La autora sostiene que el Neoliberalismo no trae tantas ideas nuevas, como sugiere Titelman, porque tanto el liberalismo (ya desde el siglo XIX), como la derecha (desde el siglo XX), propusieron una defensa fuerte del mercado como sistema de intercambio y motor de progreso.
En una columna publicada hace algunos días en este mismo medio, Noam Titelman defiende la tesis de que el neoliberalismo sería «como una ideología, que junta elementos liberales con conservadores de manera inédita». En otras palabras, Titelman sostiene que aquel neoliberalismo que el gobierno de Gabriel Boric debiese superar es, precisamente, la alianza entre esas dos vertientes ideológicas que, aunque distintas, se complementan en contra del socialismo. Siguiendo a Mario Góngora [1], describe que el neoliberalismo se habría dado de un modo novedoso en Chile bajo la dictadura militar, a partir de la introducción de un nuevo modelo económico[1].
Sin embargo, en su intento por precisar el concepto de neoliberalismo, la columna de Titelman incurre en dos grandes confusiones: primero, al reducir el neoliberalismo a la alianza estratégica que en Chile se ha dado entre liberales y conservadores, su análisis termina aludiendo a la derecha en general más que al neoliberalismo en particular; y, segundo, al describir la doctrina económica del neoliberalismo como tal —en particular, a partir del pensamiento de Friedrich Hayek (1899-1992)—, refiere a ideas propias del liberalismo clásico que, sobre todo en el siglo XIX, se caracterizó por una defensa fuerte del mercado como sistema de intercambio y motor de progreso.
Esta columna apunta, justamente, a poner sobre la mesa estas dos confusiones de Titelman que, en todo caso, tienden a ser frecuentes entre quienes, desde la izquierda, describen el modelo chileno como «neoliberal». Consciente o inconscientemente, la mayoría de estas aproximaciones siguen a Góngora, un autor que puede adscribirse a un antiliberalismo furibundo, incluso en el marco de lo que puede etiquetarse como «fascismo católico» [2].
LA IGUALDAD NO ES EL TEMA: «EL DIABLO ESTÁ EN LOS DETALLES»
Titelman tiene razón cuando sostiene que en el siglo XX liberales y conservadores se habrían unido en contra del socialismo como enemigo común, pero se equivoca al situar esta alianza en el neoliberalismo desarrollado en la dictadura militar. Además, la pretendida novedad que Titelman parece ver en la doctrina económica del supuesto neoliberalismo chileno es muy anterior a la dictadura militar. Desde que se configuró como una alianza política, mucho antes de la dictadura, la derecha siempre tuvo en mente un proyecto de modernización capitalista que, por diversas razones, nunca pudo concretarse en democracia. Sofía Correa ha tratado in extenso este tema en su libro Con las riendas del poder (2004) [3]. Pero digamos brevemente que, en parte, tal derrota se debió a las dificultades que enfrentó el gobierno de Jorge Alessandri (1858-1964), que careció tanto de mayoría parlamentaria como del apoyo de la Iglesia católica, la cual estaba a favor de una reforma agraria más radical que la que impulsaba su gobierno (la llamada «reforma del macetero»).
“La pretendida novedad que Titelman parece ver en la doctrina económica del supuesto neoliberalismo chileno es muy anterior a la dictadura militar”
También con relación a la derecha, la columna aquí respondida efectúa una representación algo caricaturesca de este sector político. Siguiendo a Norberto Bobbio, escribe Titelman que lo que caracterizaría a la derecha en su conjunto es una disposición más favorable que las izquierdas hacia la desigualdad («… la derecha, en cambio, es un proyecto de reivindicación de desigualdades que existen, existieron o que se percibe que debiesen existir»). ¿Es esto realmente así? Aunque tal cosa pueda sostenerse respecto a la desigualdad de resultados, no cabe respecto de la desigualdad de oportunidades. Si se miran los programas de la derecha durante todo el siglo XX, puede percibirse una preocupación constante por mejorar las condiciones materiales de las personas vulnerables. La diferencia radica en el hecho de que esta preocupación nunca ha pasado por la estatización de los medios de producción, como emblemáticamente ocurrió con la Unidad Popular, sino por acciones focalizadas con vistas a superar la necesidad y, además, por medio de la participación de la sociedad civil en tales acciones, las que incluyen obviamente al mercado. Por ejemplo, en 1953, el líder conservador José María Cifuentes se pronunciaba a favor de «una especie de bono o vale que el padre hace efectivo en favor de la escuela en que resuelva educar a su hijo» [4]. Claramente, la idea de un voucher en favor de los padres no fue un invento neoliberal de los Chicago Boys, como se suele insinuar. Por eso, cabe decir que resulta discutible la afirmación de que la derecha descarta la igualdad como principio orientador de su acción política; lo que más bien se puede sostener es que la forma en que afronta la desigualdad es diferente a la de la izquierda. De ahí la expresión, que se ajusta a este caso, «el diablo está en los detalles».

