fueron configurando este proyecto documental como una especie de museo de la tragedia. Así, también, los objetos que quedaron. La bicicleta de Christopher Mancilla, destacado ciclista magallánico, cuyo último mensaje de texto a su hermano fue este: “Espérame con unas frías”. O el maletín del doctor Juan Carlos Carvajal, a quien Pablo, su hijo, lo llevó a la clínica Santa María para que se internara, ahí mismo donde había realizado gran parte de su carrera como médico y donde él lo acompañaba cuando era niño. “Ese viaje lo tengo grabado en mi memoria”, diría al recordar la tarde en que los roles se invirtieron. “En el camino encendí la radio y la primera canción que sonó fue Man of the hour, de Pearl Jam, de la película El gran pez. Ese era un tema que a ambos nos gustaba y mientras lo oía tuve una sensación extraña. Se me cruzó la idea de que ese momento, en el que el pasado se había cruzado por delante nuestro, tal vez podía ser una despedida”.


Imagen del doctor Carvajal (crédito: proyecto Último Instante)

Carvajal murió el 6 de junio de 2020. Hay un video que los funcionarios de la clínica grabaron para despedirlo. Su cuerpo sobre una camilla, tapado por una sabanilla, tirado por dos paramédicos, mientras el personal arma un pasillo humano para aplaudirlo. No hay más sonido que el de las palmas. Cuando se cumplió un año de su muerte, una enfermera con la que trabajó, la Juanita, le hizo un retrato a lápiz mina para colgarlo en la sala donde van a tomar café. Una pieza que honra su memoria y su ausencia, tal como en su casa lo hacen la colección de corbatas, su estetoscopio, la cotona blanca con la que atendía y el berger que, semanas después de su muerte, una multitienda envió a la casa de Pablo, quien lo había comprado pensando en su recuperación. El sillón que nunca alcanzó a ocupar.  

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