Ilustración: Alen Lauzán

Serie El Colapso

Nunca fuimos sustentables

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En esta segunda entrega de la serie El Colapso, el autor nos habla de las hormigas cultivadoras de hongos, que tienen reina, machos reproductores y diversos tipos de obreras. Son extremadamente eficientes y tarde o temprano se expanden hasta agotar los recursos de su entorno. Entonces sobreviene colapso y mientras la colonia perece, la reina con sus machos —los únicos con alas— emprende el vuelo para fundar otra. ¿Le suena a algo?


Lea aquí la primera columna de esta serie.

Hace unos 300mil años apareció Homo sapiens; sin embargo, durante los primeros 200mil no mostró la complejidad cultural y social que lo caracterizó luego, cuando los grupos de cazadores-recolectores salieron de África y se expandieron por el mundo. Este largo silencio cultural llevó al filósofo Kim Sterelny[1] y a varios otros investigadores a preguntarse “¿Por qué les tomó a los humanos más de 200mil años comportarse como humanos?”

Los antropólogos suelen definir ese comportamiento como una serie de conductas sociales, económicas y tecnológicas que incluyen la capacidad de identificarse y diferenciarse mediante adornos, collares o pinturas, así como el uso de una herramienta de comunicación de alta sofisticación como es el lenguaje.

La evidencia antropológica apunta a que esas innovaciones aparecieron de manera repentina, como un estallido, hace unos 70mil años. Una teoría atribuye este big bang a cambios genéticos que mejoraron las capacidades cognitivas. Sin embargo, ese argumento tiene algunos problemas.

En primer lugar, si nuestras tradiciones y comportamientos están determinados por la estructura de nuestro genoma, la aparición de una nueva herramienta debería mantenerse a través de las generaciones, una vez que el cambio en la capacidad cognitiva se fijó en la población. Pero eso no es lo que observamos. Como bien señala Kim Sterelny, durante ese intrigante periodo las conductas distintivas del Homo sapiens no están completamente ausentes, sino que aparecen y desaparecen de los registros arqueológicos.

Esto lleva a pensar que las innovaciones culturales, tecnológicas e incluso el lenguaje, pudieron haber surgido de manera desigual e inestable; y luego volvieron a desaparecer durante miles de años. Esta intermitencia no es fácil de explicar a partir de los genes. Por el contrario, ella sugiere que los primeros humanos tenían la habilidad de innovar, pero no la capacidad de preservar sus innovaciones de modo de que pudieran dispersarse hacia otros grupos y dejar huellas consistentes que los arqueólogos pudieran encontrar.

Hay una segunda explicación a este acertijo, a la que adhiero debido a mi pertenencia al gremio de los dinamistas de poblaciones. Es que la complejidad de la cultura humana está determinada, en gran medida, por el crecimiento poblacional y la densidad social de los grupos.


“El título de este artículo afirma que nunca fuimos sustentables, pero es posible que las bandas de cazadores y recolectores si lo fueran, al menos durante más de 200mil años”.


Esta mirada propone que cuando los grupos humanos son pequeños, una sola muerte puede hacer que la comunidad pierda una habilidad clave para la sobrevivencia, como saber construir una herramienta, confeccionar una vestimenta, seguir rastros de animales o identificar plantas venenosas. Es decir, bajo cierto umbral de población, las comunidades están muy expuestas a perder su complejidad cultural y su capacidad de transmitir lo que aprendieron.

Este fenómeno se ha observado en épocas más recientes, por ejemplo en la isla de Tasmania, al sur de Australia. La evidencia arqueológica y etnohistórica indica que las comunidades que habitaban ese lugar, a principio del Holoceno -hace 11.700 años- eran cultural y tecnológicamente más complejas que los descendientes que trabaron contacto con los exploradores que llegaron a la isla en el siglo XVIII ¿Por qué ocurrió esto? El investigador Joseph Heinrich[2] propone que al final de la última gran glaciación -hace unos 10 a 8mil años – el incremento del nivel del mar redujo repentinamente la población en la isla y la cantidad de potenciales aprendices. A esto se sumó el aislamiento del resto de los grupos de cazadores-recolectores que había en Australia. Así, generación tras generación la comunidad de Tasmania dejó de saber cómo fabricar herramientas, ropa resistente al frío e instrumentos sofisticados como arpones y bumerangs.

