Un análisis histórico y geográfico de la reciente elección entre Lula y Bolsonaro

Brasil ¿por qué?

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Brasil no está partido en dos como resultado de la reciente elección entre Lula y Bolsonaro. Brasil está partido en dos, en cuatro y en más pedazos desde hace décadas porque es un país-continente marcado por múltiples procesos económicos, culturales, sociales, religiosos. Debajo de todo, plantea esta columna, está la raza como factor que define distribución de poderes, oportunidades, identidad, pero que al mismo tiempo ha sido negada como tema. Un país negro, dominado por una elite blanca, y de fondo una mayoría que se siente no blanca, pero que muchas veces está de acuerdo en que mejor dejar las cosas como están, como si las diferencias estructurales no existieran.


Uno de los grandes libros para aproximarse a la historia como disciplina es el texto Cómo se cuenta la historia a los niños del mundo, del recientemente fallecido historiador y cineasta francés Marc Ferró.[1] Con una simple pero potente premisa, Ferró explica cómo las imágenes/historias que nos cuentan cuando niños/as permanecen hegemónicas en nuestros relatos sobre el pasado y, por consiguiente, condicionan nuestros diagnósticos sobre el presente y nuestras expectativas sobre el futuro. Como es de suponer, esta lógica opera para nuestras historias nacionales, pero también funciona con las imágenes que construimos sobre las historias de “otras naciones”. Esa construcción de un “otro/a” se transforma en una contraparte indispensable para la realización del ejercicio-espejo de auto-definición por contraste; buscando con ello reafirmar así nuestra auto-percepción como nación. En corto, y aunque suene paradójico, también somos lo que no somos o no queremos ser. En este sentido, me parece, Brasil ocupa un lugar particular en nuestro imaginario. Un lugar excéntrico que nos es funcional como sociedad, pero que también expone nuestro sempiterno imaginario colonial.

Aunque poseemos una escasa y superficial noción de la historia de ese país, creemos tener una meridiana certeza: no tenemos mucho en común, salvo pertenecer a Sudamérica. Como diría Ferró, el vacío de información lo llenamos con lo que escuchamos cuando niños. Lamentablemente nuestro currículo escolar y universitario lleva décadas al debe con respecto a la enseñanza de la historia en general, y de Latinoamérica en particular.  Para ponerlo en términos de Ferró, casi no se les cuenta esa historia a los/as niños/as y jóvenes de nuestro país. Como si esa limitante no fuese suficiente, hay que sumar lo que consumimos acríticamente en los distintos medios de comunicación y sus variados formatos. Sea a través de la ficción o a través de esa suerte de “periodismo en la medida de lo posible”, al cual nos acostumbramos durante nuestra pax-concertacionista, nuestro repertorio sobre “lo brasilero” contiene una primera capa de ignorancia histórica, y una segunda de información suelta y muchas veces tendenciosa. Nuestra caja de memoria sobre “lo brasilero” (a lo Steve Stern[2]) va desde Doña Flor y sus dos maridos a las clásicas teleseries de las 3 de la tarde, al fútbol en todas sus formas: de Pelé a Neymar, al turismo y el carnaval, pasando por la influencia del cine con películas como Ciudad de Dios, Tropa de Elite, o la más reciente fuente histórica pop, El Mecanismo, la bullada serie de Netflix.


“Lula y Bolsonaro no tienen el mismo color de piel, y eso tiene una historia en Brasil”


Pero la imagen es más compleja: tenemos ciertos puntos de contacto. Durante los 60s, 70s y 80s nos hermanamos históricamente a Brasil por el hecho de que también sufrieron su propia dictadura, y experimentaron una posterior redemocratización. Esa “costumbre dictatorial común”, para ponerlo en términos Thompsonianos, facilitó algunos esporádicos ejercicios intelectuales comparativos.[3] Sin embargo, solo recientemente hemos comenzado a comprender las complejidades de esa conexión que hemos sobre-simplificado como batallas sudamericanas de la Guerra Fría, pero que, al reanalizarlas, muestran mucha más agencia local de lo que asumíamos. Para el caso de las dictaduras en ambos países, los más recientes estudios históricos demuestran que la dictadura brasilera fue un actor (independiente) muy relevante en el escenario geo-político de la región, y bastante influyente en la dictadura chilena en particular (Tanya Harmer 2013) (Roberto Simon, 2021). Brasil no fue un soldado más de la Guerra Fría, sino que mantuvo, en términos de política internacional, un perfil propio como fue su rol en la Segunda Guerra Mundial o sus intentonas de proyectar sus áreas de influencia hacía el África durante los años de la dictadura (Jerry Davila, 2010). En síntesis, Brasil aparece ante nosotros como la mezcla de todos estos elementos lo suficientemente inconexos como para tener una narración coherente de su historia.


