Ilustración: Leo Camus

¿Farándula?

Por qué la mujer popular amó a Felipe (y qué nos dice eso de ellas)

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La socióloga Paulina Guerrero entrevistó en profundidad a seis mujeres populares para entender cómo vivieron el duelo por la muerte de Felipe Camiroaga. El recuerdo del animador, la risa y la compañía que les hacía, generan conversaciones llenas de humanidad con un grupo que pocas veces habla de sí mismo.


El día que se cumplieron 10 años de la muerte de Felipe Camiroaga, la socióloga Paulina Guerrero publicó una columna en el sitio EMF (esmifiesta) MAG que recibió cientos de visitas y comentarios por twitter. En el texto, Paulina recordaba el impacto que produjo el fallecimiento del conocido animador y cómo la investigación sobre su duelo le permitió abrir una puerta a la que las ciencias sociales entran con dificultad: la vida íntima de las señoras populares, mujeres entre los 50 y los 65 años que viven en zonas urbanas o rurales, que han dedicado buena parte de su vida a las tareas de la casa y el cuidado, y que en los 2000 -cuando Camiroaga era el rey de las mañanas- prendían la TV sagradamente para escucharlo, reírse con él, sorprenderse con sus salidas, sentirse acompañadas o retarlo a distancia, como harían con un hijo.

En 2019, Paulina entrevistó a seis mujeres. Loreto (nombre ficticio) es una de ellas. Loreto es dueña de casa y también asesora del hogar. Tiene “pongamos que 52 años” y seguía a Felipe Camiroaga desde que era animador de Extra Jóvenes a fines de los 80’. ¿Qué te llamaba la atención de Felipe?, le preguntó Paulina.

-El humor. Siempre estaba contento. Él irradiaba mucha alegría, y yo, como yo tenía depresión… Yo prendía la tele a las ocho y no me levantaba… Yo prendía la tele y ahí corría la cortina, abría la ventana, y veía a Felipe y me mataba de la risa. Terminaba el programa y yo cerraba la cortina y todo.

Para salir de la depresión, empujada por un familiar, Loreto comenzó a trabajar como nana en la casa de Sonia, quien veía el matinal del MEGA. Al poco de iniciar el trabajo, le preguntó a su jefa si podía ver televisión mientras ordenaba la casa. Semanas después, Sonia le confesó que estaba pensando cambiarse a TVN, “porque siento que te ríes mucho”.


“Yo prendía la tele y ahí corría la cortina, abría la ventana, y veía a Felipe y me mataba de la risa. Terminaba el programa y yo cerraba la cortina y todo”

Loreto

Fue Sonia también la que, el día del accidente del avión, llamó a Loreto para que prendiera la televisión. “Ay señora Sonia, si al Felipe no le va a pasar nada…“, fue la respuesta instintiva de Loreto. Horas después, vino la pena profunda: “yo lo vi en la televisión el funeral. No fui… así como que… no podía respirar. Lo vi en la televisión, lloré mucho esa semana, estaba mal psicológicamente, entonces más pena me daba, hasta que un día dije ‘ya, no voy a llorar más’. Yo en ese entonces decía ‘Felipe, no me hagas llorar más. Tú me hacías reír”.

Angélica, otra entrevistada, también se resiste a confesar la edad: “entre los 10 y los 60”, describe. Trabaja como asesora del hogar en la misma casa hace 18 años. Lo sabe porque llegó a cuidar a un niño de 3 meses, y el pequeño ahora es un joven de 18. “El es mi guagua postiza”, lo presenta, y cuenta que tiene dos hijos, un hombre y una mujer que ya la hicieron abuela, y a quienes educó con ayuda de su suegra y su cuñada, pues con su marido se separaron a los 7 años de estar casados.

¿En qué momento entra Felipe en su vida?, le preguntó Paulina. “Felipe estuvo siempre en mi vida, y no me di cuenta hasta que lo fui (a ver) el día (después) del accidente. Porque yo lo veía todos los días…Como vivía sola, prendía la tele y estaba Felipito ahí. Después llegaba a mi casa, prendía la tele, Felipito seguía. De repente uno no tiene ganas… No tenía ganas ni de reírme, porque estaba mal y cualquier cosa, y él tiraba su talla… y te hacía reír. Y así fue entrando. O sea, inconscientemente, él estaba todos los días en la casa… Yo por lo menos no me había dado cuenta (de eso) hasta que pasó el asunto del accidente y ahí dije ‘ya, Felipe ya no está más”.

Entonces, Angélica entendió que Camiroaga se había transformado como en un amigo. Alguien con quien cada tanto conversas, que de repente lo ves, y que si no lo ves, no importa, porque está ahí. Hasta que no estuvo más. “Y tu decí: chuta, qué importante era pa’ mi… ¿y por qué no lo fui a conocer?”.

