Los técnicos hacen política aunque no se den cuenta, y reclamen para sí la neutralidad. Juan Pablo Luna despliega aquí argumentos para repensar la idea de la ausencia de técnica en la Convención Constitucional. El problema no es que haya faltado técnica sino la fragmentación política asociada a la crisis de legitimidad de la política. Esa crisis seguirá pautando la discusión política chilena luego del plebiscito.
Se ha argumentado que uno de los problemas fundamentales de la Convención Constitucional es que ha excluido a la técnica. Este argumento tiene dos pecados de origen. Por un lado, lo han formulado técnicos que tuvieron un protagonismo prácticamente exclusivo en definir los parámetros y los bordes de la política pública hasta ahora. Alguno de ellos, por lo demás, compitió y perdió en la elección de convencionales. Parafraseando al tango, es una crítica hecha desde “el orgullo de haber sido y el dolor de ya no ser”. Y se nota. Por otro lado, esos discursos hacen pensar que existe un óptimo técnico que nos aleja de la “mala” política actual, aquella que no los consulta o no los escucha. Ese óptimo técnico, se presume, además, sería políticamente neutral. En ese sentido, el óptimo técnico es un equivalente funcional a la utopía de la “la casa de todos”. Esta línea argumental es falaz, al menos en dos sentidos adicionales.
Primero, no hay nada más político que la técnica. Desde las preguntas que se formulan al pensar una investigación, hasta las comunidades epistémicas y grupos profesionales de los que se forma parte, pasando por el tipo de publicación que se privilegia en uno u otro sistema académico, los saberes técnicos operan en torno a sesgos normativos y teóricos determinados. En el caso de Chile, un país increíblemente segregado en términos socioeconómicos, los saberes técnicos están también presos de su propia burbuja socioeconómica. Desde esas burbujas, en múltiples instancias, se terminaron pensando políticas públicas para un Chile que no se conocía y sobre el que no se tenían buenos indicadores (recuerde, por ej., el Transantiago o la sorpresa de Jaime Mañalich respecto al hacinamiento en los sectores populares).
También es político lo que se mide a través de indicadores que presumimos objetivos. El “Excel” viene con sesgo de autor, aún cuando mida las realidades presuntamente más objetivas de la vida social, como la muerte. En términos de sus implicancias políticas y de política pública, no es lo mismo contar homicidios que distinguir, al contarlos, entre femicidios y homicidios comunes. Y no estaríamos contando femicidios si la política y la técnica no hubiesen tenido que reaccionar ante la movilización feminista.
Por esta razón, un saber técnico que niega lo político termina convertido en un (pobre) proyecto político en sí mismo. ¿Qué era Expansiva a fines de los 2000, sino un proyecto político que además contaba, en ese caso, con rasgos de personalismo bastante evidentes? El que ese proyecto haya logrado el ascenso fulgurante a la primera línea del gobierno de Michelle Bachelet que alcanzó indica la medida en que ya en ese momento, la “técnica” había desplazado y constreñido a la política.
En síntesis, quienes hoy se lamentan de las pifias de nuestra política (que son hartas), no parecen poder entender su propia responsabilidad en aquella descomposición. Como el Monsieur Jordain de Moliere hicieron política durante cuarenta años (vaya coincidencia!) sin saber que estaban en eso. Junto a los enclaves autoritarios de la Constitución de 1980, la hegemonía lograda por una visión técnica bien delimitada contribuyó por años a constreñir significativamente las opciones de política pública en la post-transición. Esos constreñimientos, a su vez, vaciaron de contenido el debate político, y terminaron contribuyendo así a minar la legitimidad y la capacidad del sistema político de representar intereses relevantes en la sociedad.
La hegemonía fue tal que durante años la protesta social por fuera del sistema institucional se constituyó en la única vía para resquebrajar el consenso político (que también era técnico). Hoy vacío de legitimidad, desafiado por la protesta, el sistema político ha comenzado a problematizar (y en algunos casos, a confrontar) a los saberes técnicos del pasado y a sus portadores. Un ejemplo lo tuvimos en torno al debate de los 10%. Como corolario, hoy los técnicos se quejan de la violencia que acarrearon las protestas y de una política que ya no los escucha como antes y que ha alejado a Chile de un presunto óptimo técnico. En este movimiento impugnan desde los medios a políticos que hoy reniegan de su técnica, al intentar empatizar a tientas con un malestar ciudadano que los tiene a todos al borde del precipicio.
Segundo, no es efectivo que la Convención Constitucional haya excluido a la técnica. El proceso constitucional contó con un gran número de audiencias públicas, así como con múltiples instancias de asesoría a los convencionales por parte de técnicos. Esos técnicos, a diferencia de quienes hoy denuncian la ausencia de técnica en la Convención, pertenecen a múltiples disciplinas y representan, en conjunto, a un grupo significativamente más heterogéneo que aquel al que pertenecen quienes hoy se perciben como excluidos del proceso.