Imagen: Gentileza del Autor


A todo ello, en estas últimas décadas se sumaron tres nuevos protagonistas: Dilma Rousseff, Luis Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro (John French, 2020). Pero la más reciente elección entre Lula y Bolsonaro es solo la punta del iceberg, si quisiéramos analizarla históricamente. La larga historia política de Brasil tiene sus orígenes en las cortes del imperio portugués. Luego, y producto de las invasiones Napoleónicas a la Península Ibérica, incluido Portugal, vendría la mudanza del rey y parte de la corte a Brasil, colonia que con el tiempo adquiriría el estatus de co-imperio (Lilia Moritz Schwarcz, 2015). De ahí en adelante Brasil tendría una trayectoria un tanto distinta al resto del continente sudamericano, incluyendo su proceso de independencia y fundación de la república.


“Este ensayo puede ayudar a repensar la importancia de las distintas zonas regionales en la construcción de lo que podríamos denominar la esfera pública brasilera”


El Brasil de Lula y Bolsonaro es el resultado de esos distintos procesos sociales que tienen su origen en una jerarquía racial heredada desde los inicios coloniales del país y que afirmó superestructuralmente el sistema económico de la esclavitud. Un tercio del tráfico esclavo que cruzó el Atlántico llegó a sus costas. Por esa razón cuando imaginamos Brasil, la imaginamos como una nación negra. Su historia está íntimamente ligada a la arquitectura racial que sustentó su economía y dividió fenotípicamente a su población entre blancos, negros, mulatos, pardos o caboclos, por nombrar algunas. La esclavitud – y todo el orden social que implicaba – fue parte sustancial de su orden social y su importancia fue tal que, a solo un año de abolirse la esclavitud, hubo un cambio de sistema político que terminó con la monarquía y fundó la república. En este período también tuvimos varios puntos de contacto. Desde el fin del siglo XIX y a lo largo del siglo XX Brasil atravesó por procesos históricos muy parecidos a los nuestros: políticas públicas que intentaban generar blanqueamiento por migración europea, expansión territorial, procesos migratorios campo-ciudad, urbanización no planificada y surgimiento de favelas – en nuestro caso poblaciones callampa –, Industrialización Sustitutiva de Importaciones, Populismos, y como ya dijimos, golpes del estado y redemocratizaciones.


“El Brasil de hoy no es solo el resultado de la lucha entre una suerte populismo neo-conservador frente al líder histórico del Partido de los Trabajadores”


El objetivo principal de las siguientes líneas es proponer otros elementos de análisis sobre la historia de Brasil que complementen los escasos relatos que hemos escuchado sobre ese país desde que somos niños y en particular los análisis realizados por la prensa nacional en el contexto de la reciente elección. Si bien no se pueden tocar todos los factores históricos que son importantes hoy en Brasil en tan cortas líneas (religión y protestantismo, por ejemplo), espero que este ensayo sirva para aportar otros elementos de análisis sobre el actual momento histórico, y en particular, repensar la importancia de las distintas zonas regionales en la construcción de lo que podríamos denominar la esfera pública brasilera.

A partir de ese diagnóstico, propongo presentar al lector con tres tropos que están íntimamente ligados: el Nordeste como espacio geográfico y simbólico, la democracia racial como discurso constructor de la nación, y Sao Paulo como espacio de poder económico y social dentro de las geografías del capitalismo racial a la brasilera. En este sentido, planteamos que una perspectiva que toma en cuenta lo regional en Brasil entrega una mirada históricamente más informada de la actualidad. No estamos frente a una clásica dicotomía derecha versus izquierda, sino que también operan factores como el de las relaciones raciales de un país, y la ligazón que éstas tienen con las distintas economías morales (Edward P. Thompson) que la generaron, como la de la economía azucarera en el Nordeste, cafetera en las cercanías de Sao Paulo, o ganaderas en el sur, por dar algunos ejemplos[4]. Dicho en breve: esta mirada regional pone sobre la mesa el tema racial en la política brasilera, y eso, en mi opinión, es clave.

