La sociedad moderna se construyó gracias a la energía barata y eficiente de los combustibles fósiles. Sin embargo, sus reservas ya están en declive. “Nos acercamos a un futuro sin suficiente energía para mantener el crecimiento económico, sin importar las políticas de los gobiernos de turno”, advierte el autor. Esta primera entrega de la serie El Colapso explica el origen de nuestra opulenta sociedad industrial, las causas de su fin y lo que podría venir después.
Lea aquí la segunda columna de esta serie.
Pocos parecen darse cuenta de que estamos comenzando a vivir el ocaso de nuestro efímero y extravagante período de opulencia. Nuestra civilización basada en la energía de los combustibles fósiles se acerca a su fin. Dentro de algunas décadas –como mucho, un siglo– su época de apogeo será historia. El actual enlentecimiento de la economía mundial es el primer signo de este colapso y en parte importante se explica porque las reservas de petróleo y gas natural declinan y lo que queda requiere cada vez más energía para extraerlo (lo que se ha bautizado como la caída en los rendimientos de extracción).
El cambio desde una sociedad sostenida por un stock de combustible fósil barato como el que hemos tenido por dos siglos, a otra que depende de la energía renovable, menos eficiente y más cara, es inevitable. Y será un cambio de tal magnitud que todavía no podemos imaginar cómo se reorganizará nuestra sociedad.
Cuando escuchamos la palabra colapso tendemos a asociarla con escenarios apocalípticos como los que nos muestran las películas de futuros distópicos. Prefiero usar la definición de colapso social que propuso el antropólogo Joseph Tainter[1]: básicamente una pérdida relativamente rápida y sustancial de complejidad social, política, económica y/o poblacional. Tainter argumenta que las sociedades complejas suelen llegar a un punto donde los costos de mantener dicha complejidad superan los beneficios, lo que lleva a un deterioro de su estructura y organización. Este deterioro puede manifestarse como una pérdida del orden, una menor capacidad para afrontar los desafíos y, en última instancia, una simplificación de la estructura de dicha sociedad.
Para proveernos de todo lo que se considera una vida humana -abrigo, transporte, calefacción, refrigeración, ropa, educación, etc.- requerimos unas 50.400 kcal diarias por persona. Esa es la energía que necesitaría para vivir un primate de cuatro toneladas, una especie de King Kong tan pesado como un elefante africano.
Para que se entienda el problema que representa nuestro consumo de energía voy a recurrir a Max Kleiber[2], padre de la energética animal quien propuso que la energía que necesita un organismo para vivir (lo que en la jerga técnica se llama el metabolismo basal) está determinado por el tamaño corporal a través de una relación alométrica. Por ejemplo, un ratón de 25 gramos requiere unas 3,6 kilocalorías (kcal) por día para mantener su maquinaria metabólica funcionando, mientras, que una ballena azul de 70 toneladas necesita alrededor de 1,2 millones de kcal. En nuestro caso, una persona de 70 kilos en estado de reposo puede vivir con 2.200 kcal diarias. Sin embargo, para proveernos de todo lo que se considera una vida humana -abrigo, transporte, calefacción, refrigeración, ropa, educación, salud, entretenimiento, elecciones democráticas- requerimos, según estudios recientes[3], unas 50.400 kcal diarias, que es lo que consumiría un primate de cuatro toneladas, una especie de King Kong tan pesado como un elefante africano.
En muchos aspectos ese enorme gorila es el esclavo energético que nos provee la sociedad moderna. Cada vez que prendemos la lavadora, calentamos agua, cocinamos, activamos un equipo electrónico, utilizamos el auto, el transporte público, viajamos en avión, cosechamos y transportamos alimentos, en fin, cada vez que conseguimos algo sin hacer trabajo físico, es ese esclavo el que nos soluciona la vida.
En los países desarrollados el gasto energético por persona es aún mayor y puede alcanzar las 200.000 kcal diarias. Eso implica que su esclavo energético es una ballena jorobada de 30 toneladas.
Nuestro planeta produce energía a partir de la transformación de la luz solar en energía química-orgánica. Esta, sin embargo, no alcanza para sostener nuestro consumo actual ni nos habría permitido construir la sociedad que tenemos. Nuestra sociedad solo fue posible porque hace aproximadamente dos siglos accedimos a un tipo de energía de alta calidad que estaba guardado en el planeta y la hemos estado usando de manera acelerada: los combustibles fósiles.