Angélica le dice “mi chanchito”, y tiene varias fotos de Camiroaga en su pieza. Una frente a la cama, otra en el espejo, una tercera en la puerta del closet. Arriba del armario, guarda un recuerdo especial:

-Tengo una carpeta con muuuuchas, muchas fotos, muchas fotos de él. Incluso después que falleció… En mi casa se pone una feria, que es muy grande, y me iba a hasta ¿los coleros le llaman a eso? Iba buscando cada revista, cada cosa donde salía la imagen de él y la guardaba. Y tengo mi cosita arriba pero lleno de…

-¿De Felipe?

-De Felipe.

CULTURA POP Y SOCIOLOGÍA

Cuando Camiroaga murió, en septiembre de 2011, Paulina tenía 15 años, era parte del movimiento secundario que protestaba contra las desigualdades educativas en Chile, participaba en un grupo scout y veía mucha televisión. Al terminar la enseñanza media, ingresó a Sociología en la Universidad Alberto Hurtado. “En ese espacio aparentemente rígido y frío yo era una cabra que acumulaba demasiado conocimiento de farándula y cultura pop, y que además le gustaba hacer los trabajos sobre los estereotipos de género en teleseries. Decir que me sentía un hazmerreír es poco. Me hice fama entre mis compañeros por mis gustos poco académicos y mi resistencia a negarlos sino que, por el contrario, a reivindicarlos como un espacio político que también se disputa”, escribió Paulina en EMF.


“Felipe estuvo siempre en mi vida, y no me di cuenta hasta que lo fui (a ver) el día (después) del accidente. Porque yo lo veía todos los días…”

Angélica

En esos años de universidad, para profundizar en las áreas que le interesaban, tomó un ramo sobre “medios y género”. Fue en ese contexto que se propuso investigar “el fenómeno del duelo de Felipe Camiroaga en mujeres dueñas de casa”. Paulina revisó literatura sobre “sociología de la religión”, y leyó publicaciones que investigaban la relación de los fanáticos con la muerte de sus ídolos. No había muchos estudios sobre ese tema en Chile, pero sí en Argentina (ver recuadro): el caso de la cantante Gilda; o el del futbolista Diego Armando Maradona (que en ese tiempo estaba vivo) (2012). Otra literatura complementaria provino de las áreas de género, trabajo doméstico, medios de comunicación y memoria. Las preguntas que guiaban la investigación combinaban esos cuatro temas. El cuestionario de las entrevistas apuntaba a la intimidad de las señoras: ¿por qué tiene una foto de Felipe Camiroaga junto a sus nietos en el living de su casa? ¿Cómo vivió el duelo? ¿qué significaba el animador para usted?

En junio de 2019, Paulina realizó la recolección de datos. Además de las entrevistas, la investigadora visitó Villa Alegre, en la región del Maule, lugar de nacimiento de Camiroaga y donde el museo local tiene un espacio completo dedicado al animador y su historia. “Yo sabía que se tejía una especie de culto religioso en torno a él, con gente que le pedía favores divinos y milagrosos, pero ahí me di cuenta de la magnitud del asunto (…) Allí la gente deja ofrendas, pide favores y agradece los milagros concedidos, que son muchísimos. Las señoras que me concedieron entrevistas me decían que no creen que él sea un santo popular, ‘porque no se portaba muy bien en vida’, pero sí las hace sentir protegidas y le piden que les cuide las casas, porque se ha formado todo un relato sobre la protección que brinda a los inmuebles”, escribió Paulina en su columna.

EL DUELO DE LAS MUJERES

En 2019, Paulina presentó su investigación en el Congreso de Sociología ALAS. Hoy, al volver a leer las entrevistas, cree que, con la excusa de Camiroaga, pudo llegar a mujeres que generalmente hablan muy poco de ellas; o se las conoce principalmente a través de grandes números o como los rostros de un desastre. A ellas llegan en general los periodistas buscando testimonios de inundaciones, terremotos, hechos policiales. Pero el relato sobre su intimidad en general es escaso, o cae rápidamente en los estereotipos, sobretodo en los medios de comunicación: “abuelita”, “mamita”.

“Muchísimas investigaciones académicas se han detenido en las condiciones que determinan las vidas de las mujeres, ¡y con justa razón! pues sin estas sería imposible ver la magnitud de la violencia estructural y la desventaja en la que estamos. Sin embargo, los intereses, la intimidad, la felicidad, la tristeza, la soledad…, desde una perspectiva humanizadora, son difíciles de encontrar en la literatura académica”, reflexiona Paulina. De hecho, el día de la publicación de la columna en EMF, le escribieron personas para agradecerle “por lograr ponerle palabras al duelo de las mujeres”.


Con la excusa de Camiroaga, Paulina Guerrero pudo llegar a mujeres que generalmente hablan muy poco de ellas y a quienes se conoce principalmente a través de grandes números o como rostros de un desastre.


