Se supone que el voto obligatorio es bueno para la democracia: al aumentar masivamente la participación, se consigue una representación más igualitaria, pues no solo votan quienes tienen más educación o poder. Pero lo que está pasando en Chile, Guatemala, y otros países de América Latina es que crecientemente las personas protestan votando nulo o blanco, lo que amenaza la legitimidad de los mandatos electorales, plantea esta columna.