Ese es el sostén de nuestro éxito demográfico, económico, social y tecnológico. Hizo posible la fijación de nitrógeno (la base de la revolución agrícola), la producción de alimentos y agua potable, y los avances de la medicina. De ninguna otra manera la población mundial hubiera superado los ocho mil millones sin esa energía barata y de altísima calidad.
El declive de la producción de combustibles fósiles muestra que nuestro gran éxito es al mismo tiempo nuestra gran amenaza. Sin la energía suficiente para mantener a nuestros esclavos energéticos, deberemos enfrentar un modo de vida con menos bienes materiales, en comunidades más pequeñas y con economías locales.
“En 1930 por cada barril de petróleo invertido se extraían 100 barriles. Es decir, el rendimiento energético del petróleo era de alrededor de 100:1. Hoy esa proporción se ha reducido a 15:1 y sigue declinando. Esto implica que una proporción cada vez mayor de la energía que obtenemos debe desviarse para obtener más energía, dejando menos para problemas como educación, salud, pensiones o la reparación del medio ambiente”
En lo que sigue esta columna ofrecerá una mirada de la historia humana desde una perspectiva que integra el acceso a energía, el tamaño poblacional, el crecimiento económico y el modo de vida de nuestras sociedades. También se aportará evidencia para explicar cómo llegamos a este momento de opulencia, por qué vamos hacia un colapso y que nos espera luego.
NUESTRA INSOSTENIBILIDAD
Partamos por el fuego. El Homo heidelbergensis, el ancestro más antiguo que compartimos con los neandertales, lo encendió hace 500 mil años aproximadamente, e inició una revolución energética clave, que culminó con el Homo sapiens saliendo de África hace 70 mil años, en un viaje que lo llevó a dominar el mundo.
Hay una dinámica que nos caracteriza como especie y que es bueno tener clara desde el inicio, pues explica buena parte de los éxitos humanos: hay una retroalimentación positiva entre el número de individuos de una comunidad y su capacidad de generar innovaciones tecnológicas y de extraer energía desde el medio ambiente. Avances como el manejo del fuego terminan aumentando la población. El incremento de población, a su vez, mejora la posibilidad de hacer más innovaciones. El giro de esa rueda hace que los humanos capturen más energía.
En la segunda columna de esta serie explicaremos con más en detalle cómo opera este círculo virtuoso. Por ahora digamos que el control del fuego aceleró ese circuito y allanó el camino para que hace unos 12.000 años los grupos de cazadores-recolectores, comenzarán la revolución de la agricultura y crearan los primeros asentamientos.
“La crisis climática requiere que dejemos de usar combustibles fósiles. Pero eso no implica que seamos capaces de hacerlo. En efecto, hoy somos tan dependientes de esa energía que si nos quedáramos sin ella de golpe, la mayor parte de los seres humanos moriría en pocas semanas”
La agricultura transformó para siempre la vida de nuestra especie pues permitió acceder forma casi exclusiva a una cantidad de energía que era muy superior a la que se podía obtener a través de la recolección y la caza. También transformó la casi la totalidad de la vida en el planeta, pues la agricultura nos permitió expropiar la energía que antes consumían otras especies.
Este aumento en la cantidad de “combustible” disponible, nos proveyó de abundancia de alimento y bienes materiales y aceleró los procesos de expansión demográfica. Esto condujo a la aparición de comunidades sedentarias cada vez más numerosas y complejas y luego, al surgimiento de ciudades, estados y eventualmente imperios.
Es importante notar que desde los primeros asentamientos los humanos comenzamos a vivir una versión rudimentaria de la vida actual. Evidentemente no eran sociedades masivas en las que se vive rodeado de personas desconocidas, ni contaban con los beneficios y perjuicios de un Estado que intenta lidiar con los problemas de riqueza y el poder; pero la semilla de las sociedades modernas, complejas e industrializadas estaba ya sembrada. Esa semilla es nuestra insostenibilidad energética.
Ocurre que la capacidad de extracción de energía desde los cultivos tiene un límite. La cantidad de superficie cultivable y las innovaciones tecnológicas que aumentan la productividad solo pueden ayudarnos a ganar tiempo, pero tarde o temprano se llega a un punto donde la producción de recursos per cápita comienza a declinar con el aumento del número de personas.
