Ilustración: Leo Camus

El gobierno de Boric se propone superar el neoliberalismo, pero ¿qué es neoliberalismo?

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El autor propone entender el neoliberalismo como el encuentro inédito que ocurre en la derecha política entre dos grupos de ideas por mucho tiempo antagónicas: por una parte, ideas conservadoras, que justifican el orden desigual a partir de causas “extrahumanas”; e ideas liberales, que justifican la legitimidad del orden político en el consentimiento individual.


En 1949, Frederich Hayek escribió The intellectuals and socialism. En este ensayo afirmó que los liberales necesitaban un nuevo radicalismo utópico que le haga frente al socialismo. Muchos ven en este llamado el nacimiento del neoliberalismo (aunque Hayek siempre haya rehuido de esa etiqueta).

Años después, el 27 de octubre de 1964, un Ronald Reagan sin mayor trayectoria política declamaba el discurso que le daría fama nacional como dirigente republicano. El discurso titulado Un tiempo para elegir ha sido citado en varias ocasiones como referente del programa político neoliberal en ciernes.  Quizás el fragmento más conocido de este discurso es el siguiente:

“A usted y a mí se nos dice cada vez más que tenemos que elegir entre izquierda o derecha. Bueno, me gustaría sugerir que no existe tal cosa como la izquierda o la derecha. Solo hay un arriba o un abajo: [arriba] el viejo sueño del hombre, el epítome en libertad individual consistente con la ley y el orden, o [abajo] caer hasta el hormiguero del totalitarismo. E independientemente de su sinceridad, sus motivos humanitarios, aquellos que cambiarían nuestra libertad por seguridad se han embarcado en este camino descendente.”

El neoliberalismo emerge, al menos en el ideario de la izquierda, como una doctrina caracterizada por un “fetichismo de libre mercado” (e.g. Ferguson, 2009; Peck, 2008). En otras definiciones, el neoliberalismo sería, además, un régimen de políticas públicas, basado en la mencionada doctrina, que se manifestaron en un proyecto político concreto implementado en el mundo en los 70s y tempranos 80s (Harvey, 2005). Por último, algunos han optado por claudicar del intento de siquiera definirlo, renunciando a otorgarle un valor más allá de una etiqueta difusa que engloba los “males del sistema” (Dunn, 2017).

Por otro lado, quizás la definición más productiva del neoliberalismo ha sido la que se ha desarrollado desde el otro lado del espectro político. Mario Góngora (1981) describió el proyecto neoliberal de la dictadura como una “revolución desde arriba”, con la pretensión de alcanzar una utopía de la “sociedad comercial”, una especie de “planificación liberal” (p.37).

En esta columna, basándome en lo propuesto por Góngora y profundizado posteriormente por Cristi (2000), propongo que es posible entender el neoliberalismo como una ideología, que junta elementos liberales con conservadores de manera inédita. A la vez sostengo que es una ideología definida dentro de la constelación de ideologías de la derecha política. En este sentido, esta columna es un intento de incluir en el mismo mapa a liberales, conservadores y neoliberales, especificando por qué los tres, en algunas circunstancias, pueden ubicarse en el hemisferio de la derecha política.

Es decir, para entender al neoliberalismo, más allá de la caricatura y de su uso instrumental, en estricto rigor, habría que partir por tener una propuesta de “derecha”, “liberalismo” y “conservadurismo”. Evidentemente, no hay suficiente espacio en esta columna (ni de cerca) para explicar a cabalidad todos estos elementos. Lo que pretendo es bosquejar algunas ideas matrices de estas familias ideológicas para dar una definición del neoliberalismo en su ecosistema de derechas, pero, en el proceso, sin duda se omitirán muchísimas sutilezas y distinciones.

LAS IDEOLOGÍAS DE DERECHA

Norberto Bobbio (1996) describía como criterio fundamental para distinguir a la izquierda de la derecha la disposición ante la igualdad y desigualdad. En particular, la izquierda se definiría por su convicción de que la mayoría de las desigualdades inaceptables son sociales y, por lo tanto, erradicables. En cambio, en la derecha se percibiría a la mayoría de las diferencias como necesarias y, por lo mismo, imposibles de erradicar.