Si sostener que el proceso constituyente no hizo lugar a la técnica es falaz, también es cierto que la propuesta de texto constitucional es técnicamente desprolija. Pero ese resultado no es consecuencia de la ausencia de técnica en el proceso, ni de la heterogeneidad de saberes allí incorporados. Esas desprolijidades tienen su origen en la fragmentación y falta de vertebración política de la Convención. Un ejemplo patente de esta dinámica es la propuesta de la comisión de sistema político. Me consta que esa comisión fue asesorada, en innumerables instancias, por un grupo variado de colegas de primer nivel. No obstante, las propuestas no fueron discutidas en su integralidad, sino que terminaron siendo negociadas de a una, en una lógica de toma y daca entre distintos colectivos constituyentes que preferían sistemas políticos de muy distinto tipo y que carecieron de capacidad de articular consensos amplios. Como resultado, la negociación política gestada en un marco de alta fragmentación en que el único objetivo terminó siendo conseguir los dos tercios para cada artículo por separado, el texto finalmente aprobado por el pleno no logra delinear un sistema político ni enteramente consistente ni completo. Pero el déficit no estuvo en la ausencia de técnica, sino en la ausencia de articulación y liderazgo político.
¿Carretones Vs. Ciclistas?
Otra idea extendida para explicar los problemas de la convención es que Chile está crecientemente polarizado y que de ahí deriva el lio en el que estamos metidos. MI argumento es otro: actualmente hay más polarización en el sistema político que en la sociedad. Y la sociedad está mucho más desapegada y frustrada con la política, que polarizada. Pero ambas tesis tienen datos a su favor.
Midiendo a la polarización como un movimiento en que las preferencias ideológicas de la ciudadanía se escapan desde el centro hacia los extremos, Fábrega, González y Lindh, han documentado en base a la Encuesta CEP un proceso de polarización creciente en el electorado chileno. De acuerdo con sus datos [1] , esta tendencia viene de lejos y rompe tempranamente con lo que era percibido (desde arriba) como una política de consensos. Ese proceso de polarización comienza a producir diferencias entre generaciones y entre niveles socioeconómicos: las clases populares y los jóvenes se mueven en un sentido opuesto al de las clases altas y los más viejos. Dependiendo del peso relativo de cada segmento en el padrón electoral que se movilice en el plebiscito de hoy, es posible que esa polarización también se refleje hoy en términos de macro-regiones, con la consolidación de un sur más conservador, una región central (especialmente RM, V y IV) más a la izquierda, y un norte difícil de clasificar (dado el arraigo temprano de una lógica anti-sistema con expresión electoral).
La polarización también puede ser afectiva, en lugar de ideológica. La polarización afectiva hace que quienes comparten una opción política se vean positivamente a sí mismos y desprecien (en función de visiones fuertemente moralizantes) a quienes se inclinan por la opción contraria. Si bien todavía no se cuenta con evidencia definitiva para la segunda vuelta de 2021 y para el plebiscito de salida de hoy, los primeros datos de un estudio experimental a cargo de Loreto Cox, Pedro Cubillos y Carmen Le Foulon sugieren que ese tipo de polarización también está presente en el Chile actual. La evidencia preliminar coincide con la sensación ambiente de un ambiente crispado en que las familias evitan hablar de política y algunos grupos de whatsapp se silencian o abandonan [2] .
No obstante, quienes hemos argumentado que Chile no está polarizado también contamos con evidencia para respaldar esa tesis. La polarización no solo supone distancia ideológica, sino también la cristalización de al menos dos polos relativamente estables. Los sistemas polarizados, en general, no se estructuran en torno a debates contingentes o eventos electorales puntuales. Lo hacen en torno a lo que denominamos clivajes o líneas de quiebre relativamente estables (piense en lo que los argentinos denominan “grieta” o en nuestra vieja división entre quienes apoyaron el “Si” a Pinochet y quienes votaron “No”). Una de las gracias de los sistemas polarizados es que proveen de estructura y estabilidad a la competencia política, usualmente entre dos bloques.
Esos dos bloques deberían cristalizar también en el funcionamiento de las asambleas legislativas y coaliciones de gobierno. En ese plano, si uno compara los alineamientos observados en la Convención Constituyente [3] entre los colectivos asociados a partidos políticos, con los alineamientos observados en el sistema político tradicional tampoco encuentra grandes similitudes.