La historia de las sociedades agrarias registra una y otra vez este mismo fenómeno: cuando el crecimiento de la población excede a la capacidad productiva de la tierra, aparece la inestabilidad. La falta de alimentos y de tierras cultivables disparan los precios, mientras los salarios reales declinan. Las élites, al principio, aprovechan esta situación de altos precios de la tierra y de mano de obra barata para mejorar sus ingresos, pero el crecimiento de la inequidad simplemente pavimenta el camino para la inestabilidad social y política. Se suceden hambrunas, insatisfacción social, revueltas y conflictos armados.
Durante miles de años las sociedades agrarias que comenzaron con la agricultura enfrentaron ciclos de expansión, estancamiento y colapso. Esto lo vivieron los griegos, los romanos, y los reinos de la edad media, especialmente a los que tuvieron la mala fortuna de sufrir la Pequeña Edad del Hielo del siglo XIV, cuando una década de inundaciones y bajas temperaturas terminaron produciendo el mayor colapso demográfico y la más terrible hambruna que Europa haya experimentado en su historia.
“Se estima que por cada kcal que consumimos de alimento, hay otras 10 kcal de combustible fósil quemado para producirlo y moverlo. Esto implica que el desayuno típico que usted tomó esta mañana requirió casi medio litro de petróleo”
Estos ciclos de expansión y colapso también se registraron en la América Precolombina. Civilizaciones complejas como Moche, Huari y Tiahuanaco en los andes centrales, y los mayas en Centroamérica fueron capaces de surgir, expandirse, incrementar su complejidad demográfica, cultural y tecnológica gracias al rendimiento de sus cosechas. Pero cuando la dinámica del crecimiento poblacional y la extracción de energía chocó con los límites del sistema natural, esas sociedades declinaron e incluso desaparecieron por completo de la faz de la Tierra.
¿Por qué eso no ha vuelto a ocurrir en los últimos dos siglos?
Por la Revolución Industrial y el acceso a depósitos de combustible fósil enterrados en la corteza terrestre.
Este hito en la historia humana fue el producto de haber alimentado la trenza entre energía, población, economía y materiales extraídos desde la naturaleza con una nueva fuente de energía de altísima calidad. Fue como si un grupo familiar al borde de la quiebra encontrara una fortuna bajo el colchón de la abuela.
Esa inyección de energía cambió el curso de la historia de las sociedades. Como ha escrito el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen[4], uno de los más importantes del siglo XX, la sociedad moderna se ha desarrollado en el lomo de una energía prometeica.
Durante los últimos 200 años transformamos esa energía en trenes, aviones, carreteras, naves espaciales y sobre todo en más personas. Para que se haga una idea, tardamos más de 200.000 años en ser mil millones de personas –a principios del siglo XIX–; y en apenas dos siglos nos hemos multiplicado por ocho. Este proceso ha sido bautizado como “La Gran Aceleración” y en él modificamos el 70% de la superficie terrestre.[5]
Esta energía barata, sin embargo, se está agotando.
Diversos autores como David Hackett (La Gran Ola, 1996) o el economista Mauro Bonaiuti (The Great Transition, 2011), sugieren que nuestras sociedades enfrentan un problema de rendimientos energéticos decrecientes. Por ejemplo, el rendimiento energético del petróleo en Texas en 1930 era de alrededor de 100:1. Es decir, por cada barril de petróleo invertido, se extraían 100 barriles libres para usar en otras tareas. Hoy la rentabilidad energética del petróleo se ha reducido a 15:1 y sigue declinando. Esto implica que una proporción cada vez mayor de la producción de energía debe desviarse para obtener más energía, dejando menos energía “libre” para problemas como educación, salud, pensiones o la reparación del medio ambiente.
PETRÓLEO PARA EL DESAYUNO
La crisis climática requiere que dejemos de usar combustibles fósiles. Pero eso no implica que seamos capaces de hacerlo. En efecto, hoy somos tan dependientes de esa energía que si nos quedáramos sin ella de golpe, la mayor parte de los seres humanos moriría en pocas semanas.
Si lo duda, piense en la humilde marraqueta.