Sin embargo, casi a renglón seguido, Bobbio advertía que estas diferencias podrán servir para distinguir “tipos ideales” de izquierda y derecha, pero al aterrizar estas definiciones, existirán muchísimas variaciones, en torno a quién es igual a quién y de qué modo. No se trata solamente de la percepción sobre la justicia o no de las desigualdades, sino la disposición ante ellas. La izquierda es, en última instancia, un proyecto de superación de ciertas desigualdades. La derecha, en cambio, es un proyecto de reivindicación de desigualdades que existen, existieron o que se percibe que debiesen existir. Otro nombre que se le ha dado a esta disposición de las derechas a preservar un orden establecido es el de “preservacionismo”. Lo que define a la derecha no es querer avanzar en una dirección diferente a la izquierda, es querer preservar un orden, una jerarquía particular.

Así, Lipset y Raab (1970) afirman que “la derecha ha sido definida básicamente en término de preservacionismo; la izquierda en términos de innovación” (p.19). En cualquier caso, lo relevante es no confundir una definición acotada de conservadurismo como un tradicionalismo (que en el contexto chileno se asocia al tradicionalismo cristiano) con este otro sentido amplio de preservacionismo, como reivindicación de un orden jerárquico.


“Propongo que es posible entender el neoliberalismo como una ideología que junta elementos liberales con conservadores de manera inédita”


El preservacionismo de derecha no se opone al cambio en abstracto ni defiende el orden en sí. Cada forma de la derecha manifiesta su preservacionismo respecto de un orden y una jerarquía en particular. Por ejemplo, los liberales de mercado ven las relaciones sociales estratificadas por desigualdades económicas como naturales y deseables. Otros sectores de la derecha, en cambio, podrán enfatizar la estructuras sociales de género o de raza (Gidron y Ziblatt, 2019; p.24). En este sentido, cuando Milton Fridman rechazaba que se catalogara a su visión de derecha como una defensa del estatus-quo estaba en lo correcto (Burgin 2012, p. 108). Su defensa era de un orden jerárquico particular (el de mercado), y en su defensa estaba dispuesto a modificar todos los demás (el orden familiar, nacional, etc.).

Una razón por la que es importante notar que el preservacionismo es la defensa de un orden concreto y no del orden en abstracto es que los partidos de derecha en democracia se ven empujados a luchar por preservar algunas de las jerarquías, mientras aceptan modificar otras. Y cada derecha lleva las huellas del orden jerárquico particular que defiende.

Entender a la derecha de ese modo, permite distinguir entre conservadores, liberales (de derecha) y neoliberales a partir de la jerarquía que se busca preservar y la forma en que se justifica esta preservación.

POR QUÉ LOS CONSERVADORES NO CREEN EN UTOPÍAS

El conservadurismo puede entenderse como aquella parte de la derecha que recoge su esencia preservacionista en el sentido más estricto. Las ideologías de esta vertiente suelen autodefinirse como una creencia “experiencial, concreta y delimitada” lo que se traduce en cierto impulso anti intelectual (Freeden, 1998; p. 317). Es decir, un rasgo definitorio de esta ideología es, siguiendo a Michael Oakshott, la negación de la relevancia de técnicas abstractas para dirigir la conducta humana. De allí que la simpatía de los conservadores con la tradición suele emanar de una defensa del “sentido común”.

Como explica Robin (2011), el conservadurismo a veces adopta como agenda un compromiso con un gobierno reducido y el libre mercado; en otras ocasiones defiende un Estado robusto y un orgullo nacionalista; y, en algunos ocasiones, una mezcla completamente distinta de políticas. Todos estos elementos pueden componer los modos de expresión históricamente contingentes del conservadurismo, pero no son su propósito motivador.

