Este es el primer perfil de Lucía Hiriart publicado en español, en 2002. Hablan su guarda espaldas, la modista de alta costura que le diseñaba trajes de dos piezas y las hijas de la periodista de El Mercurio que la instruyó sobre la vida social chilena. Su ex jefa de gabinete cuenta que semanalmente llegaban al despacho de la esposa de Pinochet cartas de mujeres desesperadas consultando por la suerte de algún familiar detenido o desaparecido. Para responderles, Hiriart acudía a la principal fuente del terror de aquellos años: el general Manuel Contreras.
La primera vez que los chilenos supimos de Lucía Hiriart de Pinochet, fue por una nota publicada en el diario El Mercurio, pocos días después del golpe militar de 1973. Bajo el título “Entrevista a la esposa de un soldado”, aparecía una mujer sencilla, con un clásico peinado de peluquería de barrio -melena a la oreja, partidura a un lado- y una sonrisa maternal[1].
“El hogar de los Pinochet Hiriart refleja en todos sus detalles la equilibrada y agradable personalidad de Lucía”- escribió la autora de la nota, la periodista Ada Mongillo, quien tiempo después empezó a trabajar para ella.
-Continuaremos nuestra vida normal, como ha sido siempre. No nos vamos a mover de nuestra casa- le contestó Lucía, completando un feliz cuadro de austeridad y desapego por lo material; un retrato de “disciplina, sobriedad, sacrificios”, como escribió la propia Mongillo.
Menos de un año después la vida de Lucía Hiriart había cambiado radicalmente. Contrató los servicios de Laura Rivas Vial, la única modista que ha representado a la afamada tienda de alta costura francesa Nina Ricci en Chile. La relación duró alrededor de siete años y durante todo ese tiempo, Rivas Vial la vio elegir las mejores telas, los diseños más exclusivos.
-Enviaba circulares a las esposas de los ministros para que en los cócteles y fiestas nadie imitara sus tenidas- cuenta Rivas.
En una oportunidad, la esposa de un secretario de Estado llegó vestida igual a ella: traje blanco dos piezas, cartera y zapatos en el tono.
-La señora Lucía había enviado su famosa circular, así es que se acercó, tomó a la mujer de los cachetes y le dijo: ‘te perdono nada más que porque eres jovencita’- relata Rivas.
Dentro de su atuendo, los zapatos eran lo que más la obsesionaba. María Angélica Muñoz, capitana (r), jefa de gabinete de Lucía Hiriart entre 1977 y 1979, recuerda que una vez al año la visitaban en su despacho los representantes de una conocida marca de calzados, para mostrarle la colección de la nueva temporada.
-Ella iba indicando con el dedo. A veces elegía 15 o 20 pares, con el compromiso de que no saldrían a circulación sino hasta el año siguiente, cuenta.
Diez años después de su promesa de llevar una vida austera, su afición por el lujo superó todos los parámetros de un país pobre, como era Chile entonces. En 1982, los Pinochet iniciaron en secreto la construcción de “La Mansión de Lo Curro”, una fortaleza ubicada en uno de los barrios más exclusivos de Santiago. La propiedad costó el equivalente al 5 por ciento del presupuesto destinado a Obras Públicas por el gobierno militar. Sólo en el terreno, de 80 mil metros cuadrados, gastaron un millón de dólares de la época. Tenía seis niveles, 62 mil metros cuadrados de parques, piscina, dos canchas de tenis, gimnasio, sala de cine y sauna. Para los diseñadores lo más difícil (y caro) fue dar con el gusto de la dueña de casa, quien hizo cambiar el mármol del hall de entrada porque no le gustó el color.
Lucía estaba muy entusiasmada con su nuevo hogar: con la tina provista de aguas vibratorias que tenía el baño de su marido y con las paredes llenas de espejos que tenía el suyo.
Alberto Chaji, quien fue su escolta personal durante casi todo el gobierno militar, recuerda que insistía con acelerar la construcción. “Augusto, apúrate con eso” le decía a Pinochet.