“Es bastante claro que tendremos que reducir nuestro tamaño y nuestro consumo para vivir de manera más simple, más austeramente”
Chile tiene que importar casi el 70% del trigo que consume, en promedio, unas 800.000 toneladas anuales que vienen desde Argentina, Uruguay, Estados Unidos y Canadá. Los cultivos de trigo se deben fertilizar con nutrientes que son producidos usando gas natural o diésel en alguna planta industrial de Estados Unidos. Esos fertilizantes son transportados por barco dentro de Estados Unidos y hacia Canadá, Argentina y Uruguay. Se utiliza combustible para hacer funcionar los tractores que esparcen el fertilizante y las semillas de trigo. Los tractores son fundamentales también para realizar la cosecha que luego tiene que enviarse por tierra (trenes en Estados Unidos y Canadá, y en camiones en Argentina y Uruguay) hacia los molinos para hacer la harina. Esta es luego envasada y transportada a Chile en barco desde Norteamérica, y en camiones de carga que cruzan Sudamérica desde el Atlántico hasta el Pacífico. Se utiliza energía para los hornos eléctricos y gas en las panaderías y para extraer y distribuir el agua necesaria para mezclarla en la masa del pan. Hay flujos de energía a lo largo de toda la cadena de producción, que va desde los fertilizantes del trigo hasta el horno que saca las marraquetas calientes a las 5 de la mañana en Santiago. Además, se requiere otra cadena de flujo de energía para producir la palta que le untamos a la marraqueta, sobre todo para extraer agua de las napas del valle central de Chile, que sufre la mayor sequía de los últimos 200 años. Lo mismo sucede para producir la mantequilla desde la energía extraída del pastoreo de las vacas lecheras en praderas fertilizadas, el ordeñe, la cadena de frío de la leche, la preparación de la mantequilla y la distribución desde el sur de Chile a Santiago, a unos 700 kilómetros de distancia (lo que es poco pues hoy nuestra comida recorre en promedio más de 2.400 kilómetros hasta llegar a nuestra mesa).
Por ello, se estima que por cada kilocaloría que consumimos de alimento, hay otras 10 kilocalorías de combustible fósil quemado para producirlo y moverlo. Esto implica que el desayuno típico que usted tomó esta mañana requirió casi medio litro de petróleo.
La dependencia de nuestro sistema alimentario de los combustibles fósiles representan un desafío gigantesco para el futuro y, probablemente, serán nuestro Talón de Aquiles.
Algunas personas, sin embargo, desdramatizan esta dependencia poniendo su fe en la capacidad humana de resolver problemas. ¿Por qué pensar que las innovaciones tecnológicas y científicas que nos permitieron aprovechar el petróleo y desatar La Gran Aceleración, no podrán rescatarnos de estos rendimientos decrecientes?
Examinemos los datos disponibles. De todas las energías renovables la de mayor rendimiento es la hidroeléctrica con un valor mayor a 100:1, que es el rendimiento del petróleo en 1930 en Estados Unidos como dijimos más arriba. En la actualidad se estima que se utiliza un 50% de las cuencas hídricas capaces de generar energía hidroeléctrica, por lo tanto, en el mejor de los casos, podríamos duplicarla, suponiendo que los efectos negativos ambientales sean compensados. Sin embargo, incluso así estaríamos cubriendo, como mucho, un 3,5% del flujo de consumo energético de toda la humanidad.
No tenemos más suerte con otras energía renovables: La energía fotovoltaica tiene un valor de rendimiento entre 6 a 12:1 y la eólica, 18:1. Y la energía nuclear, que no es renovable, tiene grandes problemas y un rendimiento no mayor de 1:15
Por supuesto tiene mucha lógica destinar recursos a buscar energías limpias y eficientes que reduzcan el impacto de nuestros hábitos y necesidades en la naturaleza: los autos híbridos y eléctricos, los paneles solares fotovoltaicos, ampolletas led de bajo consumo, electrodomésticos y maquinarias “amigables” que inundan el mercado, son bienvenidos. Sin embargo, la eficiencia energética por sí sola no resuelve el problema y es muy probable que termine empeorándolo.
La razón de esta paradoja fue descrita en 1865 por el economista inglés William Stanley Jevons[6] en su libro La cuestión del carbón. Jevons estaba interesado en entender cómo los avances tecnológicos que hacían más eficiente a las máquinas de vapor afectaban el consumo de carbón. Descubrió que las mejoras no hicieron otra cosa que acelerar el uso de carbón a nivel global. Todo el carbón que se ahorraba con la eficiencia era destinado a otros usos, diversificando las ramas de la industria manufacturera y bajando los costos de la minería, lo que impulsaba un aumento de las actividades extractivas.
Es decir, cualquier mejora tecnológica que incremente la eficiencia de un recurso, aumenta también su consumo total.
La paradoja de Jevons nos sugiere que la eficiencia, la conservación y los avances tecnológicos, que son la base detrás de casi todas las políticas de eficiencia energética en los países del siglo XXI, podrían empeorar nuestro futuro energético.