Así, el pensamiento conservador se caracteriza, por sobre todas las cosas, por su modo contingente, en el que “a diferencia de sus oponentes en la izquierda, ellos no presentan un mapa por adelantado de los hechos. Ellos leen situaciones y circunstancias, no textos y tomos (Robin, 2011, p.19). Es en este sentido que Oakeshott famosamente definió el ser conservador como el preferir lo familiar a lo desconocido, los hechos al misterio, lo cercano a los distante, lo conveniente a lo perfecto (1991). Por todo lo anterior, la antítesis del conservadurismo y su sentido común es el utopismo.

Los conservadores como Oakshott y Burke coinciden en su rechazo a un “cambio diseñado”, como el que promoverían las ideologías progresistas (liberales y socialistas), reemplazándolo por la idea de un “crecimiento orgánico”. En este sentido, el conservadurismo se opondría tanto al socialismo como al liberalismo por sus esfuerzos de mejorar la sociedad por medio de un desarrollo intencionado o “artificial”, en lugar del avance “natural” de la humanidad: al socialismo por promover la lucha de clases y, en última instancia, la superación de las desigualdades; al liberalismo por renegar de las jerarquías tradicionales y buscar sustituirlas por jerarquías “racionales”.

JUSTIFICACIÓN DE LA JERARQUÍA

Al menos un sector del liberalismo no comparte con el socialismo un lugar central para la igualdad. Es decir, existiría un sector del liberalismo que se podría describir como un liberalismo de derecha en la medida en que defiende la preservación de jerarquías, ante el asalto de fuerzas que buscan superarlas. La justificación de esta desigualdad es, sin embargo, profundamente distinta a la de los conservadores, aunque el resultado pueda ser el mismo.

En este sentido es posible distinguir ideológicamente a conservadores y liberales no por la jerarquía que se busca defender, sino por la justificación de esta defensa. Piénsese, por ejemplo, en la diferencia entre trabajadores y dueños de capital. Mientras que algunos conservadores estarían preocupados de mantener la distinción entre estas dos clases como necesaria para el bien de la sociedad, en base a la tradición, los principios de convivencia y autoridad; algunos liberales de derecha concebirían la diferencia entre estas personas como el natural resultado de una libertad individual ejercida racionalmente.

Más allá de la forma concreta que adopten estas justificaciones, es posible agruparlas en explicaciones extrahumanas e intrahumanas. Las primeras serían las que caracterizarían a las ideologías conservadoras, mientas que las segundas lo harían con las liberales.

La idea de una fuerza extrahumana que justifica el orden le permite al conservador mantenerse escéptico frente a los cambios empujados por la política. Es decir, más allá de las voluntades y condiciones sociales y materiales específicas de un contexto, la existencia de reglas trascendentales, atemporales, le permite al conservador defender un sustrato inalterable. Por cierto, históricamente, esa fuerza extrahumana e inalterable (aunque no deje de sonar contradictorio) ha cambiado. Por ejemplo, a comienzos del siglo XX el énfasis se ponía en identificar las fuerzas ‘psicológicas’ inmutables de la ‘naturaleza humana’, como los lazos familiares o el instinto natural de apoyar prácticas e instituciones vigentes. Esta forma extrahumana de explicar los fundamentos del funcionamiento de las sociedades ha implicado la remoción del estatus del individuo como agente de cambio y el cuestionamiento a la racionalidad de un diseño humano ‘artificial’. Una disposición que se ha denominado el “escepticismo político conservador” (Freeden, 1998; p.336).


“La idea de una fuerza extrahumana que justifica el orden le permite al conservador mantenerse escéptico frente a los cambios empujados por la política”


En este sentido, la jerarquía más importante de preservar para buena parte del conservadurismo moderno es la de un sujeto tradicional que se concibe como previo al Estado. En su crítica frente a los cambios sociales que trajo la revolución industrial, el conservadurismo adoptó una defensa de las estructuras familiares y de las organizaciones corporativas (van Kersbergen y Kremer, 2008) lo que lo hacía ver con recelo el énfasis que el liberalismo ponía sobre el rol individual.

