Extracto del libro de Alejandra Matus

El Poder de Lucía

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Hoy falleció Lucía Hiriart de Pinochet, la esposa del dictador, quien ejercía una poderosa influencia sobre él. “Si yo fuera la jefa de este gobierno, sería mucho más dura que mi marido y tendría en estado de sitio a Chile entero”, le dijo a los periodistas en 1984. Aquí un extracto del libro de Alejandra Matus, Doña Lucía, la Biografía no Autorizada


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Hay distintas interpretaciones sobre el poder real que tenía Lucía Hiriart en el régimen militar. “Es activísima y eficaz”, afirma el biógrafo de Pinochet, “pero también imperiosa y absorbente. No acepta sombra ni competencia, y resulta mortal despertar sus iras. La rodea —ley eterna de estos casos— una pequeña corte: admiradores, pero también aduladores de ambos sexos, pero principalmente mujeres, que gozan empujándola a emplear su punch”.

Según el historiador Gonzalo Vial, “la señora Lucía opera estrechamente unida al general, y en función de éste, para su mayor gloria”.



Un ex ministro asegura que era una influencia tangencial, doméstica. “En las grandes políticas”, no influía. Cristián Labbé coincide con esta mirada. Dice que Pinochet sabía cómo usar la influencia de Lucía Hiriart y que “muchas veces sacó las castañas con las manos de su esposa y muchas veces, como lo sugeriría en múltiples ocasiones, ‘hay que ceder en lo táctico y conducir en lo estratégico’”.

Los partidarios de esta interpretación señalan como prueba sus tres grandes derrotas: la caída de Contreras, la imposición de los Chicago Boys en las políticas económicas, y más tarde de los blandos, aquellos que inventaron el itinerario constitucional que aseguraba la mantención de un modelo autoritario de régimen presidencialista, pero que podía prescindir de Pinochet en la conducción.

En 1977, al regreso del viaje a Washington y ante la condena de la ONU por las graves violaciones a los derechos humanos que se cometían en Chile, el régimen ideó la realización del primer plebiscito. La organización del referéndum se hizo en tiempo récord y las leyes necesarias se dictaron en 24 horas. Se convocó a la población para que se pronunciara el 4 de enero de 1978 y marcara si estaba o no de acuerdo con la afirmación: “Frente a la agresión internacional desatada en contra del Gobierno de nuestra Patria, respaldo al Presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile, y reafirmo la legitimidad del Gobierno de la República para encabezar soberanamente el proceso de institucionalización del país”.

Sobre la opción Sí, aparecía una bandera chilena; sobre la opción No, un cuadro negro.


En sus encuentros con la prensa tuvo expresiones que sorprendieron por su crueldad, como cuando comentando el caso quemados (en que falleció Rodrigo Rojas de Negri y resultó gravemente herida Carmen Gloria Quintana) dijo: “Para qué se queja esta niña, si se quemó tan poco” .


Lucía movilizó a las socias de CEMA, que llegaron a ser 45 mil, a favor de la opción Sí y en eso estaba cuando una entre- vista de Luis Alberto Ganderats aparecida en El Mercurio a un funcionario de gobierno provocó su ira: éste afirmaba que si Pinochet perdía en la consulta, debía renunciar. Desde el gabinete de Lucía Hiriart llamaron al diario y citaron al periodista a una reunión con la Primera Dama en el Diego Portales para que identificara al informante. Ganderats, antes de acudir a la cita, le preguntó a su entrevistado si podía revelar su nombre.

“No hay problema”, dijo éste.

Era Jaime Guzmán.

“Llegué al Diego Portales y ella muy amable me preguntó por una tía que era pariente suya, Gabriela Pinochet. Después me interrogó sobre la fuente de la afirmación. Yo le contesté que el entrevistado era Jaime Guzmán. Ella re- accionó diciendo: ‘¡Qué se cree ese mocoso petulante!’ ‘¡Es una mosca insignificante!’”, relata Ganderats.

En esa consulta la opción Sí se impuso por un 75% de los votos y, aunque su legitimidad y transparencia fue cuestiona- da, Pinochet no tuvo que enfrentar el escenario previsto por Guzmán. La molestia de Lucía Hiriart significó que el abogado estuvo en el congelador por varios meses, pero aquello no impidió que sus tesis se impusieran y así, dos años más tarde, en otra consulta similar a ésta, se ratificara la Constitución ideada por él.


16.12.2021 Manifestación en Plaza Dignidad por la muerte de Lucía Hiriart

No obstante, esas derrotas de Lucía fueron también concesiones del propio Pinochet al equilibrio de fuerzas dentro del régimen. De haber podido elegir, probablemente hubiera optado por la mano dura y la perpetuación en el poder, como le proponía su esposa.

“Si yo fuera la jefa de este gobierno, sería mucho más dura que mi marido y tendría en estado de sitio a Chile entero”, le dijo a los periodistas en 1984.

Lucía no se contenía en sus declaraciones públicas y por eso los medios tenían periodistas dedicados a cubrir las actividades de la Primera Dama, cosa impensable antes del golpe. En sus encuentros con la prensa tuvo expresiones que sorprendieron por su crueldad, como cuando comentando el caso quemados (en que falleció Rodrigo Rojas de Negri y resultó gravemente herida Carmen Gloria Quintana) dijo: “Para qué se queja esta niña, si se quemó tan poco” y defendió a los militares que prendieron fuego a los muchachos diciendo que cumplían con su deber.

En medio de la crisis económica que azotó al país a comienzos de los 80, los periodistas le preguntaron a Lucía:

“—¿Usted cree que en Chile no hay hambre?