Asimismo, la columna comentada caracteriza a la derecha como fundamentalmente «preservacionista» de un orden ya establecido. Esto, como es obvio, no calza con la idea de una «revolución desde arriba» para introducir en Chile el modelo neoliberal, que es la tesis de Góngora, seguida por Titelman. Aunque el conservadurismo del siglo XIX sí podría ser caracterizado de esa manera —por ejemplo, en su lucha por mantener el papel preeminente de la Iglesia católica en la sociedad y en el Estado—, para el siglo XX dicha representación resulta algo problemática. En concreto, la preocupación por la llamada cuestión social no fue monopolio de la izquierda, sino que también inquietó tanto al mundo conservador como al liberal. Tampoco respecto a los últimos treinta años puede afirmarse que la derecha se haya opuesto obstinadamente a cambios en esta materia. Los dos gobiernos de Sebastián Piñera mal pueden ser calificados como «preservadores de jerarquías» (por ejemplo, la idea de una «clase media protegida» buscaba un sistema de bienestar más que meramente subsidiario). El punto clave tiene más bien que ver con el rol que se le asigna a la sociedad civil y al mercado en la provisión de los derechos sociales. Mientras la tesis del Frente Amplio y del presidente Boric —basada en lo que Fernando Atria llama «el régimen de lo público»— excluye o limita fuertemente la provisión privada, a través del mercado, de los derechos sociales, los programas de la derecha siempre la han impulsado. Otra vez, aquí «el diablo está en los detalles».
LA INFLUENCIA DE HAYEK: ¿UNA UTOPÍA LIBERAL?
La segunda confusión detectada en la citada columna se refiere a la representación del neoliberalismo como algo novedoso, cuando en realidad se hace referencia al liberalismo clásico. Titelman parece asumir la célebre tesis de Góngora en torno a que la identidad chilena habría carecido de una cultura empresarial o promercado. Por eso, para Góngora, Hayek sería una suerte de ideólogo de lo que el historiador llamó la «revolución desde arriba» de la dictadura, esto es, una revolución sin antecedentes previos en la historia de Chile. Recordemos que, para Góngora, Chile no solo habría carecido de una cultura de mercado, sino además el Estado habría siempre, hasta la dictadura, creado la nación, esto es, la identidad y cultura del país. En otras palabras, para Góngora, el pensador austríaco habría sido la base intelectual del modelo económico impulsado por la dictadura de Pinochet, un modelo eminentemente contrario a la tradición chilena, por definición estatista.
“Ni la derecha descubrió el mercado con el neoliberalismo ni tampoco el neoliberalismo reivindicó por primera vez el mercado como instancia de cooperación de la sociedad civil”
Es verdad que Hayek fue uno de los más importantes economistas y filósofos liberales del siglo XX. Luego de haber sido un economista más bien académico, su figura saltó a la fama con la publicación de Camino de servidumbre en 1944, obra en la denunció los sistemas de planificación central y los totalitarismos de ese entonces. En 1960, publicó otra obra célebre: Los fundamentos de la libertad, en la que sistematizó su filosofía política, jurídica y económica. En los años 70, hizo lo propio en tres tomos con Derecho, Legislación y Libertad. Y en 1974 obtuvo el Premio Nobel de Economía. Sin embargo, para la década de los 70 —durante la cual se escribió la Constitución de 1980— Hayek no era un autor muy conocido en Chile.
Por esta razón, y aunque a primera vista parezca tentadora la tesis de Góngora, no hay antecedentes serios que permitan sostener la influencia del pensador austríaco en el proceso político, identificado como neoliberal. Por ejemplo, el trabajo de Bruce Caldwell y Leonidas Montes (2015) [5] sobre las visitas de Hayek a Chile descarta que Jaime Guzmán haya tenido acceso a la obra del pensador austríaco. Además, la recepción de Hayek en Chile comenzó después de la aprobación de la Constitución de 1980, sobre todo a partir de la difusión de su obra en el Centro de Estudios Públicos (CEP).