Un camino distinto recorren las poblaciones que alcanzan un mayor espesor demográfico y desarrollan un mundo social más interconectado. Bajo esa esas condiciones, el intercambio y el aprendizaje cultural se refuerzan y es posible conservar y profundizar el desarrollo de habilidades complejas, pues, como varias personas comparten el mismo conocimiento, la comunidad está más protegida contra la pérdida de capital cognitivo que causan los accidentes.

Además, cuanto mayor es el grupo, sus integrantes puede centrarse en actividades específicas, ya sea detectar manadas de ungulados, recolectar tubérculos, confeccionar puntas de lanzas o conocer el uso de las hierbas medicinales. Esos especialistas pueden innovar con mayor éxito ya que tienen el tiempo, la habilidad y el interés para hacerlo. Estas sociedades son capaces de transmitir de manera confiable y precisa todo ese bagaje de innovaciones a otras comunidades y a las siguientes generaciones. Así comienza a generarse una retroalimentación positiva entre las innovaciones y el incremento del tamaño poblacional.


“En muchos aspectos la historia de las sociedades agrícolas es la historia de como los oportunistas y los matones escaparon al control al que estaban sometidos en las bandas de cazadores y recolectores”


Lo que Kim Sterelny y otros investigadores proponen es que la cultura material de una comunidad no solo depende de las capacidades cognitivas de los individuos sino que es sensible al entorno social y demográfico. En algún momento hace 70mil años, tal vez debido a un escenario climático favorable, los humanos pudieron aumentar su número y echar a andar esta rueda de innovaciones y población cuya huella es la repentina aparición del comportamiento moderno de los humanos.

Esto sugiere que los humanos siempre hemos dependido de habilidades culturales que se transmiten en un ambiente de aprendizaje social. A diferencia de otros animales, estamos parados sobre el bagaje cultural de nuestros antepasados.

En lo que sigue explicaremos por qué este incremento de población, que nos ha permitido ser lo que somos, es también la fuerza incontrolable que nos está llevando al colapso.

COOPERACION Y GRADIENTES DE ENERGÍA

Las personas suelen tener una idea romántica de la cooperación humana. Muchos creen, por ejemplo, que lo que está agotado los recursos del planeta y nos hace avanzar hacia el colapso es la competencia y el individualismo de los que acaparan sin límite. Si en cambio cooperáramos, alcanzaríamos cierto equilibrio con el medio ambiente.


“En los grupos de cazadores las personas valían por lo que aportaban al grupo: lo crucial era ser un determinado tipo de persona, con un bagaje de habilidades y destrezas y un grado de compromiso cooperativo. A partir de la agricultura lo que empezó a valer era lo que se poseía: la extensión de la tierra, las cabezas de ganado, los sacos de granos cosechados.”


La dinámica de poblaciones ve estos conceptos de otra manera. Cooperación alude al hecho de que cuantos más somos, mejor nos va y consecuentemente, más rápido crecemos en número. Se trata de una cooperación demográfica donde el crecimiento poblacional se acelera porque se produce una retroalimentación positiva con las innovaciones. Sin embargo, en un mundo finito, tarde o temprano el crecimiento poblacional termina por agotar los recursos disponibles. Es entonces cuando la competencia toma el control, y ocurre que el crecimiento poblacional se desacelera o incluso pasa a ser negativo. Cuanto más somos, peor nos va.

La historia poblacional de Homo sapiens es, debido a lo anterior, una historia de aceleraciones y colapsos poblacionales impulsadas por ambas fuerzas.