NORDESTE

Lo primero que uno debiese puntualizar para entender un poco mejor Brasil es que una de sus principales características es su diversidad cultural y geográfica, lo que la convierte en esas naciones que entran en la categoría de país-continente. En un mismo territorio coexisten tradiciones tan diversas como la gaucha, bahiana, paulista, carioca, nordestina o amazona, por solo nombrar algunas. Cada región con su propia ecuación demográfica, históricamente condicionada a la economía de su zona, productora de su propia elite y con sus propias lógicas internas. Brasil, desde adentro, fue una suerte de federalismo esperando ocurrir. Distintos focos de desarrollo económico y sus correspondientes elites que empujarían diferentes agendas generaron la necesidad de tener un gobierno que no cayera en los vicios del centralismo.


Mapa: Gentileza del autor


Si tuviésemos que elegir una región, el Nordeste (ver mapa) es un ejemplo ideal para entender la importancia de la historia a la hora de explicar las dinámicas electorales de la política actual. De hecho, de las cinco zonas en las cuales se divide Brasil (Norte, Nordeste, Centro-Oeste, Sudeste y Sur), Lula solo ganó en la región del Nordeste (69% del voto), pero el resultado fue lo suficientemente contundente para compensar las derrotas en las otras regiones. Fue en esa región, cuando en el S. XVII se genera la necesidad económica de la importación de mano de obra esclava desde África producto del alza en el precio de la azúcar (Stuart B. Schwartz, 1985). Es desde esa coyuntura geo-histórica que se comienza a moldear una característica estructural de la demografía brasilera: la asociación entre el Nordeste y la negritud. Su capital cultural, Salvador de Bahía, es también conocida por ser la metrópolis negra del país. Y no es casualidad, pues justamente es en esa zona donde Brasil se encuentra más cercano geográficamente – pero también culturalmente – a África (Roger Bastide (1960), Antonio Sergio Guimaraes (2004)). Por eso no sorprende que el Nordeste haya sido históricamente el sector más pobre y atrasado del país. Con el tiempo no solo existiría esta estructura económica que sustentaría el desarrollo de la economía azucarera a partir de esclavitud, si no que también iría surgiendo una superestructura ideológica que la justificaba. Las jerarquías raciales coloniales operaban/an en esas estructuras de larga duración, donde los cambios tienen sus propios ritmos. Por eso, una vez abolida la esclavitud (1888) e instalada la República (1889), la región del Nordeste no solo sería asociada a pobreza, sino que también atraso e ignorancia (Emilia Viotti da Costa (1998).


“Un análisis rápido de los últimos datos electorales demuestra que todavía operan las lógicas racializadas en la historia brasilera, donde el Nordeste esclavista se transformó en el Nordeste negro y pobre que vota por la izquierda”


Ese mismo Nordeste fue la geografía que “determinó” la historia de Canudos, localidad en que Antonio Conselheiro, una suerte de profeta rebelde, formó una no despreciable comunidad de seguidores milenaristas a finales del S.XIX, rebelándose ante un mundo -modernizante- que cambiaba vertiginosamente.[5] El fin de la esclavitud y la monarquía y el nacimiento de la república en un mundo finisecular alimentaron discursos catastróficos que catalizaron al movimiento popular. Rio de Janeiro, centro del poder en esos años, no vio con buenos ojos el comportamiento de estos “salvajes” seguidores de un fanático, arremetiendo violentamente contra ellos.

La llamada Guerra de Canudos (Euclides da Cuhna en su versión de Os Sertao, y Mario Vargas-Llosa en su versión novelada de la Guerra del Fin del Mundo) fue una masacre, el dramático resultado de una de las múltiples caras de la modernización “a la brasilera” en la que parte de su población sufrió los embates de una elite que se espantaba frente a estos bolsones de pre -modernidad que, según ella, atrasaban al país en la carrera internacional hacia progreso.