Hoy el primer anillo de la coalición de gobierno está formado por el Frente Amplio y el Partido Comunista. No obstante, en la Convención, ambos partidos funcionaron con altos grados de divergencia (el Frente Amplio más coordinado con el Colectivo Socialista y el PC con listas de independientes de izquierda). Además, durante el proceso fueron públicas las diferencias entre el Colectivo Socialista, formado por militantes del PS, y los líderes de ese partido. En la derecha, desde el inicio de la Convención se observaron dos bloques, uno más moderado y otro recalcitrantemente opuesto al proceso. El bloque de moderados incorporaba constituyentes RN y Evopoli, mientras que el bloque recalcitrante estaba compuesto principalmente por constituyentes UDI y del Partido Republicano. Sin embargo hay cruces entre ambos bloques (por ejemplo, Rodrigo Alvárez de la UDI mostró una postura más cercana al bloque moderado, mientras que varios convencionales RN o cercanos a dicho partido mostraron posturas más recalcitrantes). Aunque en la campaña del plebiscito de salida ambos bloques y todos sus liderazgos convergieron en la oposición a la nueva propuesta constitucional, en las últimas elecciones, así como en el Congreso, Chile Vamos y el Partido Republicano actúan como bloques separados.
En este sentido, el sistema político chileno se ha desalineado y ha perdido estructura. Si la segunda vuelta del 2021 revivió el viejo clivaje autoritarismo-democracia, el posicionamiento de las viejas elites políticas en torno a las opciones de Apruebo y Rechazo en el plebiscito de salida de 2022 parecen haber enterrado definitivamente el clivaje de la transición. Al mismo tiempo, ambas opciones han propuesto “apellidos” para su opción, con el objetivo de empatizar con un electorado al que ambas opciones parecen generarles tanta adhesión como desgano.
Pensando en la primera vuelta de 2021, por otra parte, lo que hubo allí fue mucho más un voto anti-establishment que polarización entre bloques cristalizados. Las dos opciones que pasaron a segunda vuelta representaban partidos nuevos, que a izquierda y derecha desafiaban a los referentes tradicionales. El tercero también venía de fuera del sistema y compitió sin poder poner un pie en Chile. El cuarto ganó la primaria de la centro derecha tradicional, también como outsider, jugando por fuera de las estructuras partidarias del sector. Recién la quinta candidata en la primera vuelta representaba a un partido y bloque tradicional.
En el mismo sentido y de acuerdo con la Encuesta CEP, desde mediados de los 2000, quienes no se identifican con ningún partido político han crecido significativamente en el electorado, alcanzando en los últimos años porcentajes en el entorno del 75% de los encuestados. Esta tendencia refleja en buena medida el declive de la Democracia Cristiana, así como la incapacidad de otros partidos políticos de ganar adhesión (hoy ningún partido supera el 5% de identificación en el electorado). La tendencia es consistente, también, con la autoidentificación ideológica del electorado. Hoy, más del 60% de la ciudadanía no se ubica en la escala izquierda-derecha y declara identificarse con “ninguna ideología”. A modo de ejemplo, comparando sus niveles en Diciembre de 2019 (luego del estallido social de Octubre de ese año y último dato disponible en el graficador del CEP) con los observados en 2015, las opciones de “centro-izquierda e izquierda” (aproximadamente 15%), “centro-derecha y derecha” (aproximadamente 8%) y “centro” (aproximadamente 6%) registraban niveles de adhesión similares.
En cuanto a polarización afectiva, esta se puede expresar en la consolidación de un electorado “anti” (votan en contra del grupo que rechazan y articulan sus preferencias en función de ello). No obstante, tampoco parece haber mucha cristalización ahí. Hubo votos anti-comunistas, anti-Kast, y anti-establishment. Pero quienes votaron de esa forma todavía representan sectores fragmentados y flotantes del electorado que toman una posición anti en función de una oferta determinada. También en términos de comportamiento electoral, es necesario considerar que, por mucho tiempo, un porcentaje significativo del electorado (en el entorno del 50%) decide sistemáticamente abstenerse de participar en las elecciones.
Finalmente, cuando uno intenta abordar la relación entre la ciudadanía y el sistema político en base a enfoques cualitativos, lo que emerge, más que polarización es desesperanza. Una rabia muda, desahuciada, que no encuentra canales efectivos de representación política. Esa sensación emerge tras cada elección en que se vota con desgano (o no se vota) para terminar frustrándose relativamente rápido con lo que se eligió. No es casual, por lo mismo, observar lunas de miel presidenciales cada vez más cortas. Tampoco es casual que la esperanza de un sistema político alternativo gestado por la sorpresiva elección de convencionales culminara frustrando la expectativa de una política diferente [4] . ¿Es posible reconciliar ambas visiones sobre la polarización en Chile? ¿Estamos polarizados o no? La última columna de esta serie aborda esta interrogante, así como sus implicancias para el post-plebiscito.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] http://ojs.uc.cl/index.php/rcp/article/view/4550
[2] https://www.cepchile.cl/cep/opinan-en-la-prensa/loreto-cox/padres-contra-hijos
[3]https://plataformatelar.cl/dinterna/
[4] Ver columna anterior https://terceradosis.cl/2022/08/30/chile-al-otro-lado-del-plebiscito/
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