¿Será esta elección el primer gran triunfo de la generación de 2011? ¿O la generación del 88, la del plebiscito de Pinochet, impondrá de nuevo sus lógicas? La columna analiza la participación electoral en las cuatro elecciones recientes mirando los grupos etarios, la socialización política y la incertidumbre.
En sus últimos pronósticos antes de la veda electoral, las encuestas marcaron dos tendencias ganadoras: Gabriel Boric y José Antonio Kast. Hoy hay cautela entre políticos y analistas por la inestabilidad del comportamiento electoral de los chilenos. Esto, sin embargo, no necesariamente significa la ausencia de explicaciones algo más sólidas que ayuden a interpretar el comportamiento de los votantes en lo que llevamos de año electoral.
La primera clave es la configuración de una nueva generación que irrumpió en la escena electoral el 2020. El concepto de “generaciones políticas” ha sido muy estudiado para identificar hitos que marcan a la sociedad y reorganizan etariamente las conductas y preferencias políticas.
En Chile, estos estudios[1] se han concentrado en identificar las generaciones protagonistas de la recuperación de la democracia, así como aquellas formadas en los primeros momentos de la Transición que, por su retirada del debate público, delegaron la responsabilidad a unos pocos. A éstas, que mantuvieron las preferencias congeladas en los partidos tradicionales, se les suma otra, que revolvió esa “estabilidad” con nuevos relatos y demandas. Una generación que construyó sus vivencias en la política contenciosa a partir de 2011 y construyó lentamente su abordaje en la política convencional, consolidando una fuerza electoral que tiene altas chances de conseguir la Presidencia de la República.
“El estallido social abrió el camino para el retorno de lo político a la vida doméstica”
La segunda clave tiene relación con las dinámicas familiares de socialización política. Por su condición de vida privada, estas dinámicas son bastante menos expuestas al debate público, pero son muy relevantes para definir preferencias electorales y participación.
La socialización familiar ha sido siempre analizada por la teoría desde el rol de autoridad. Es decir, son los padres quienes transmiten a sus hijos el interés por la política. En la sociedad chilena ese tipo de socialización se apartó de la sobremesa por muchos años hasta el estallido social del 18 de octubre.
Ese momento resignificó el debate político familiar, pero también entregó la autoridad válida en las generaciones más jóvenes.
Es decir, fueron hijos e hijas quienes socializaron con sus padres y/o madres. Hasta ahora esa socialización ha significado desmovilización de los grupos etarios más adultos (una especie de cesión o posta con los grupos más jóvenes).
No está claro, sin embargo, si eso se mantendrá este domingo, pues la incertidumbre social y sanitaria ha activado prejuicios y estereotipos que están siendo reforzados por campañas que apelan a fundaciones morales extremas, pero altamente congruentes.
“El estallido resignificó el debate político familiar, pero también entregó la autoridad válida en las generaciones más jóvenes.”
Y la incertidumbre es, precisamente, la tercera clave para comprender los resultados del domingo.
Como muchos países, Chile está viviendo momentos de incertidumbre provocada por la crisis social y sanitaria. Eso no sólo conlleva a una búsqueda de un orden perdido, sino que activa ciertas fundaciones morales que no admiten incongruencias programáticas. En su tesis doctoral, Macarena Valenzuela [2] (autora de esta columna), sostiene que la incertidumbre, sumada a la inmediatez de las comunicaciones y las relaciones sociales, han acentuado actitudes inconscientes o irreflexivas frente a los objetos políticos que, incluso, han llegado a afectar y trastocar las convenciones democráticas deliberativas.
Estas tres claves son las que profundizaremos a continuación.
Realineamiento electoral
El estudio de las generaciones políticas y sociales surge en los años 20 con el texto de Manheim “The Problem of Generations” (1923) [3]. Este texto tiene la virtud de ubicar a las generaciones dentro de contextos y estructuras sociohistóricas. El autor propone que la ubicación social depende, además de los factores de clase, de elementos propios de la vivencia generacional. Así, las experiencias formativas durante la época de juventud comienzan a ser importantes para estratificar internamente a las personas tanto desde su ubicación geográfica, como de las corrientes culturales e intelectuales. Para Manheim una generación se consolida cuando logra amalgamar estos factores en una conciencia distintiva que empuja por un cambio social.
Las generaciones políticas han estado muy vigentes en nuestra historia reciente. En 1988, pocos meses antes del plebiscito del Sí y el No, el Centro de Estudios Públicos aplicó una encuesta para conocer las motivaciones y preferencias de la ciudadanía de ese momento. La encuesta mostró una alta identificación ideológica de las personas, dato que se sumaba al 90,7% de inscripción electoral (en periodo de inscripción voluntaria) de los jóvenes.