“Un tercio del tráfico esclavo que cruzó el Atlántico llegó a sus costas. Por esa razón cuando imaginamos Brasil, la imaginamos como una nación negra”


Sin duda una historia extraordinaria que refleja uno de los mayores nodos históricos transversales de nuestro continente: el encuentro entre elites modernizantes de ideario eurocéntrico con una realidad que, desde la perspectiva de estas últimas, se asemejaba más a la definición de barbarie que a la de civilización. La imagen del Nordeste atrasado se consolidaría en el siglo XX cuando las elites intentaron repensar sus narrativas aglutinadoras. Por lo tanto, el Nordeste fue reinventado (Durval Muniz de Albuquerque Jr. 2014) como un espacio que marginalizaba y estereotipaba a sus habitantes, y donde su sola presencia, en cierta forma, tensionaba la coherencia y modernidad de la nación en su conjunto.  Sin duda un espacio clave a la hora de de-construir lo que significa el regionalismo en la tradición brasilera.

Pero su importancia no queda ahí, el Nordeste, y en particular Recife – Pernambuco, fue el hogar de uno de los mayores responsables de los mitos fundacionales de la imagen del Brasil moderno en el mundo: Gilberto Freyre. Este historiador, sociólogo, antropólogo y escritor se convirtió en uno de los grandes intérpretes de Brasil durante el siglo XX, y que fue clave en la construcción de la imagen de ese país en el mundo. Su mayor aporte intelectual está ligado al concepto de democracia racial, donde elaboró una forma de entender la nación.

DEMOCRACIA RACIAL

“El mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía” es una cita del poeta decimonónico Charles Baudelaire, y popularizada por el personaje Keyzer Soze en Los Sospechosos de Siempre del director Quentin Tarantino. Algo parecido ocurre con Brasil y el racismo. Para muchas personas de distintas partes del mundo Brasil es sinónimo de democracia racial, es decir, un lugar geo-histórico donde el racismo pareciera no operar, en contraste con las demás sociedades del orbe. Esta no fue una noción de cristalización espontánea. Buscando superar la fase de Branqueamento o la noción de que el país se podía blanquear con la “importación” de europeos pobres que reemplazarían la mano de obra esclava, Gilberto Freyre ofrecía una nueva solución al “problema racial de Brasil” basado en una narrativa de unidad, con un discurso aglutinador y constructor de nación.

En Casa Grande e Senzala (1933), Freyre plantea que Brasil es el resultado étnico de una ecuación compuesta de tres elementos: portugués, africano e indígena, los que habrían generado una amalgama cultural distinta del resto del mundo; y entre sus particularidades es que era menos racista producto de la amplitud mental portuguesa, pueblo históricamente acostumbrado al contacto con “otros” (africanos y asiáticos). Esa mezcla que generaba una sociedad no racista era la ventaja comparativa que ofrecía Brasil al mundo. Fue durante el llamado Estado Novo (Gob. Getulio Vargas, 1937-45), que el pensamiento de Gilberto Freyre adquirió mucha importancia, sin embargo, fue (todavía es) una ideología presente en un gran sector de la población, inclusive entre afro-descendientes, dependiendo de la agenda coyuntural (Paulina Alberto). La “genialidad” de la idea de que Brasil era una democracia racial es que, al eliminar el problema, hacía irracional la necesidad de creación de políticas públicas paliativas.

SAO PAULO

Si existe en el imaginario brasilero un Nordeste atrasado, también existe su opuesto: Sao Paulo, una ciudad que cristalizó la modernidad a la brasilera, una ciudad que no espera a nadie en su búsqueda del progreso. Si bien Sao Paulo no tuvo la historia de otras capitales de ese país como Salvador de Bahía, Rio de Janeiro, o la mismísima Brasilia, el boom económico del café durante el siglo XIX le entregó a Sampa, como se le conoce por lo locales, el lugar de privilegio en la historia nacional. Sao Paulo fue durante el cambio de siglo y primeras décadas del S.XX el motor de la economía del país, y la única ciudad brasilera que logró alcanzar los niveles de desarrollo industrial y cultural que la situó a la altura de ciudades como Chicago, Paris, Berlín o Madrid. Por esta razón estudiar la historia de Sao Paulo en este período es estudiar la modernidad urbana en general.