—Lo que llaman hambre, no existe en Chile. Porque los que más pueden sufrir hambre son los niños, y nosotros tenemos protegidos a todos los niños. En cambio, el adulto, si come una vez al día puede vivir perfectamente y no pasar hambre”.

Y sobre el mismo tema, respondió a las críticas de economistas de organismos internacionales diciendo: “En la época de bonanza, cuando pasearon, gozaron bastante, compraron joyas, lindas casas… y ahora lloran. Ésa es la gente linda, que de linda no tiene nada. Que lloren. Se lo merecen”.

Un ex funcionario del régimen militar en la primera década, sostiene que Lucía Hiriart “ejercía el poder de veto”. Su “ministerio” era el de los ascensos, caídas y traslados de funcionarios de todo tipo: civiles, militares, alcaldes, nadie se escapa- ba de su análisis y filtro. Si pensaba que había alguien desleal, no cejaba hasta sacarlo del camino. “Hay que combatirlos, sin contemplaciones”, decía y hacía un gesto como de cortar la garganta.

Ella, agrega la fuente, era un experta en el lenguaje simbólico del poder. “Si invitaba a un té, las mujeres que sentaba más cerca suyo debían entender que contaban con su favor. Si las sentaba en una punta, cayéndose de la mesa, significaba que podían prepararse para sufrir ellas, o sus maridos, algún resbalón en sus carreras o posiciones”, dice.

Gabriela García de Leigh, a quien Lucía detestaba, era objeto permanente de estos mensajes, agrega la fuente, pero ella ni se enteraba. “No creo que me haya tenido animadversión. Siempre ha sido muy cariñosa conmigo”, asegura la viuda del general Leigh. Sin embargo, se reconoce “despistada” y poco atenta a ese tipo de señales.

Los testimonios sobre sus caprichos en este ámbito son abundantes: a un alcalde lo sacó porque no le dio suficiente apoyo a sus socias de CEMA; a otro, por zalamero, y a un tercero por no esperar para acompañarla a bajar del auto, pese al enorme retraso con que llegó a una ceremonia. Al sacerdote Gerald Brown, por darle la mano a Eduardo Frei Montalva a la salida de una misa en las Rocas de Santo Domingo, le prohibió ofrecer misa en Bucalemu y le declaró la ley del hielo y ni la intervención de la DINA logró salvarlo, obligándolo a irse de Chile.

“A comienzos de los años 80, en la cima del poder, ella acudió al estreno de una película en el teatro Las Lilas. Quería, había dicho, pasar desapercibida y para eso se puso una peluca y fue sin escoltas. En eso entró un general que la reconoció e, ignorante de sus intenciones, antes de que empezara la función, fue a saludarla. Al otro día, para fuera el general porque, según ella, había puesto en riesgo su vida”, cuenta un entonces alto funcionario del régimen. “Su preocupación central era el incremento del poder de su marido, la protección de su familia y la estabilidad de sus finanzas”, agrega.

Mónica Madariaga relató en vida que le exigió a Pinochet la creación de su propio gabinete de subsecretarios, para tratar con ellos, en reuniones periódicas, temas de su interés. En esa instancia se enfrentó una vez con la ex ministra de Justicia, pues la subsecretaria de su cartera, Alicia Cantarero, osó contradecir su punto de vista en una reunión.

La prima de Pinochet puso, por esta causa, su cargo a disposición.

“Tú sabes que la Lucía me vuelve loco, que me enferma… Que me metí al baño y me echó abajo la puerta… Me metí al sauna y me empezó a romper la sala… Me tiré a la piscina en la parte honda y aguanté lo que más pude y ¿quién crees tú que estaba en la orilla? La Lucía”, le habría respondido el general.

La aludida, en cambio, asegura que su influencia no era tanta. O al menos no toda la que ella hubiera deseado: “Un matrimonio bien avenido tiene que tener una comunicación, pero han exagerado mucho mi influencia. Hablan cada lesera, como que yo  sacaba y ponía ministros y generales. Eso es una estupidez. Y eso de que yo tenía un grado militar más que Augusto en mi casa es un chiste muy antiguo que circula entre todas las señoras de generales. Augusto tiene hasta hoy una personalidad muy fuerte. Tan fuerte que cuando era jovencita me coartó: yo quería estudiar leyes y no pude. Pero además me coartó, porque, incluso cuando estaba en el gobierno, siempre me trató de evitar problemas. Eso es un error muy grande. Augusto no quería darme más preocupaciones de las que tenía, consideraba que entre la casa y los niños era suficiente, y por eso yo no sabía muchas cosas”, dijo a la periodista Cherie Zalaquett.

La versión más precisa parece ser, sin embargo, que no se puede separar a Lucía de ninguna decisión de las tomadas por Pinochet. Aunque no siempre le haya dado la razón, aparente- mente le consultaba sobre todos sus asuntos y no sólo aquellos de incidencia en los aspectos domésticos de su relación.

“Cuando estábamos en el gobierno, sabíamos que teníamos que dejar todo amarrado con Pinochet antes de que se fuera a la casa”, cuenta un ex funcionario de confianza del régimen. “Si se iba con algún asunto no completamente resuelto, lo más seguro es que después de haber conversado con ella llegara al otro día con una idea completamente diferente”.

En su vejez, la periodista María Eugenia Oyarzún le pidió al general que describiera a la mujer perfecta. “Describiría a mi mujer, doña Lucía”, respondió él.

2 comentarios de “Extracto del libro de Alejandra Matus: El Poder de Lucía

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