Una buena manera de entender la complejidad de la cooperación la ofrece el trabajo del ecólogo británico Alan Berryman. El principio de cooperación le parecía el “más interesante y menos estudiado” concepto de la ecología y de la dinámica de poblaciones. La cooperación demográfica (también llamada poblacional), decía Berryman, “puede generar fluctuaciones complejas, cambios repentinos, pero sobre todo, un incremento acelerado y descontrolado de la población que termina consumiendo la propia base de recursos que la sostiene. Es parecido a lo que sucede en una epidemia, en un incendio forestal o durante el crecimiento de los tumores cancerígenos”.[3]


“A partir de las sociedades agrarias, la desigualdad comenzó a crecer y la población inició un proceso o de estratificación e inequidad que, en olas de avances y retrocesos, se ha convertido en el tipo de desigualdad material que tenemos hoy.”


Berryman llegó a estas conclusiones estudiando a los escarabajos de los pinos de montaña (Dendroctonus ponderosae) que devastaban millones de hectáreas en Norteamérica. Pese a las enormes diferencias que tenemos con esos insectos, podemos usarlos como una analogía para entender la expansión del Homo sapiens desde la aparición de la agricultura (hace 10mil años) y en particular, desde la revolución industrial (hace 200 años), pues ambas especies usan la cooperación demográfica para modificar los gradientes de energía con el ambiente y, así, acceder a más y mejores recursos.

En el caso de los escarabajos, cuando su población es reducida, se alimentan de pinos viejos o enfermos. Pero cuantos más individuos hay en una localidad, los escarabajos son capaces de atacar con éxito árboles sanos y vencer sus defensas. Esta cooperación les da acceso, entonces, a nuevas fuentes de energía que se traduce en más individuos; y este bucle continua hasta que se alcanza cierto umbral en el que la tasa de crecimiento de la población se dispara. Berryman se refería a ese momento como erupciones, por sus semejanza con los volcanes donde, a partir de un epicentro, se produce una suerte de onda expansiva que no se detiene hasta que se agotan los recursos disponibles. Una vez que los escarabajos consumen toda un área de bosque de pinos, se quedan sin recursos y la población comienza a declinar rápidamente (competencia demográfica), ya que son demasiados para la cantidad de árboles disponibles, colapsando a lo largo y ancho de una región.

Una buena muestra de lo que significa esa erupción está en el video captado este verano en el sur de Chile con la plaga de la polilla Ormiscodes amphimone (Ver artículo de Sergio Estay)


Crédito video: LabGRS-PUCV / Q-ForestLab.

Con el Homo sapiens ocurre algo similar. Mientras más somos, más energía podemos extraer a través de las innovaciones culturales y tecnológicas. Esa cooperación nos lleva a un punto en el que se genera una expansión poblacional que no se detiene hasta que no se agotan los recursos. Como se explicó en la columna anterior, los humanos hemos experimentado estas dinámicas eruptivas de expansión y colapso, en particular las sociedades agrícolas complejas; y vamos camino a repetir otro ciclo con nuestra sociedad industrial basada en los combustibles fósiles, que permitieron que la población del mundo se multiplicara por 8 en 220 años.

La alegoría de los escarabajos, sin embargo, no permite apreciar bien todas las dimensiones de nuestro tipo de cooperación. Porque los escarabajos son una especie sin una estructura social compleja; simplemente atacan en masa. Sin embargo, los seres humanos desde que comenzamos a vivir en sociedades complejas y estratificadas (desde la agricultura), hemos modificado nuestra cooperación equitativa de cazadores-recolectores para cooperar de manera diferente en sociedades altamente desiguales.

Pero hay un linaje de insectos que puede ayudarnos a comprender este cambio en la manera de cooperar; son las hormigas cultivadoras de hongos de la subfamilia Attini. Estas hormigas sudamericanas tienen sociedades complejas muy estratificadas: tienen una reina, machos reproductores, guerreros y diferentes variedades de obreras y agricultores. En efecto, las hormigas cultivan hongos que han coevolucionado en las colonias y que, al igual que nuestros cultivos han sido seleccionados genéticamente. Las hormigas cortan hojas de la vegetación de los alrededores, las dejan fermentar y con eso alimentan hongos que las proveen de nutrientes. Su especialización incluye una gama de cultivos (diferentes cepas genéticas del hongo), de modo que cuando falla uno, acuden al otro. Estas hormigas tienen, entonces, igual que nuestras sociedades agrícolas e industriales, división de trabajo y desigualdad. Y como nosotros también, tienen erupciones poblacionales pues son, básicamente, sistemas expansivos. Sus colonias que llegan a albergar a millones de individuos.

