Atrapados en un mal equilibrio

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La elección de los constituyentes desplazó el eje político hacia la izquierda. La columna ofrece una medición inédita de ese terremoto y advierte que difícilmente se repetirá el próximo domingo. Avizora, en cambio, un parlamento altamente polarizado y menos abierto a acuerdos transversales.


El resultado de la elección de convencionales constituyentes fue un terremoto para la clase política con representación parlamentaria. Necesitada de poder sintonizar con una ciudadanía indignada y viendo como todo el edificio institucional se desmoronaba con ellos adentro, dicha clase negoció plebiscitar la redacción de una nueva constitución mediante un órgano similar a la Cámara de Diputados y Diputadas, dejando abierto los detalles sobre cómo se incorporarían dos modificaciones que a la postre serían cruciales: escaños para representantes de pueblos originarios y facilidades para la participación de listas de independientes. El primer y más urgente desafío se había logrado: tener una salida institucional al conflicto social desatado tras el estallido de octubre del 2019.

Un año después, el apabullante respaldo que tuvo la propuesta de un plebiscito les permitió respirar aliviados ¡Era posible aún salvar la estantería!

Pero lo que no estuvo en sus cálculos es que esa idea de facilitarle el camino a independientes y reservarles escaños a pueblos originarios sería eficazmente aprovechada por personas organizadas políticamente pero fuera de los partidos políticos ¿El resultado? Era verdad que la ciudadanía quería cambios profundos y que los quería sin ellos. Y se produjo el terremoto magnitud 9 en escala Richter dentro de la clase política representada en el parlamento.


“Quienes esperan que los resultados de las parlamentarias se parezcan a los de la Convención Constitucional, probablemente van a llevarse una decepción”


Para dimensionarlo, estimé y comparé las posiciones ideológicas en la Cámara y la Convención utilizando todas las votaciones que se han hecho en los plenarios de la Convención Constitucional y las votaciones en la actual cámara de diputados hasta mayo del 2021. Aprovechándome del hecho que Renato Garín y Hugo Gutiérrez renunciaron a ser diputados para postularse con éxito para la convención, pude ajustar en un mismo eje ideológico las posturas en ambos órganos. El gráfico siguiente resume el resultado. Las líneas son distribuciones de densidad que muestran como se agrupan los representantes. En la línea azul están representados los parlamentarios; y en la roja, los convencionales. Se destaca además dónde se ubican Garín y Gutiérrez en ambos cuerpos colegiados. Como puede verse en la figura, no sólo la distribución se movió hacia la izquierda, sino también cae dramáticamente el tamaño relativo de la derecha y mientras en el parlamento existen grosso modo dos grandes grupos, en la convención constitucional son tres.

Como se analizó latamente en las semanas siguientes a la elección de convencionales constituyentes, en ese nuevo órgano, el resultado le quitó el poder de veto a una derecha acostumbrada a estirar el elástico como modo de negociación. Pero más importante que los efectos que tuvo el terremoto en la derecha son sus efectos al otro lado del espectro ideológico: primero, liberó a sus adversarios de tener que considerar siempre que ese veto tácito de la derecha existía a la hora de buscar caminos de reforma; y segundo, cambió a los adversarios. Lo primero, tiró al baúl de los recuerdos la ya desgastada política de los acuerdos; lo segundo, trajo a la mesa donde se deciden las reglas vinculantes a una nueva cohorte decidida a avanzar en la medida de lo imposible.

En ese ambiente y con esos resultados, los partidos prepararon las candidaturas presidenciales y parlamentarias. Pero la lección dentro de los hemiciclos parlamentarios, en las sedes de partidos y en el palacio de La Moneda estaba aprendida: Nada de escaños reservados, nada de mayores facilidades a listas de independientes. Se renovaron nombres, se reubicaron otros, se hicieron las alianzas que se pudieron y, no faltaba más, se perdonaron las traiciones mutuas por decisiones tomadas cuando las réplicas del terremoto todavía mareaban a los líderes de los partidos. Unos con primarias, otros con consultas ciudadanas, otros directos a la primera vuelta, la clase política se preparó para un nuevo examen. Pero esta vez sin invitados sorpresa.

La distribución ideológica en el nuevo parlamento no será como la línea roja del gráfico, se acercará más a la línea azul. Por ejemplo, no sería extraño que, gracias a las torpezas del Octubrismo, el discurso de la seguridad y el orden logre motivar a segmentos ciudadanos hastiados de la incertidumbre para darle a la derecha chilena un respiro.