Los estudios realizados por John M. Polimeni del Albany College of Pharmacy and Health Sciences[7] confirman la predicción. Sostienen que hay una relación entre las políticas de eficiencia energética y el aumento en el consumo total de energía por país. En todos los países donde se registran los mayores avances en el desarrollo de tecnologías de eficiencia energética, el consumo total de energía aumenta de manera proporcional al aumento de la eficiencia.
Y AHORA QUÉ
Sin la posibilidad de acceder a energías baratas y de alta calidad y sin capacidad de reducir nuestro consumo, la sociedad industrial en la que vivimos está destinada a no ser más que una etapa transitoria en nuestra historia; una etapa, además, breve, de apenas un par de siglos, en comparación con los cien siglos que duraron las sociedades agrarias.
Nuestros hijos y nietos tendrán que enfrentar el mundo sobrepoblado y exhausto que les hemos dejado tras La Gran Aceleración. La paradoja es que ellos no existirían sin esa revolución.
En las próximas décadas será cada vez más difícil y costoso satisfacer las necesidades de alimento, transporte, salud de los 8 mil millones de habitantes, pues habrá menos energía “libre” para esas tareas. Los sistemas políticos se verán cada vez más presionados por su incapacidad de mantener el bienestar de sus poblaciones. Las promesas de crecimiento no se cumplirán o lo harán cada vez menos. De esto podemos estar seguros: nos acercamos a un futuro donde no vamos a tener la energía necesariapara producir crecimiento económico, independiente de las políticas que implementen los gobiernos de turno. No importa si votamos a la derecha o a la izquierda, tarde o temprano deberemos adecuar nuestras sociedades y nuestras expectativas. Es bastante claro que tendremos que reducir nuestro tamaño y nuestro consumo para vivir de manera más simple, más austeramente. Tal vez, si tenemos suerte y somos listos, dejaremos de lado el individualismo y reconstruiremos redes de solidaridad, como las del pasado, para enfrentar un modo de vida con menos bienes materiales.
En la próxima columna de esta serie abordaremos por qué nuestros grandes avances culturales y tecnológicos dependen de los aumentos poblacionales y de nuestra capacidad de cooperar. Y por qué las poblaciones que se reducen mucho su número pierden buena parte de las habilidades que consideramos humanas. También analizaremos qué formas posibles hay de organizarnos y subsistir en ese escenario que a algunos, seguramente, les puede recordar a Mad Max.

NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Tainter, J. (1988). The collapse of complex societies. Cambridge University Press.
[2] Kleiber, M. (1961). The fire of life. An introduction to animal energetics.
[3] Ver https://ourworldindata.org/energy
[4] Georgescu-Roegen, N. (1971). The entropy law and the economic process. Harvard University Press.
[5] Un ejemplo impactante de esa transformación es este: desde la época en que Julio César fue asesinado camino al senado, la sociedad humana ha destruido 8 millones de kilómetros cuadrados de bosques naturales, equivalente a la superficie completa de Estados Unidos.
[6] Jevons, W. S. (2018). The Coal Question. In The Economics of Population (pp. 193-204). Routledge.
[7] Polimeni, J. M., Mayumi, K., Giampietro, M., & Alcott, B. (2015). The myth of resource efficiency: The Jevons paradox. Routledge.


Mauricio Lima 
Interesante análisis me interesa saber lo que continuará
Es algo extraño el ángulo que se adopta en la columna, hace sentir que los combustibles fósiles se están agotando, algo que no es cierto. Leyendo la columna uno podría imaginar que la transición energética está prácticamente garantizada simplemente porque el petróleo que aún no se extrae «no alcanzará». Pero eso no es así: los combustibles fósiles en reserva son tan abundantes que la humanidad no los podría alcanzar a extraer en su totalidad ni aunque quisiera, porque el CO2 atmosférico asociado a explotar esas reservas liquidaría el planeta mucho antes de poder conseguirlo.
Por otra parte es cierto que hoy la extracción convencional «promedio» de petróleo tiene una eficiencia energética de ~15:1 (y decreciendo), pero actualmente también obtenemos petróleo desde tar sands o shale oil con una eficiencia energética de ~5:1. Por lo tanto hay mucho margen disponible para la caída en eficiencia energética de la extracción del petróleo. Hay que entender que quienes explotan reservas de combustibles fósiles lo seguirán haciendo hasta que ya no sea un negocio. El tema es así de fácil (y así de difícil).
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