José Andrés Murillo fue parte del grupo de denunciantes de Fernando Karadima, sacerdote favorito de la elite chilena en los 80s y 90s. Los abusos sexuales cometidos por el cura contra menores y jóvenes se mantuvieron en secreto durante décadas gracias a una red de protección compuesta por sacerdotes y obispos leales al abusador que amenazaron y desacreditaron a las víctimas. La persistencia de los denunciantes y el intenso trabajo de varios equipos de periodistas permitió que saliera a la luz no sólo la verdad en este caso, sino una forma de operar de la iglesia que se repite en muchos otros abusos investigados antes y después. Los obispos Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati, cuya presencia en el Tedeum fue cuestionada por el presidente Boric, ascendieron y llegaron a la cima de la iglesia chilena cuando los abusos se cometían y cuando las denuncias se empantanaban. Eso lleva a José Andrés Murillo a afirmar que “Errázuriz pasará a la historia como una de las figuras más oscuras del encubrimiento del abuso sexual, de conciencia y de poder.”
Tener poder significa estar en una relación asimétrica respecto de otros, ya sea por fuerza, dinero, edad, jerarquía. Los Obispos han sido figuras de poder durante siglos. Tienen un poder desmesurado respecto de los sacerdotes, religiosos y religiosas del lugar en que gobiernan según la administración de la Iglesia y el código canónico. De él depende dónde vive, qué hace y cuánto gana un sacerdote, bajo un juramento o voto de obediencia. Un obispo y un cardenal tienen poder.
Quiero ser claro, la vocación originaria del poder no es necesariamente el abuso, sino el cuidado. Poder para cuidar de los más frágiles debiese ser el primer mandamiento de toda persona que lo ejerce. Pero el cardenal Errázuriz tiene otras prácticas, muy distinta a la del cuidado de los débiles, y muy distinta también a la que él ha intentado mostrar en cartas y entrevistas, como estos días, después de que el presidente Gabriel Boric manifestara su molestia por su presencia en el Tedeum.
Durante el juicio por encubrimiento el cardenal nos acusó directamente de haber dañado a la Iglesia, sin comprender nada de daño ni, probablemente, de Iglesia.
Haciendo lobby se ejerce un tipo de poder, la influencia para cambiar percepciones, proponer interpretaciones o manipular las decisiones. Y esto es algo que el cardenal acostumbra a hacer. Lo hizo ya en tiempos del fiscal nacional Piedrabuena, torciendo la realidad para justificar o proteger sacerdotes y obispos acusados y perseguidos por haber cometido la peor degeneración del uso del poder: el abuso sexual en contextos infinitamente asimétricos (ver nota de El Mostrador: “Exfiscal Piedrabuena desclasifica el lobby del cardenal Errázuriz para bajarle el perfil a las denuncias de abuso eclesiástico”). Niños con síndrome de Down, o en situación Sename, personas bajo tutoría espiritual, moribundos, monaguillos, o quienes simplemente confiaban en que Dios se manifestaba en el rol religioso, confiaban – confiábamos – en los sacerdotes porque estaba la Iglesia como garante, cuyo rostro concreto era el obispo, Errázuriz o Ezzati. El cardenal Errázuriz, y muchos obispos a lo largo del mundo, piensan que su poder es una herramienta para blindar a la institución de cualquier investigación que no venga desde ella con sus propias normas internas, y que una acusación – verdadera o no – es un ataque a la institución. Por eso a quienes hemos trabajado por la dignidad de las víctimas nos han tratado muchas veces de enemigos de la Iglesia. Durante el juicio por encubrimiento el cardenal nos acusó directamente de haber dañado a la Iglesia, sin comprender nada de daño ni, probablemente, de Iglesia.
El hecho de que él diga, sin hechos ni pruebas que lo respalden, que él hizo mucho en contra del abuso sexual y de conciencia de Karadima y que sus propias víctimas son encubridoras por no haber denunciado antes, solo habla de lo cegado que lo tiene el poder. Una afirmación como esa solo contradice, desde la total ignorancia, las teorías del abuso, del trauma y del poder. El cardenal Errázuriz pasará a la historia como una de las figuras más oscuras del encubrimiento del abuso sexual, de conciencia y de poder. Y mientras más lobby ejerza para reescribir la historia, más evidente será su forma desviada de ejercer el poder, ese que podría haber utilizado para escuchar, acompañar y proteger a las víctimas, pero prefirió usarlo para proteger abusadores e instituciones.