Pero en 1983 la revista opositora Cauce reveló los detalles de la mansión. Tal fue el impacto de la nota (dio la vuelta al mundo), que los Pinochet nunca se atrevieron a ocuparla.
Eran los años del poder total, cuando su marido declaraba: “En este país no se mueve una hoja sin que yo lo sepa”. Pero todo poder tiene un límite y tras el incidente de Lo Curro, Lucía entendió que debía mantener más en reserva sus gustos.
LA PRIMERA EN SER SALUDADA POR EL GENERAL
Lucía Hiriart debió aprender mucho durante los 17 años que duró el gobierno de su marido. Y la mujer que la educó en lo que se debe y no se debe hacer fue Ada Mongillo, la citada periodista que le hizo la primera entrevista.
Así como Pinochet tenía su edecán, Lucía la tenía a ella: una señora mayor (falleció en 2001) de anteojos poto de botella, que había sido amiga de su madre y que en las ceremonias oficiales se paraba detrás suyo, para tomarle el pulso a la audiencia.
Adita, como le decían en el gabinete, era su brazo derecho, su paño de lágrimas y la que la ayudaba a mantener a raya los kilos demás. Ella la llevó a vestirse donde la Laurita Rivas y donde “Pepe”, como llamaban entre ellas a José Cardoch, modisto top en los 80 en Chile. Ella le buscó un sombrerero (Lily Hats) y un peletero que le hiciera los abrigos. Las hijas de Mongillo recuerdan que su madre, la primera periodista que cubrió la vida social en Chile, le decía a una joven e inexperta Lucía quién era de este lado y quién del otro; a quién recibir y a quién no.
-No se dice “así que”. Se dice “así es que”, la instruía Mongillo.
-Lucía era una señora de militar que de repente llegó arriba. Mi mamá tenía mucho criterio social, mucho contacto, y la formó como Primera Dama, afirma Oriana Lazo Mongillo.
“Lucía Hiriart contrató los servicios de Laura Rivas Vial, la única modista que ha representado a la afamada tienda de alta costura francesa Nina Ricci en Chile”
Nadie imaginaba entonces que esta mujer de 1.65 de estatura, que terminó el colegio para casarse con un teniente y que nunca más volvió a estudiar, se alzaría como un poder paralelo al de su marido. Durante el gobierno militar llegó a dirigir una decena de instituciones de ayuda social y tenía bajo su mando a 45 mil voluntarias: un contingente más grande que el de Carabineros.
Tal era su influencia, que Pinochet ordenó cambiar el protocolo para elevar a su esposa por sobre los miembros de la Junta de Gobierno, sus socios en el golpe militar. Así, en los actos públicos, la primera en ser saludada por el general era “la Coordinadora de Organizaciones Femeninas, señora Lucía Hiriart de Pinochet”.
Y Lucía ejercía ese poder.
-El ministro que se llevaba mal con ella simplemente no era ministro-, afirma la capitana (r) María Angélica Muñoz.
-Y te aseguro que si Pinochet no asistía a los eventos que ella organizaba, le sacaba la mugre-, se ríe una de las hijas de Mongillo.
EL ESCOLTA DE LUCIA
Por cierto, quien más sabe del temperamento de su esposa es Pinochet. Cuando nombró a Alberto Chaji su escolta, le dijo: “tu que eres chino y tienes paciencia china, ándate a trabajar con ella”.
Todo el carácter de su Lucía -esa fuerza instintiva y práctica- tendía a caer a sesgo sobre el propio Pinochet. Cuando estuvo detenido en Londres, acusado de cometer “crímenes contra la humanidad”, ella fue implacable. Según reveló The Sunday Telegraph, en una oportunidad el general confió a sus aliados políticos que estaba resignado a morir allí. “Es parte de mi sacrificio por la Patria”, expresó, emulando el padecimiento de Bernardo O’Higgins, libertador chileno que murió desterrado en Lima.