Cuando ocurren expansiones exitosas la colonia desfolia toda la vegetación de los alrededores y, al igual que nuestras sociedades agrícolas complejas, comienzan a quedarse sin recursos suficientes para sostenerse. ¿Qué pasa entonces? Comienza el estancamiento y luego los rendimientos decrecientes. Al no poder mantener el mismo flujo de recursos, la colonia se vuelve vulnerable a eventos climáticos extremos (frío, sequías, lluvias), o a la invasión de hormigas guerreras nómadas, que saquean los huevos y los cultivos de hongos (cualquier semejanza con las invasiones bárbaras de Roma, o de la horda dorada de Ghenghis Kahn a la China imperial del siglo XIII es pura casualidad).

En ese contexto las reinas y machos reproductores, que son las únicos alados y que pueden reproducirse, abandonan la colonia. Vuelan lejos a fundar una nueva comunidad, lo que de algún modo rima con la obsesión de los mega millonarios actuales, como Jeff Bezos y Elon Musk y otros, de colonizar marte.

DESIGUALDAD, MATONES Y POLIZONES

El cooperación humana tiene ese mismo componente de desigualdad que las hormigas Attini. Por supuesto, en el caso de ellas, castas y roles están genéticamente establecidas. En los humanos la desigualdad es producto del cambio cultural y parece haber comenzado durante nuestra transición de cazadores-recolectores a agricultores.

Hace 12mil años, las bandas de cazadores y recolectores estaban organizadas sobre la base de la confianza mutua, el capital individual (saberes y habilidades) y el capital social (compromiso con el grupo). El título de este artículo acusa que nunca fuimos sustentables, pero es posible que esas bandas que se expandieron por el mundo hace 70mil años, si lo fueran, al menos durante más de 200mil años. Los individuos se conocían, estaban en permanente contacto y se ayudaban para resolver los problemas diarios de la búsqueda de alimento y cuidado de las crías.


“Las hormigas se organizan desigualmente porque están programadas genéticamente para eso. Pero los humanos no. Entonces, ¿por qué los perdedores las sociedades agrícolas aceptaron que una elite se llevara las mejores tajadas del trabajo cooperativo grupal?”


Esa relación estrecha y cara a cara impedía que prosperaran dos tipos de comportamientos individuales que corroen la cooperación: los evasores y los matones. Los primeros son los que la economía llama free rider (polizones o aviva’os en la jerga chilena) y buscan aprovecharse del bien común sin aportar nada. Los matones se benefician del grupo usando su capacidad de coerción y sus amenazas.

Cuando apareció la agricultura, hace 12mil años, la sociedad enfrentó dos cambios muy importantes. Por una parte, a medida que la población aumentaba, los individuos ya no se conocían directamente como antaño y la cooperación por reciprocidad dejó de ser suficiente para cohesionar a los grupos. Para lidiar con la erosión de la cooperación, las comunidades empezaron a invertir en infraestructuras ideológicas – como templos, monumentos, instituciones, normas, castigo y señalización como formas de alentar la memoria colectiva y reforzar la cohesión social.

Un segundo cambio ocurrió respecto lo que la sociedad valoraba de los individuos. En los grupos de cazadores las personas valían por lo que aportaban al grupo: lo crucial era ser un determinado tipo de persona, con un bagaje de habilidades y destrezas y un grado de compromiso cooperativo. A partir de la agricultura y sobre todo desde que los recursos fueron considerados propiedad privada heredable, lo que empezó a valer era lo que se poseía: la extensión de la tierra, las cabezas de ganado, los sacos de granos cosechados. A partir de las sociedades agrarias, la desigualdad comenzó a crecer y la población inició un proceso o de estratificación e inequidad que en olas de avances y retrocesos se ha convertido en el tipo de desigualdad material que tenemos hoy.

En ese contexto los matones y polizones que estaban controlados entre los cazadores tuvieron espacio para prosperar y acumular. En muchos aspectos la historia de las sociedades agrícolas es la historia de como los oportunistas y matones escaparon al control del grupo.