Tampoco sería sorpresivo que los partidos del Nuevo Pacto Social logren retener porciones de poder que, contra sus expectativas, no alcanzaron en la convención constitucional.

Es decir, aquellas personas que esperan que los resultados de estas elecciones parlamentarias se parezcan a los de la Convención Constitucional, probablemente van a llevarse una decepción porque, aún en el evento de que exista un fuerte castigo a la actual administración, el próximo parlamento no debería representar una transformación tan radical como la que observamos en la Convención Constituyente.


“Saldremos de este mal equilibrio. Pero no será rápido, no será hermoso, no será probablemente porque hayamos despertado a tiempo para apretar el freno.”


Y si lo que estoy diciendo llega a suceder, entonces quien sea que gane la presidencial se va a encontrar con un parlamento que probablemente va a estar altamente dividido entre dos grandes grupos de representantes más polarizados y menos abiertos a acuerdos transversales.

El nuevo presidente o presidenta se va a enfrentar, probablemente, a un escenario parlamentario hostil. En el que no va a tener mayorías o si las tiene serán precarias como parte natural de la renovación de rostros que tendrá el nuevo parlamento. Bajo esas circunstancias, lo que podrá realmente alcanzar a hacer de su agenda programática un nuevo gobierno va a ser limitado. En otros tiempos, los de la denostada democracia de los acuerdos, ello habría dado tranquilidad a la población puesto que todos habrían entendido que ganadores y perdedores se sentarían finalmente a la mesa para negociar los cambios en la medida de lo posible. Pero esos tiempos han quedado atrás. Deslegitimados, entendidos como una cocina alejada de la representación ciudadana y objetos privilegiados de la sospecha contra la clase política, los acuerdos transversales son interpretados hoy por hoy como arreglos de élites y contra el pueblo. Ante esa reacción y dada su falta de profundidad programática y territorial, dicha clase política no ha encontrado nada mejor que recurrir a lo que tenía más a mano, un giro demagógico popular. Así, desenraizada, la clase política no tiene hoy las espaldas para decir que no o para encausar y priorizar las demandas ciudadanas.

Nos enfrentaremos a una realidad compleja los próximos años. Tendremos gobiernos que o van a querer implementar agendas que son muy ambiciosas o que, al contrario, defenderán el status quo como si nada hubiésemos aprendido del estallido. A un gobierno del primer tipo lo frenará que su poder real no será grande para implementar cambios, que el tamaño ya engrosado de la deuda pública frenará los optimismos, y que el débil crecimiento económico obligará a recordar que existe la escasez. A un gobierno del segundo tipo lo frenará que las condiciones estructurales que están detrás de la indignación ciudadana antes y post estallido no han variado y comprometerse a que aquí no pase nada sólo se logrará con un golpe de autoridad que tampoco tendrá.

En suma, quien sea que gobierne, se va a enfrentar una situación de altas expectativas. Frente a las que probablemente no contará con apoyos parlamentarios suficientes para imponer sus términos. En un contexto de poca paciencia ciudadana y grandes ilusiones y anhelos. Con una clase política con escasa voluntad y margen para negociar acuerdos amplios. Y todo ello con un sentido de urgencia frente al que el destino más posible será fallar. Todo esto sin considerar que eventualmente, quien ocupe el sillón presidencial deberá además facilitar la implementación de nuevas reglas constitucionales en el evento que esa historia paralela llegue a buen puerto y sea aprobado un nuevo texto en un plebiscito en que deberán votar todos, inclusos los que en toda esta vorágine han mirado los acontecimientos con mayor distancia y hastío.

Por lo tanto, lo que se nos viene es mucha frustración. Muchos verán qué los cambios que anhelaban no van a ser implementados. Pero esta vez a la cabeza estará una clase política más dividida y dispuesta a profundizar el conflicto social de lo que era la clase política de hace una década y media atrás.

Seamos claros, hoy, posturas que se presentan con pretensión de hegemonía cuentan con mejores parlantes y más auditores. Se dividen con mayor nitidez los buenos, nosotros, de los malos, ellos. La elevación de toda discrepancia, por superficial que sea, al status de diferencias irreconciliables está a la orden del día. Y a través de las redes sociales la polarización se encarga de alimentar esa visión de enemigos públicos tal que unos no son más que facistas y otros no son más que revolucionarios que quieren acabar con todo. La medida de lo imposible como el único camino transitable se ha instalado como parte de un proceso de polarización que ha alcanzado su etapa de radicalización. Saldremos de este mal equilibrio. Pero no será rápido, no será hermoso, no será probablemente porque hayamos despertado a tiempo para apretar el freno.

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