Pero Lucía no lo dejó terminar la frase. “¿Y el dinero?, preguntó. ¿De dónde lo vamos a sacar? ¿Y tu familia?”. Tras la arremetida, un apesadumbrado Pinochet levantó las manos y respondió: “pero si no es culpa mía”.
Esta es Lucía Hiriart o Lucy, como la llama Pinochet en la intimidad; o “Doña Lucía”, como le decían sus seguidoras; o “La Primera Dama de la Nación”, como figuró durante años en los medios chilenos.
El personaje más determinante y menos estudiado de la vida del dictador. La que lo instó a ascender en su carrera (“yo le decía que tenía que ser por lo menos ministro de Defensa”, contó en una entrevista); la que en los momentos de inseguridad hacía mandas ofreciendo no usar sus joyas durante una semana, según relatan las hijas de Ada Mongillo; la que le prohibió a su fotógrafo oficial que la retratara de perfil.
En sus memorias, Pinochet ha dicho que Lucía lo incentivó a participar en el golpe militar, echando mano a su descendencia.
-Una noche mi mujer me llevó a la habitación donde dormían mis nietos y me dijo: “ellos serán esclavos porque no has sido capaz de tomar una decisión”.
A ella no le ha gustado que Pinochet pierda el poder. Tras librarse del juicio en Londres, los tribunales chilenos lo despojaron de su fuero como senador vitalicio, para someterlo a proceso por su presunta responsabilidad en 20 secuestros. Al conocer la noticia, su esposa afirmó sin compasión:
-Está viejo, enfermo y sin poder.
Ahora que Pinochet es un anciano de 86 años, Lucía Hiriart no puede quitarle los ojos de encima. El ex dictador apenas se sostiene y aunque un enfermero lo acompaña todo el tiempo, siempre ocurren imprevistos. Como lo sucedido en marzo pasado. El general estaba solo en su escritorio y quiso pararse. Perdió el equilibrio y botó un busto de su admirado Bernardo O’Higgins. El pesado bronce le cayó en el pie y le quebró el dedo gordo.
LA FAMILIA PINOCHET
De niña, Lucía conoció el poder y los lujos. Su padre, Osvaldo, era un prestigioso abogado radical que en la década del 50 llegó a ser ministro del Interior. Su madre, también llamada Lucía, era famosa en la ciudad de Antofagasta: fue la primera en tener auto, usaba pantalones, fumaba y tomaba aperitivo, lo que para la época era considerado una audacia.
“Si a comienzos del gobierno militar ella y su marido salían juntos de viaje por el país, pronto se dio cuenta de que Pinochet la opacaba. ‘Así es que empezamos a adelantarnos unos días a las giras de mi general”, recuerda un miembro de su escolta
Por eso, cuando la mayor de sus hijas anunció que se casaba con un militar, a los Hiriart se les erizaron los pelos.
-Los Pinochet eran una familia pobre (…) Personas que la clase dirigente consideraba socialmente inferiores-, explica el historiador Gonzalo Vial, ex ministro de Educación del régimen.
La afirmación molesta a la mayor de los hijos del dictador, Lucía Pinochet. Pero luego reconoce que parte de los Hiriart no estaban muy de acuerdo con el
matrimonio “porque en la familia de mi madre nunca había habido un militar, y antes los miraban un poco despectivamente”.
Lucía y Augusto se casaron el 30 de enero de 1943 y comenzaron 30 años de austeridad para Lucía. Desde entonces, ella tuvo la típica vida de esposa de militar, dedicada a lo social. Cuando Pinochet fue destinado a Arica, ella trabajó en el “Comité de Damas del Club de Leones” de esa ciudad. Luego, en Iquique, fue presidenta del “Asilo de la Infancia”. Y en Antofagasta, integró la Acción Católica. Sólo un detalle la distanció del resto de las esposas de uniformados: nunca quiso vivir en poblaciones militares.
En 1973, Pinochet había llegado casi tan alto como su mujer esperaba: era el número dos en el Ejército y tenía altas posibilidades de ser nombrado Comandante en Jefe.