La otra forma de justificar la preservación de jerarquías es la que se ha asociado tradicionalmente al liberalismo y puede resumirse en la creencia de que la justificación de las desigualdades debe provenir del consentimiento individual, es decir, intrahumano. Este es el sentido con el que Newman (1890) definió como principio fundamental del liberalismo que “nadie estaba obligado a creer en aquello que no entendía” (p. 294). A partir de esta idea el liberalismo ha desarrollado una justificación de la jerarquía basada en la noción de que cualquier orden político se debe primero y ante todo al individuo: “el orden social y político es ilegítimo a menos que esté enraizado en el consentimiento de todos los que tienen que vivir bajo él; el consentimiento o acuerdo de estas personas es una condición para que sea moralmente permisible hacer cumplir ese orden contra ellos” (Waldron, 1987, p.40).

LA UTOPÍA NEOLIBERAL

A partir de las ideas matrices presentadas, propongo entender el neoliberalismo como el encuentro de la justificación extrahumana conservadora, con el consentimiento intrahumano liberal.

Las distinciones entre conservadores y liberales de mercado se habrían reflejado en discusiones en torno a la revolución francesa y las revoluciones burguesas del siglo XIX y continuaron con mayor o menor intensidad hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, a partir de ese periodo empieza un proceso de convergencia entre estas ideologías, a medida que ambas identifican en el socialismo su principal y común amenaza. Si bien todavía existen conservadores que repliquen formas tradicionales de justificación de las jerarquías, en la era del Keynianismo y de libre mercado post-keynesiano, la fuerza extrahumana invocada ha tendido a ser la de las leyes ‘científicas’ de la economía, a las que se les ha otorgado una validez universal (Freeden, 1998; p.334).

El neoliberalismo ha terminado uniendo viejos rivales. Para entender esta confluencia el famoso texto de Hayek (1944), The Road to Serfdom, describe, en un tono a ratos panfletario, la forma que adquirió la amalgama de un conservadurismo, en torno a la idea de reglas económicas científicas extrahumanas, y un liberalismo defensor de un proyecto estatal utópico para liberar las fuerzas “espontaneas” de la sociedad.

En primer lugar, Hayek describe al socialismo (que equipara al nacionalsocialismo) como una fuerza disruptiva, no solamente de la historia europea reciente, sino de siglos de desarrollo occidental, desde sus orígenes greco-romanos, pasando por Adam Smith, Locke, Hume y Milton. De este modo, Hayek sitúa a liberales y conservadores en el mismo lado de la vereda, defendiendo la tradición occidental del asalto del socialismo.


“¿Qué es este “neoliberalismo” que dio sus primeros pasos en Chile y que ahora se busca superar?”


En segundo lugar, Hayek distingue entre el esfuerzo deliberado de crear un sistema en que la competencia funcionará para el beneficio de todos, a través de las fuerzas espontaneas de la sociedad, y el diseño “artificial” del socialismo. El consentimiento individual se daría, entonces, en el mercado, donde las transacciones por definición no vendrían de coerción alguna. La imagen con la que Hayek explica lo que considera el proyecto liberal ideal es la del jardinero: “La actitud del liberal hacia la sociedad es como la del jardinero que cuida una planta y para crear las condiciones más favorables a su crecimiento debe saber tanto como sea posible sobre su estructura y su funcionamiento.” (p.18)

Esta visión del liberalismo explica por qué Hayek podía incluso hablar del éxito liberal que implicaba una dictadura como la de Augusto Pinochet en Chile, como una necesaria “dictadura de transición” y que prefería un “dictador liberal” a una democracia sin liberalismo (Farrant et al., 2012). Al combinar las nociones de escepticismo político de los conservadores con el idealismo liberal de una sociedad de individuos actuando racionalmente y acotando esa racionalidad a las fuerzas de mercado, Hayek pudo elaborar una especie de “utopía liberal” (1949) económica y, a la vez, mantener el escepticismo político. En cualquier caso, como afirma Cristi (2000), Hayek le dio a la dictadura una base argumental para legitimar la combinación del autoritarismo político con el liberalismo económico. El “viejo sueño del hombre, el epítome en libertad individual consistente con la ley y el orden”, que declaraba Reagan en su discurso.