En ese periodo, los grupos de entre 18 y 29 años, presentaron preferencias cargadas hacia la izquierda y centro izquierda, además de una alta motivación para apoyar el cambio. Se trataba, entonces, de un periodo que construyó una generación en base a un momento “épico”, generación que además inclinó la balanza de las preferencias en un momento muy importante para la democracia chilena.
Ahora bien, no pasó mucho tiempo para que el momento épico del plebiscito diera paso a uno menos intenso. En 1990, apenas dos años después, la no identificación alcanzó al 33,8% y las nuevas inscripciones electorales comenzaron a bajar fuertemente. Por esta razón, durante los 90’ y 2000, la literatura se enfocó en el comportamiento de generaciones “apáticas”. Se hablaba de barreras institucionales como la forma de inscripción voluntaria y votación obligatoria. Y se examinaba la “desafección juvenil” a partir de la existencia de un cierto desencaje entre los proyectos personales y políticos. Es decir, un desarraigo juvenil con la falta de identidad y conocimiento de los procesos políticos.
Esa desafección mostró signos de reversión con las protestas de 2011.
Desde aquella época se configuró un movimiento social y político que comenzó a contestar, con protestas, las acciones de una clase política ya acomodada en los espacios de poder. De esta manera, la actividad de protesta se transformó en una alternativa viable de organización. Es más, sondeos como la encuesta longitudinal del COES [4], mostraban que la participación en marchas, huelgas y petitorios del grupo de 18 a 29 años alcanzaba cerca de un 51%.
“La incertidumbre social y sanitaria ha activado prejuicios y estereotipos que están siendo reforzados por campañas que apelan a fundaciones morales extremas, pero altamente congruentes.”
Sin duda esta actividad de protesta fue la que construyó una generación con una consciencia distintiva muy marcada en reivindicaciones sociales, ecológicas y feministas. De esta generación se levanta el estallido social, momento en que la sociedad no sólo rompió con el Estado y sus gobiernos, sino que también se rebeló ante su manera de ejercer la autoridad. En una columna anterior (ver “Chile en el punto de quiebre: la nueva organización ciudadana en momentos de ruptura con el Estado”), sostuvimos que en esa rebelión se desarrollaron distintos repertorios con una organización coordinada por colectivos que utilizaban diferentes énfasis y diferentes medios para conseguir sus objetivos.
Las dinámicas de protestas y marchas mermaron con la llegada de la crisis sanitaria. Sin embargo, este paréntesis no necesariamente cortó el impulso generacional. Más bien, significó que las demandas fueran canalizadas por el mecanismo electoral que se inició con el plebiscito para una nueva constitución. Este momento dejó cuentas alegres en las ciudades. A pesar de un contexto de crisis sanitaria con varias comunas en alza de contagios, este evento consiguió que las comunas populares de la Región Metropolitana aumentaran su participación en más de 12 puntos porcentuales en comparación con la segunda vuelta presidencial de 2017. De igual manera, ese día de octubre la nueva generación se movilizó como nunca desde el retorno de la democracia, en contraposición con los sectores más adultos que disminuyeron su participación.
El siguiente gráfico muestra la fuerza electoral de los jóvenes entre 18 y 35 años durante el plebiscito y la desmovilización evidente del grupo etario más adulto. Si bien para la elección de la convención constitucional, la participación juvenil no estuvo al nivel de octubre de 2020, ésta igualmente mantuvo una tendencia mayor que en 2017, muy diferente al bajo desempeño de los grupos más adultos. Esta reconfiguración del cuerpo electoral también generó un desbarajuste de las predicciones electorales. Esto, en parte, se produjo por un fenómeno invisible y lejos de la plaza pública como las dinámicas familiares de socialización política.
Gráfico 1
Porcentaje de participación por grupo etario elecciones 2017, 2020 y 2021

Gráfico 2
Número de votantes por grupo etario elecciones 2017, 2020 y 2021

La socialización familiar inversa
“Con la pandemia mi hija volvió a la casa. Ella estudia en Puerto Montt y me cuenta sobre las marchas”. Lo que relata un vecino de Dalcahue no es muy diferente al proceso que vivieron muchas familias. En los hogares chilenos, el estallido social y, en especial, la pandemia, cambiaron fuertemente las condiciones de intercambio familiar. Uno de esos cambios fue que la vida pública logró ser parte de la vida privada. Es decir, lo que antes se compartía con amistades, colegas o personas de interés, entró también a integrar el núcleo más cercano. Con esa dinámica, la conversación política logró ingresar a la sobremesa. Esta vez, sin embargo, no por la iniciativa del padre o madre, sino que de los hijos/as representantes de esa nueva generación altamente comprometida con los fenómenos políticos y, en muchos casos, primera generación universitaria.