“No estamos frente a una clásica dicotomía derecha versus izquierda, sino que también operan factores como el de las relaciones raciales de un país, y la ligazón que éstas tienen con las distintas economías morales”


Han sido varias y varios los especialistas que mapearon el origen y ascenso del pensamiento moderno en esa región, examinando los cambios en la vida cultural a través del análisis de la vida cotidiana urbana, las políticas públicas o el rol de los intelectuales (Sergio Miceli (2001), Barbara Weinstein (2015), Nicolau Sevcenko (2013)(, Richard Morse (1974), por nombrar algunxs). Sao Paulo ofrecía la oportunidad de entrar a la modernidad por la puerta grande. Su elite entendió tempranamente que el orden esclavista debía ser reemplazado por otro tipo de hegemonía, ya no solo económica sino también cultural. De esta forma se puso a la vanguardia de repensar el país, y sus narrativas, como ocurrió en la famosa semana de la modernidad del 1922, la fundación de periódicos y creación de instituciones de excelencia como la Universidad de São Paulo (USP).

Bajo el lema “Scientia Vinces”, (vencerás mediante el conocimiento) la USP representó la cristalización de una nueva y más sofisticada forma de dominación simbólico-concreta de la elite paulista sobre el resto del país. Desde la USP, esta elite lograría varios objetivos: mapear, entender y controlar el territorio nacional; crear una nueva elite que traspasaría su ideología a las clases medias a través de la producción de profesores secundarios; y estudiar y controlar a las nuevas masas de migrantes nacionales y extranjeros que arribaron a la ciudad producto del rápido proceso de industrialización que experimentó São Paulo desde comienzos del siglo XX. Todo lo que vino después funcionó de acuerdo a ese plan de la elite paulista. Durante el siglo XX Sampa afianzaría su poder económico y simbólico sobre la nación, y su industrialización la convertiría en una de las dos ciudades más grandes de toda América Latina junto a ciudad de México. Si hay una ciudad que se puede asociar al desarrollo en Brasil, esa es Sao Paulo. En la reciente elección Jair Bolsonaro ganó en Sao Paulo con un 54% de los votos.

LULA VS BOLSONARO

Mas que conclusiones específicas sobre la reciente elección de Lula da Silva como nuevo presidente de la república por un margen mínimo, lo que me parece interesante es tratar de empujar un proceso de educación sobre historia de América Latina en general y, con esto, tener más elementos que nos permitan tensionar las narrativas producidas y reproducidas por los medios de comunicación en general.

El Brasil de hoy no es solo el resultado de la lucha entre una suerte populismo neo-conservador frente al líder histórico del Partido de los Trabajadores. La coyuntura actual también es el resultado de largos procesos sociales que informan directamente el presente. La construcción del capitalismo racial a la brasilera, con sus diversas variantes dentro de las distintas economías regionales que han existido en el país desde sus orígenes, han marcado profundamente a su sociedad, y es un factor histórico que debe ser tomado en cuenta.

Para ponerlo en términos simples: Lula y Bolsonaro no tienen el mismo color de piel, y eso tiene una historia en Brasil. Explicar un poco más esa historia es muy necesario porque entrega más elementos de análisis para entender el presente. Una perspectiva de esa índole nos permite entender mejor la ligazón entre sociedades esclavistas y el surgimiento de figuras políticas como Jair Bolsonaro o Donald Trump, por ejemplo. Existe una tendencia en nuestros medios nacionales a descansar sus análisis en respuestas fáciles y rápidas. Una serie como El Mecanismo, por ejemplo, nunca logrará explicar las complejidades del clientelismo político a la brasilera que tiene sus orígenes en el s.XIX, y, por lo tanto, vista críticamente se transforma en propaganda política anti-PT.[6]


“Si hay una ciudad que se puede asociar al desarrollo en Brasil, esa es Sao Paulo. En la reciente elección Jair Bolsonaro ganó en Sao Paulo con un 54% de los votos”


La mayoría de los medios chilenos sitúo la reciente elección desde una misma perspectiva extremadamente presentista. Mi pregunta es: ¿Acaso el anti-petismo vs el anti-bolsonarismo explican per se todos los procesos sociales de larga, mediana y corta duración que ha experimentado ese país y los tiene hoy frente a tamaña dicotomía? A pesar de que se insiste en dejar la discusión entre neo-populismos conservadores o de izquierda, anti-petismo o anti-bolsonarismo, o macro-relatos globales de la política internacional; un análisis rápido de los últimos datos electorales demuestra que todavía operan las lógicas racializadas en la historia brasilera, donde el Nordeste esclavista se transformó en el Nordeste negro y pobre que vota por la izquierda.