Seguir investigando a estos grupos y llegar a ellas a través de los medios de comunicación le parece a Paulina metodológicamente relevante. Sobre todo considerando que muchas mujeres realizan tareas de cuidado, y pasan buena parte del día en sus casas. “Felipe Camiroaga, Pablo Aguilera, Francisco Saavedra, son excusas para acercarnos a ese mundo, en donde más allá de por qué estas figuras causan tanto furor entre las dueñas de casa, podemos preguntarnos por sus motivaciones, lo que las hace felices y cómo ven la vida desde la casa, su lugar de trabajo no remunerado. En esa soledad del cuidado y del trabajo doméstico entran los personajes televisivos, los medios de comunicación y, hoy, las redes sociales y las comunidades virtuales, como lo son los grupos de compra y venta en facebook, por ejemplo. Re-leyendo las entrevistas que hice pienso que quizás lo que hay es, por una parte, el genuino deseo de querer divertirse, pero también el deseo de estar conectada con el mundo y sentirse parte de algo más grande, desde un lugar tan chiquito como es el hogar”, reflexiona Paulina, cuando piensa en el valor de su investigación.


RECUADRO

CÓMO INVESTIGAR CIENTÍFICAMENTE LA FARÁNDULA


Por Paulina Guerrero Cerda


Rescatar información académica y evidencia empírica sobre fenómenos relacionados con el consumo de medios, la farándula y, por supuesto, Felipe Camiraoga, fue sumamente desafiante, pues en el círculo investigativo chileno hay escaso material al respecto. Desde 1993, sólo la Encuesta Nacional de Televisión del CNTV es una fuente regular de información estadística sobre el modo en que se consume televisión. 

En Chile, pese a que se han investigado intensivamente desde una mirada humanista o de las ciencias sociales la religiosidad institucional y las manifestaciones cristianas y populares, no se han estudiado del mismo modo fenómenos como el fanatismo en relación a personajes de los medios de comunicación. En cambio, en Argentina, el estado del arte es muchísimo más rico, quizás debido a la tremenda industria cultural y de espectáculo que allí hay. Sin ir más lejos, cuando le pedí ayuda a un profesor de sociología de la religión, me sugirió partir leyendo sobre el fenómeno de Gilda (Martin, 2004; Martin, 2007), desde el cual se han definido categorías sumamente útiles para mi investigación, como la acción de “seguir” a una celebridad o artista, o “prácticas de sacralización”, donde lo sagrado y lo profano conviven en torno a la persona fallecida. Esto también aparece con fuerza en la literatura sobre Carlos Gardel (Arango, 2017) o el popular cantante Rodrigo (Acosta M., Filipo, A 2018), tratándose cada figura de manera aislada, como un universo en sí mismo y con sujetos distintos. 

En Chile, en cambio, es escasa la literatura académica sobre muertos populares provenientes del mundo de los medios de comunicación, la cultura y el espectáculo. No es que falten personajes, sino que no se han llevado a espacios académicos a pesar de la conmoción que provocan sus muertes.

No obstante, se han hecho esfuerzos por visibilizar el impacto de estos decesos, pero desde una perspectiva audiovisual. Pienso en el programa Requiem de TVN donde, con fondos del CNTV, se repasaba la manera en que los medios cubrían la noticia, lo que vivían las personas cercanas a los y las fallecidas, y cómo los seguidores llevaban el duelo. Historias como las del Gato Alquinta, Pedro Lemebel, Gabriela Mistral, y el mismo Felipe Camiroaga, donde los recintos en que fueron velados colapsaron de tanta gente que llegó a manifestar su cariño, para muchas familias y personas no quedaron sólo como anécdotas. Hay un reconocimiento que está latente y que, a partir del recuerdo de sus muertes, permite ver sus obras de una manera distinta. Eso es lo que se llama “memoria”: la presencia del pasado en el presente.


NOTAS Y REFERENCIAS

Acosta, M., Filipo, A. (2018). Las representaciones sociales de los artistas populares tras su desaparición física.

Arango, L. A. V. (2017). Carlos Gardel: de la imagen al mito. Imaginando América Latina: Historia y cultura visual, siglos XIX-XXI, 345.

Bahamondes González, L. (2014). Del anonimato marginal al reconocimiento popular: representaciones de delincuentes animitizados.

Martín, E. (2004). No me arrepiento de este amor: fans y devotos de Gilda, una cantante argentina. Ciencias Sociales y Religión/Ciências Sociais e Religião6(6), 101-115.

Martín, E. (2007). Gilda, el ángel de la cumbia: prácticas de sacralización de una cantante argentina. Religião & Sociedade27, 30-54.

Vidal Bueno, J. (2012). Dios es argentino. Nacionalismo cultural argentino y Maradona.

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