Este tipo de socialización es inversa a lo que suele mostrar la teoría. Desde Hyman [5] en adelante la literatura se ha enfocado en el rol de los padres en las influencias políticas intrafamiliares, tanto para encuadrar la adherencia a las directrices preestablecidas, como para configurar las preferencias políticas. Este rol de autoridad familiar es solo quebrado por el proceso de emancipación juvenil.
“La conversación de sobremesa con el protagonismo de la nueva generación política se hizo más relevante que los mensajes que podían entregar los medios de comunicación.”
En esto también existe una serie de investigaciones que muestran el rol de las amistades (pares) en la formación y construcción política de los jóvenes. De esta manera, cuando no existe un acoplamiento entre la socialización familiar y la socialización de pares, significa que se está configurando una nueva generación política con nuevos códigos y temas de reivindicación.
En el mundo hasta antes de la pandemia, estas divergencias entre la socialización familiar y de pares, se mantenían distantes y en núcleos separados. La actividad política que se podía realizar con los amigos no era necesariamente discutida con los padres. En Chile era más acentuado aún, pues la discusión política en ambos espacios estaba gradualmente desapareciendo.
Sin embargo, el estallido social del 18 de octubre abrió el camino para el retorno de lo político a la vida doméstica. Pero en ese retorno, los más capacitados para explicar intrafamiliarmente fue aquella generación política que se había socializado en las marchas reivindicativas de 2011. Jóvenes entre 15 y 35 años que desconfiaban de los partidos políticos tradicionales y que habían sido formados en la protesta social.
Pues bien, en el encierro de la pandemia, en una familia cautiva para nuevas conversaciones, esa generación siguió explicando a su manera las causas del estallido. Pero no solo eso, también comenzó a emplazar a los integrantes más adultos de haber sostenido la vieja política de partidos tradicionales. Así, la socialización se invirtió del hijo/a hacia el padre o madre. La conversación de sobremesa con el protagonismo de la nueva generación política se hizo más relevante que los mensajes que podían entregar los medios de comunicación.
Investigaciones preliminares [6] que hemos llevado a cabo, han mostrado que la socialización inversa contribuyó a larvar una especie de culpa generacional de los más adultos, que incidió (aún más fuerte que el miedo a la pandemia) en la decisión de restarse de participar en el plebiscito y las elecciones de convencionales. Una especie de cesión de posta del cambio de los más adultos a los más jóvenes. Sin embargo, no está claro si este comportamiento de delegación doméstica intergeneracional se mantendrá en esta elección presidencial. En especial, con el retorno a la vida cotidiana y la activación de prejuicios producto de la incertidumbre social.
Estereotipos y fundaciones morales
El retorno de la política tanto al espacio doméstico (discusiones de sobremesa) como al espacio público (marchas y protestas) ha traído como consecuencia el cuestionamiento sobre el real interés y desafección a la política por parte de los chilenos.
Si bien, la encuesta CEP de diciembre del 2019 señala que un 72% no se identifica con las ideologías de centro, derecha o izquierda, sí se observa interés en protestas, marchas y discusiones en los espacios públicos y privados.
¿Qué ha orientado entonces el retorno de la política a los espacios domésticos y públicos en Chile?
Producto de la crisis sanitaria global, gran parte de los países enfrenta un periodo de alta convulsión política y social. Estos problemas tensionan las decisiones de los gobiernos y generan desajustes en la identificación ideológica de las personas que buscan certezas en medio de tanta dubitación.
Esas certezas las encuentran en lo más puro de las “fundaciones morales” [7] que, a su vez, son alimentadas por prejuicios y estereotipos hacia grupos ajenos a estos centros valóricos. Esto último se llama “estereotipos morales” que son una forma de organización del continuo derecha e izquierda en base a dimensiones actitudinales del conflicto entre grupos de identidades opuestas en lo valórico, simbólico y operacional.
Autores [8] sostienen que, los estereotipos morales son considerados como nociones o conceptos que definen una forma de preocupación, actitud o comportamiento en torno a un sistema de valores o creencias. Esto quiere decir que las personas disfrutan tanto un sentido de pertenencia e identificación valórica dentro de un mismo grupo como de los contrastes que se observan frente a otros grupos en temas valóricos. Los estereotipos morales suelen sobreestimar las discrepancias sobre preocupaciones valóricas específicas, así como exagerar sus diferencias. La exageración de la diferencia se debe a la concepción de inmoralidad sobre la manera que tratan los temas políticos la parte opuesta a la propia visión.