LA CUNA Y LA TUMBA DEL NEOLIBERALISMO

“Chile fue la cuna del neoliberalismo y Chile será su tumba”. Esta frase, que fue repetida en pancartas y rayados los últimos años, se ha vuelto parte del panorama nacional. Abundan en la izquierda referencias al neoliberalismo como responsable de las mayores injusticias e intolerables desigualdades que nos aquejan. Pero ¿qué es este “neoliberalismo” que dio sus primeros pasos en Chile y que ahora se busca superar?

Por cierto, el problema no es la escasez de intentos por definirlo. Tanto en el debate político como en el académico, ha habido decenas, sino cientos, de intentos por darle contornos a este concepto y, a continuación, aclarar quiénes serían sus adalides en la política nacional. Si la definición de neoliberalismo ha sido difícil de consensuar, lo mismo puede decirse del “antineoliberalismo”. Sobre todo, si se considera la existencia de una derecha antineoliberal.

La crítica de Góngora (1981) al programa de la dictadura, y a la influencia de Hayek puede verse, entonces, como un antineoliberalismo conservador. Un Estado que conduce a la nación “como un jardinero” para liberar sus “fuerzas espontaneas”, sigue siendo bastante artificial y utópico. En particular, aplicando el sentido común conservador, Góngora veía en la planificación liberal una traición a la tradición de Chile, que no se correspondía con esa ideología.

Según lo planteado en esta columna, el neoliberalismo se podría entender como una posición ideológica en el cruce entre un utopismo racionalista liberal, reducido al ámbito de mercado, y el escepticismo político conservador, para todas las demás esferas de la sociedad. Este utopismo escéptico estaría anclado en la creencia de que existen fuerzas económicas que trascienden las voluntades humanas. Más allá de enfrascarse en la defensa de una definición por sobre otra, esta columna pretende reconocer la importancia de especificar el neoliberalismo. Ahora que ha asumido un nuevo gobierno que ha declarado con frecuencia su intención de superar esta ideología, valdría la pena tomarse en serio la pregunta por sus contornos. El peligro de buscar superar algo que no se define es nunca saber si se ha dado un paso en la dirección correcta. No vaya a ser que el neoliberalismo, como tantas veces antes, muestre que las noticias sobre su muerte han sido prematuras.

NOTAS Y REFERENCIAS

Bobbio, N. (1996). Left and right: The significance of a political distinction. University of Chicago Press

Burgin A. (2012). The Great Persuasion: Reinventing Free Markets Since the Depression. Cambridge,MA: Harvard Univ. Press

Cristi, R. (2000). El pensamiento político de Jaime Guzmán; Una biografía intelectual. Segunda edición. LOM. Santiago.

Farrant, A., McPhail, E., & Berger, S. (2012). “Preventing the “Abuses” of Democracy: Hayek, the “Military Usurper” and Transitional Dictatorship in Chile?”. American Journal of Economics and Sociology71(3), 513-538.

Freeden, M. (1996). Ideologies and political theory: A conceptual approach. Oxford University Press on Demand.

Gidron, N., & Ziblatt, D. (2019). Center-right political parties in advanced democracies. Annual Review of Political Science22, 17-35.

Hayek, F. A. (1949). The intellectuals and socialism. The University of Chicago Law Review, 16(3), 417-433.

Hayek, F. A (1994)  [1956]. The Road to Serfdom. Chicago: University of Chicago Press.

Lipset SM, Raab E. (1970). The Politics of Unreason: Right Wing Extremism in America, 1790–1970. New York: Harper & Row

Oakeshott, M. (1991). “On being conservative”. Rationalism in politics and other essays, 407-437.

Robin, C. (2011). The reactionary mind: conservatism from Edmund Burke to Sarah Palin. Oxford University Press.

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