POR QUÉ SEGUIMOS COOPERANDO

Como dijimos, las hormigas se organizan desigualmente porque están programadas genéticamente para eso. Pero los humanos no. Entonces, ¿por qué los perdedores de estas nuevas sociedades aceptaron que una elite minoritaria se llevara las mejores tajadas del trabajo cooperativo grupal?

Algunas respuestas[4] sugieren que la acumulación de recursos y el aumento de la densidad poblacional generó las condiciones para amplificar la competencia y la violencia entre las comunidades sedentarias. La razón es que los recursos almacenados y producidos por la agricultura pueden ser enajenados por grupos más poderosos. Se generó entonces un mundo social más complejo y violento, donde se instaló una fuerte competencia entre los grupos por acceder a esos bienes. Como bien lo propone Kim Sterelny en The Pleistocene Social Contract (2021), en un mundo de violencia intercomunitaria, la riqueza material se puede convertir en poder político y, por lo tanto, en más riqueza material, acelerando el proceso de desigualdad y formación de élites, las cuales se vuelven más difíciles de controlar. Especialmente si se establece en un mundo de relaciones intergrupales depredadoras, quienes están fuera de las élites se enfrentan a un entorno difícil para la toma de decisiones.

Bajo esta hipótesis, aquellas comunidades capaces de crear normas, convenciones, rituales y religiones con las que pueden reforzar la cohesión interna de los grupos estratificados y desiguales, son las más exitosas y pueden expandirse más rápido. Y es esa característica la que induce a los individuos pobres a adoptar comportamientos cooperativos que no los favorecen, ya que para ellos la alternativa sería aún peor: por ejemplo, ser esclavizados por otras de las comunidades.

Dicho de otro modo, el costo de un colapso comunitario es tan alto que los individuos que son explotados están dispuestos a tolerarlo.

Llegados a este punto debemos volver al presente y hacer una pregunta crucial. Si las sociedades humanas están estructuradas para mantener cierto orden a partir de un crecimiento económico que se reparte desigualmente, ¿qué nos espera en un escenario en que -como dijimos en el capítulo anterior- ya no tenemos la energía barata para seguir produciendo riqueza? O, dicho desde una perspectiva histórica, si nuestro actual proyecto civilizatorio industrial está basado en un stock de energía finito ¿no es esta una aventura tremendamente peligrosa?

A ese tema dedicaremos el capítulo siguiente.


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Sterelny, K. (2011). From hominins to humans: how sapiens became behaviourally modern. Philosophical Transactions of the Royal Society B: Biological Sciences, 366(1566), 809-822.

[2] Heinrich, Joseph (2004). Demography and cultural evolution: how adaptative cultural processes can produce maladaptative losses-The Tasmanian case.  American Antiquity 69(2): 197-214

[3] Lima, Mauricio (2022). De expansiones y Retiradas. Ediciones UC.

[4] Sterelny, Kim (2021) The Pleistocene Social Contract: Culture and Cooperation in Human Evolution. Oxford University Press, New York.

3 comentarios de “Serie El Colapso: Nunca fuimos sustentables

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  2. JOEL ARRIAGADA dice:

    muy interesante el desarrollo del tema, tenia una vaga elaboracion del desarrollo humano, siempre con grupos mas fuertes dominando a otros grupos y destruyendolos, para luego declinar ante otro, que se repite como una nueva oleada en distintas epocas y lugares, y la colaboracion y la paz serian espejismos que perseguimos eternamente, pero que no son posibles en este contexto, para crecer el poderoso requiere de obtener mas energia, que extrae de sus conquistados, los que al no tener mas, provocan la caida del imperio, no se requieren rebeliones, solo se acaba la energia que sustenta el sistema, hojas para hongos, madera para escarabajos, quilas para roedores en las ratadas, carbon, petroleo, sol para los que hacen fotosintesis y plantas para los viven primariamente de ellas- reflexiones de un trasnochado….pero aun creemos en los sueños…. o queremos creer, o necesitamos creer…

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