Pero, en línea con Góngora, Titelman señala que el pensador austríaco habría buscado desarrollar una «utopía liberal», la cual a su vez habría influido en el proyecto económico de la dictadura militar en Chile. Para argumentar que Hayek creía en la idea de utopía como planificación (una supuesta paradoja en su pensamiento), Titelman cita su ensayo «Los intelectuales y el socialismo», publicado originalmente en 1949. Pero en este ensayo, Hayek en realidad dice lo siguiente: «Lo que nos falta es una utopía liberal, un programa que no parezca ni una defensa de las cosas tal y como son ni una especie de socialismo diluido, sino un radicalismo verdaderamente liberal». Más adelante, recomienda que este no sea tan práctico como para sólo limitarse a «lo políticamente posible» [6]. Al igual que Daniel Mansuy (2018) [7], Titelman comete el error de asociar el concepto de utopía en un sentido blando (como un ideal normativo de sociedad) con el concepto de utopía en un sentido duro (como un modelo de planificación o de ingeniería social).Esta distinción es importante, porque permite cuestionar la tesis de Góngora sobre el mismo Hayek y el neoliberalismo chileno como ejemplo de un «constructivismo» ajeno a la cultura chilena. Sin embargo, la defensa del mercado como eje de la vida social —y que Titelman parece atribuirle a Hayek como gran novedad— es algo característico del liberalismo clásico; y no solo a nivel práctico, como así ocurrió en Chile, sino también a un nivel teórico en el conjunto del mundo occidental. Por ejemplo, la misma idea de los vouchers —con la que se suele identificar la mercantilización de la educación a través del lucro— ya fue planteada en el siglo XIX por John Stuart Mill en su emblemático libro On Liberty (1859). Mill decía que el gobierno podría permitir «a los padres obtener la educación dónde y cómo quisieran y se contentaría con ayudar a pagar los gastos escolares de los niños de las clases más pobres, haciéndose cargo del gasto total de quienes no tuvieran a nadie que pagara por ellos» [8].
En resumen, la representación que Titelman realiza del neoliberalismo chileno como algo inédito en nuestra historia termina refiriéndose, aunque de manera algo caricaturesca, a la derecha chilena en su conjunto, considerada desde una perspectiva de tiempo más amplia. Pero también termina siendo inexacta respecto del liberalismo promercado, que no cabe solo situarse en el llamado «neoliberalismo», sino que ya forma parte del liberalismo clásico. En breve, ni la derecha descubrió el mercado con el neoliberalismo ni tampoco el neoliberalismo reivindicó por primera vez el mercado como instancia de cooperación de la sociedad civil. Es por eso que, quizás, en el debate en curso sobre los cambios al modelo chileno, hoy representados en el proceso constituyente, no resulte tan fructífero recurrir a la noción de neoliberalismo, que es una categoría confusa y poco precisa. Probablemente, a diferencia de otros conceptos, no sea el neoliberalismo una categoría útil de análisis, ni para la academia ni tampoco para la política.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Al parecer Góngora es uno de los primeros intelectuales en utilizar el adjetivo «neoliberal» para referirse al modelo chileno.
REFERENCIAS
[1] Góngora, Mario (1981). Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos XIX y XX (Santiago: Editorial La Ciudad).
[2] Verbal, Valentina (2021), Antiliberalismo y fascismo católico. Las dos caras del pensamiento político de Mario Góngora, Atenea (524), 91-110.
[3] Correa Sutil, Sofía (2004). Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX (Santiago: Editorial Sudamericana).
[4] Cifuentes, José María (1953. El Partido Conservador Tradicionalista. Su programa y su acción (Santiago, s/e), p. 39.
[5] Caldwell, Bruce, y Leonidas Montes (2015). Friedrich Hayek y sus dos visitas a Chile, Centro de Estudios Públicos (137), 87-132.
[6] Hayek, Friedrich A. (2012). Los intelectuales y el socialismo, en Estudios de Filosofía Política y Economía (Madrid: Unión Editorial), 255-275.
[7] Mansuy, Daniel (2018). Historia y política en el pensamiento de Friedrich Hayek. Una aproximación a Law; Legislation and Liberty, en Daniel Mansuy y Matías Petersen, F.A Hayek: Dos ensayos sobre economía y moral (Santiago: IES Chile), 13-63.
[8] Mill, John Stuart (2013). De la libertad (Barcelona: Editorial Acantilado), 147.