En Chile, los estereotipos morales han estado presentes en todas las crisis políticas a lo largo de la historia. Desde las etiquetas de “borrachos” y “flojos” o “explotadores” y “privilegiados” que sostuvieron los clivajes de clase, hasta el famoso “humanos y humanoides” de Merino para contestar las protestas de los años ochenta, los estereotipos morales han sido atajos para reforzar identidades en medio de incertidumbre social.
Actualmente, la irrupción de candidaturas que estaban fuera de la política tradicional y el posicionamiento de éstas como alternativas viables ha sido, precisamente, por la exageración de las diferencias con el otro y un reforzamiento de una identificación valórica concreta y sin ambigüedades. En otras palabras, la incertidumbre en este proceso político ha activado los estereotipos morales en base a actitudes binarias e irreflexivas que, en algunos casos, son muy contrarias a la democracia deliberativa como los temas migratorios.
Con todo, la profundidad en que han penetrado los estereotipos morales son una clave muy relevante para comprender el resultado del domingo. Para los valores conservadores, esta penetración se ha dado mucho más en los sectores adultos hasta ahora desmovilizados.
Qué esperar
Es difícil escribir una columna tratando de explicar una elección antes de que ese proceso eleccionario se desarrolle. No obstante, creemos que entregar claves dentro de un ciclo político tan cargado de eventos electorales, permite ordenar hipótesis que seguro serán contrastadas a futuro.
Para nosotros, la clave de esta elección fluida es la constatación de elementos que, desde un punto de vista social, se han cristalizado en el nuevo paisaje político chileno.
Creemos que esta elección se cruza con tres constataciones sólidas respecto a lo que está ocurriendo en el país. La primera es la consolidación de una nueva generación política que irrumpió en la escena electoral con una alta adhesión a un proyecto colectivo. La segunda es la constatación sobre el rol de esa generación en “actualizar” el discurso político dentro de la familia. Actualización que hasta el momento ha producido un efecto desmovilizador de los sectores más adultos. Finalmente, la tercera, es la activación de estereotipos morales en varios grupos sociales desmovilizados durante el 2020 y 2021.
El domingo se verá cómo interactúan estas claves en el resultado y cómo serán finalmente absorbidas por un probable escenario electoral de segunda vuelta.

NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Ver Toro, Sergio (2008). De lo épico a lo cotidiano: Jóvenes y generaciones políticas en Chile. Revista de ciencia política (Santiago), 28(2), 143-160. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-090X2008000200006. También ver: Bargsted, Matías, Somma, Nicolás M., & Muñoz-Rojas, Benjamín. (2019). Participación electoral en Chile. Una aproximación de edad, período y cohorte. Revista de ciencia política (Santiago), 39(1), 75-98. https://dx.doi.org/10.4067/S0718-090X2019000100075
[2] Valenzuela Beltrán, M. (2021). Instrumento de medición para estereotipos de clase y género como estimuladores de identificación ideológica. Test de Actitudes Implícitas (IAT) [Tesis para optar al grado de Doctor en Ciencia Política]. Universidad Diego Portales.}
[3]Mannheim, K. 1923 ‘The Problem of Generations’ in Mannheim, K.Essays on the Sociology of Knowledge, London: RKP.
[4] Elsoc. COES. Disponible en https://coes.cl/encuesta-panel/
[5] Ver por ejemplo: Hyman, H. (1959). Political socialization: Study in the psychology of political behavior. Glencoe: Free Press.También ver McDevitt, Michael & Chaffee, Steven. (2002). From Top-Down to Trickle-Up Influence: Revisiting Assumptions About the Family in Political Socialization. Political Communication – POLIT COMMUN. 19. 281-301. 10.1080/01957470290055501.
[6] Proyecto Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT) número 1211297
[7] Para leer sobre fundaciones morales, ver: Graham, J., Haidt, J., &Nosek, B. A. (2009). Liberalism and conservatives rely on different sets of Moral Foundations. JournalofPersonality and Social Psychology, 96(5), 1029-1046.
[8] Graham, J., Nosek, B. A., & Haidt, J. (2011). The Moral Stereotypes of Liberals and Conservatives: Exaggeration of Differences Across the Political Divide (SSRN Scholarly Paper ID 2027266). Social Science Research Network.
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