Eran los álgidos días de la Unidad Popular y Lucía Hiriart cosía sábanas, como hacían todas las señoras del Alto Mando del Ejército. Entre las más cercanas a ella estaba Sofía Cuthbert, esposa de Carlos Prats, superior directo de Pinochet hasta que éste lo reemplazó, en agosto de 1973.
-Cada 15 días las esposas de los generales nos juntábamos en la casa de Sofía para hacer ropa de cama para el hospital militar. Allí hablábamos de nuestras familias. Lucía era muy buena mamá, muy preocupada de sus hijos. Siempre nos decía que la llenaba de orgullo ser la hija de un ex ministro de Interior- recuerda la esposa de un general de la época que prefirió no identificarse. “Lucía y Sofía eran muy amigas. Estuve en varias recepciones en la casa de los Prats a las que asistió ella”.
En septiembre de 1974, en Buenos Aires, los Prats fueron asesinados por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). El organismo dependía directamente de Augusto Pinochet.
EL EJÉRCITO CEMA
Entre 1973 y 1977, Lucía Hiriart creó y refundó casi una decena de instituciones (Fundación Septiembre, Corporación Nacional del Cáncer, Fundación Nacional de Ayuda a la Comunidad, Comité Nacional de Jardines Infantiles y Navidad, etc). De todas ellas, con la que más se identificó fue CEMA-Chile, una red de centros de madres donde las mujeres de más bajos recursos eran instruidas en los más diversos oficios, desde artesanía hasta puericultura y bordados.
A través del CEMA, Lucía puso en marcha a esposas, hijas, madres y abuelas de militares, quienes recorrían el país regalando ajuares para los recién nacidos: “cunitas, pañalcitos, calzoncitos”, como los enumeraba ella.
Las cónyuges de los uniformados participaban en esta institución siguiendo la misma graduación de sus maridos. Lucía Hiriart era la presidenta. Las mujeres del generalato, tenían a cargo la dirección nacional. Las de los comandantes asumían la vicepresidencia regional y de ahí para abajo, la labor la compartían las esposas de coroneles, mayores, capitanes, tenientes, suboficiales.
A poco, las mujeres comenzaron a ser evaluadas y con ellas, sus maridos. Ellas podían elevar o sepultar sus carreras.
-Cuando una voluntaria cumplía las órdenes al pie de la letra, se mostraba entusiasta y creativa, la carrera de su esposo estaba asegurada. Por el contrario, si se trataba de una mujer rebelde o desinteresada, su marido quedaba en entredicho-, revela un ex oficial de Ejército.
Tras esta labor no sólo se edificó una insospechada plataforma social para el gobierno militar. El voluntariado se transformó también en una de las más eficientes armas de disciplina interna. Las esposas de los ministros, subsecretarios y de cuanto civil rondó al general, tuvieron que colocarse también sus respectivos delantales de colores (había damas de rojo, verde, rosado).
“No se dice ‘así que’. Se dice ‘así es que”, la instruía Ada Mongillo, quien fue por años periodista de Vida Social de El Mercurio
Paralelamente, socias y voluntarias eran aleccionadas en política. A mediados de los 80, Lucía Hiriart inauguró las “clases de actualidad” ofrecidas por oficiales del Alto Mando del Ejército. Así, las mujeres que asistían a los centros de madres, podían combinar sus cursos de macramé y bordado con charlas sobre, por ejemplo, la “Estrategia de penetración comunista en la sociedad chilena”. Por su colaboración, los oficiales recibían de manos de la Primera Dama “galvanos de distinción”. De paso se aseguraban su estima, clave en la continuidad de sus carreras.
-La red de voluntariado trabajaba en comunas y barrios pobres. Esa era la forma de la señora Lucía de luchar contra el comunismo- recuerda María Angélica Muñoz.
-Hay que convencer a esta gente de que todo este tiempo estuvieron engañados- explicaba Lucía a sus mujeres.