Me parece que nuestra responsabilidad desde la academia pasa por complejizar las caricaturas que producen y reproducen nuestros medios de comunicación, muchas veces en formas de Fake News que no son los suficientemente criticadas, y que, al no ser tensionadas por el periodismo, pasan a engrosar nuestros repertorios culturales como nación. La principal característica de las llamadas Fake News es que operan sobre nuestros repertorios culturales (una primera capa de ignorancia histórica, y una segunda capa de información suelta y muchas veces tendenciosa), y por eso, aunque muchas de ellas puedan sonar descabelladas, funcionan porque se montan en nociones históricas o pseudo-históricas que las hacen “plausibles”, al menos para parte de la población. Aquí es donde operan los racismos estructurales o relaciones de poder históricas que han marcado nuestras sociedades desde nuestros pasados coloniales, y que tan cómoda hacen sentir a nuestras distintas elites en el continente.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1]https://www.lefigaro.fr/culture/mort-de-l-historien-marc-ferro-specialiste-de-l-histoire-du-xxe-siecle-a-96-ans-20210422

[2] Steve J. Stern, Luchando por mentes y corazones. Las batallas de la memoria en el Chile de Pinochet, Libro Dos de la trilogía La caja de la memoria en el Chile de Pinochet, Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2013.

[3] Edward P. Thompson, Costumbres en común. Estudios sobre la cultura popular, NewBooks, Londres, 1991.

[4] Por economía moral se entiende a las actividades económicas (intercambio) vistas a través de una lente moral, no solo material. En este sentido se puede entender como economía moral los acuerdos tácitos con los que funciona una sociedad, donde en el caso brasilero, estas diferentes economías morales son variables pues respondían a la estructura demográfica/racial de cada caso: azucarera, cafetera, ganadera, etc.

[5] https://www.ebiografia.com/antonio_conselheiro/

[6] https://www.eldesconcierto.cl/opinion/2018/10/18/fascismo-o-corrupcion-una-respuesta-a-daniel-matamala-desde-la-historiografia.html;

https://www.eldesconcierto.cl/opinion/2018/11/07/del-fakenews-al-fakeanalysis-la-importancia-de-la-historia-para-entender-la-coyuntura-politica-en-brasil.html https://www.ciperchile.cl/2020/04/22/quienes-tienen-derecho-a-pensar-en-nuestra-sociedad-critica-a-la-prensa-de-opinion/

REFERENCIAS

– Roger Bastide (1960), The African Religions of Brazil: Toward a Sociology of the Interpenetration of Civilizations, Johns Hopkins University Press.

– Jerry Dávila (2010), Hotel Trópico: Brazil and the Challenge of African Decolonization, 1950 – 1980; Duke Press.

– John French (2020), Lula and his Politics of Cunning, UNC Press.

– Antonio Sergio Guimaraes (2004), Preconceito e Discriminação, Editora 34.

– Tanya Harmer (2013), Allende’s Chile and the Inter-American Cold war, UNC Press.

– Sergio Miceli (2001), Intelectuais a la Brasilera, Compahnia das Letras.

– Lilia Moritz Schwarcz (2015), Brasil: Uma Biografía, Companhia das Letras.

– Richard Morse (1974), From Community to Metropolis: A Biography of Sao Paulo, Octagon Books.

– Durval Muniz de Albuquerque Jr. (2014), The Invention of the Brazilian Nordeste, Duke Press.

– Stuart Schwartz, Sugar Plantations in the Formation of Brazilian Society, Bahia 1550-1835, Cambridge Press.

– Nicolau Sevcenko (2013), Orfeo extático en la metrópolis: San Pablo, sociedad y cultura en los febriles años veinte, Universidad de Quilmes.

– Roberto Simon (2021), O Brasil contra a democracia. A ditadura, o golpe no Chile e a Guerra  Fria na América do Sul, Companhia das Letras.

– Emilia Viotti da Costa (1998), Da Monarquia à República – momentos decisivos, UNESP.

– Barbara Weinstein (2015), The Color of Modernity: São Paulo and the Making of Race and  Nation in Brazil, Duke Press.

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