DETENIDO EN LONDRES Y SIN PODER
Cuando Pinochet estaba detenido en Londres, le preguntaron a Lucía Hiriart si creía que él había ordenado matar y violar los derechos humanos de sus adversarios. La mujer contestó: “Jamás. Nunca Augusto pudo haber dado una orden en ese sentido. Mi marido no es capaz de matar un pájaro siquiera”.
Margarita Moreno, quien fue asesora legal de Lucía Hiriart por once años, niega que la mujer haya sabido de torturas, asesinatos, detenidos desaparecidos.
-La señora Lucía era muy caritativa. Tenía un corazón noble y muy sensible ante el dolor y la pobreza, la describe Moreno.
-¿Qué le pasaba entonces con el tema de los derechos humanos?
-Los derechos humanos no se tocaban en el gabinete.
-Pero usted dice que la señora Lucía era una persona sensible…
-No teníamos idea de las cosas que pasaban. No eran incumbencias de la Primera Dama, pues ella se preocupaba de la ayuda social.
Pero lo cierto es que la esposa de Pinochet conoció de primera fuente lo que ocurrió en el país. María Angélica Muñoz, su ex jefa de gabinete, recuerda que diariamente llegaban a su despacho decenas de cartas de mujeres desesperadas consultando por la suerte de algún familiar detenido o desaparecido. Para responderles, Lucía Hiriart acudía a la principal fuente del terror de aquellos años: el general Manuel Contreras, director de la DINA, condenado por el homicidio del ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, ocurrido en Washington.
-Contreras le contestaba, indicándole que no había registro, que la persona había abandonado el país o que había fallecido por intento de fuga-, recuerda Muñoz.
Lucía Hiriart transmitía esas respuestas con su firma, salvo en los casos de muerte.
-Por instrucciones de la Casa Militar, cuando se trataba de una muerte, la carta iba firmada por la jefa de gabinete-, explica María Angélica.
En una oportunidad, llegó a sus manos una misiva que amenazaba a Lucía Hiriart.
-Decía: ’así como yo he perdido a mi hijo, te vamos a raptar a uno de tus nietos, para que sepas qué se siente no saber dónde está un familiar’. Yo la transcribí y la llevé a la Casa Militar para que me dieran instrucciones. La señora Lucía se enteró y me llamó la atención, pues era un asunto de su gabinete-, recuerda María Angélica.
Agrega que Lucía Hiriart nunca supo que la principal razón para que la carta no llegara a sus manos era que estaba toda manchada con caca.
Una periodista que cubrió durante los ‘80 las actividades del régimen, cuenta que en temas de política dura, se podía obtener más información en el gabinete de “doña Lucía” que en el ministerio del Interior o la Secretaría General de Gobierno.
-Yo lo consulto todo con la almohada y mi almohada es Augusto- dijo en cierta oportunidad la mujer.
La influencia era recíproca. Un ex asesor de Pinochet afirma que su esposa “era el único personaje influyente en el general”. “Por cansancio”, agrega otro. Pero Lucía era independiente y le gustaba tener agenda propia. Y si a comienzos del gobierno militar ella y su marido salían juntos de viaje por el país, pronto se dio cuenta de que Pinochet la opacaba. “Así es que empezamos a adelantarnos unos días a las giras de mi general”, recuerda un miembro de su escolta.
En un hecho inédito en Chile, la esposa del Presidente se convirtió en fuente noticiosa y todos los medios de comunicación destinaron periodistas a seguirla. Hubo declaraciones suyas que hicieron historia, como aquella de 1984, cuando el gobierno de Pinochet se enfrentó por primera vez a las protestas de una incipiente oposición. La respuesta del régimen fue enérgica: cientos de detenidos, dirigentes políticos relegados, toque de queda. Pero a “doña Lucía” no le pareció suficiente.
-Si yo fuera jefa de gobierno sería mucho más dura que mi marido. ¡Tendría en estado de sitio a Chile entero!, declaró. Para luego agregar: “Miren cómo nos estamos perjudicando ahora por culpa de los terroristas. En estos momentos hay cortes de luz. Sin energía eléctrica no pueden funcionar los locales comerciales, las peluquerías”, reclamó empinada sobre sus zapatos reina.
Pero fue el plebiscito de 1988, cuando los chilenos tuvieron que votar Sí o No a la continuidad de Pinochet, el que hizo emerger con mayor fuerza a la Lucía política. Hizo una campaña tanto más intensa que el general. Recorrió el país de norte a sur y en sus discursos no dudó en echar mano a los fantasmas del pasado. Pero todo el esfuerzo desplegado por “doña Lucía” no fue suficiente y Pinochet perdió.
“Fue un dolor muy grande para ella porque nunca se imaginó esa derrota “, recuerda Margarita Moreno, su ex asesora legal.
De la pena y la desilusión, sin embargo, Lucía pasó rápidamente a la acción. Así como su marido pidió la renuncia a todos sus colaboradores y cambió el gabinete, ella anunció “transformaciones fundamentales” en la labor de CEMA: cerró la fábrica de casas de madera y ordenó una reestructuración en los hogares para la niña adolescente. Por los mismos días, una nota titulada “Acuartelamiento en CEMA Chile” informaba que las integrantes del consejo – Gesa de Siebert, Adriana de Canessa, Silvia de Núñez, todas esposas de generales- habían puesto sus cargos a disposición de la presidenta nacional. Se disminuyó la planta de funcionarios y también las sedes regionales.
A la larga Lucía Hiriart resultó mucho más eficaz que Pinochet a la hora de conservar el poder: más olfato y más persistencia. Él dejó la Presidencia de la República en 1990 y la Comandancia en Jefe del Ejército en 1997. Su esposa, sin embargo, mantiene la presidencia de CEMA Chile hasta hoy.
Mucho antes del plebiscito, en 1981, esta mujer ya había realizado los cambios necesarios para perpetuarse en el poder. Entonces, se estableció que la institución sería presidida no por la esposa del Presidente sino por la cónyuge del comandante en jefe del Ejército (Pinochet en esa época ejercía los dos cargos). Luego, cuando su marido tuvo que dejar el uniforme, en 1997, realizó un nuevo cambio a los estatutos: la institución pasaría a ser presidida por “la esposa de un oficial de Ejército o una señora de civil”.
Estar a la cabeza de CEMA no es una cuestión menor. De acuerdo a los últimos balances entregados por la fundación, su patrimonio supera los 5 millones de dólares y sólo en “operaciones de acción social” perciben alrededor de un millón y medio de dólares.
Ahora, la fundación está lejos de ser lo que fue en dictadura. Su voluntariado es la sexta parte de lo que era entonces, pues las esposas de los militares ya no están obligadas a participar en este tipo de instituciones. Además, si desean ser voluntarias, pueden elegir entre CEMA y otra fundación creada por la esposa del general Ricardo Izurieta, quien sucedió a Pinochet en el cargo (hasta marzo de 2002, cuando pasó también a retiro).
Pero así como Pinochet se distrae conversando del pasado con su amigo el general (r) Luis Cortés Villa -“Le gusta que le pregunten cómo era como teniente o capitán”, cuenta Cortés-, lo propio hace Lucía con sus señoras del CEMA. En la decena de mujeres que se mantienen allí desde la época del gobierno militar, Lucía Hiriart se apoya, se siente querida. Además, la tratan igual que cuando era “Primera Dama”. Hablan de la “señora Lucía” con devoción y temor, la saludan para sus cumpleaños, le organizan té con las socias.
Sobre todo, la comprenden. Según un familiar cercano a los Pinochet, el estar todo el tiempo juntos ha puesto tensos a Lucía y Augusto. “En una de sus últimas discusiones, Lucía lo echó de la casa y Augusto se tuvo que ir al departamento de la playa de Reñaca con sus escoltas”, cuenta.
Es que así es Lucy. No lo va a saber Augusto.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Este perfil fue publicado originalmente por la autora en la Revista Gatopardo, en agosto de 2002.
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