El sistema escolar chileno, con sus mecanismos de selección, pago y competencia entre escuelas, es un caso extremo de mercado en el mundo. Y ya suma cuatro décadas de funcionamiento ¿Cómo lo viven padres y madres? ¿Hasta qué punto estas lógicas han transformado su relación con la educación de hijos e hijas? A continuación les presentamos un extracto del libro “Educación, la promesa incumplida”, el cual reúne testimonios, experiencias y reflexiones de padres y madres, sobre todo madres, que navegan un sistema cuya principal característica es que pone buena parte del peso de las oportunidades educativas sobre los hombros de las familias.
Introducción: Navegando en el mercado de la educación
“Mi hijo es súper inteligente y quisiera que aprovechara su inteligencia al máximo. En este país no se puede de otra manera: hay que ponerlo en un buen colegio para que el cabro no se pierda. Si lo pongo en un colegio donde le van a enseñar la mitad de lo que puede absorber, se va a perder no más”, explica Angélica, madre de cinco hijos.
Así como el de Angélica, decenas de testimonios dan vida a este libro cuya ambición es grande: comprender cómo viven las personas en sus entornos familiares y de cuidado el desafío de educar a la siguiente generación en el Chile actual; explorar cuánto les ha marcado el modelo de mercado escolar que caracteriza al sistema educativo.
Por cierto, nociones como “familia” y “mercado escolar” no son realidades monolíticas.
Las personas entablan vínculos familiares múltiples que experimentan cambios importantes según transcurren sus vidas. El modelo “tradicional” de familia tiene cada vez menos peso, haciendo que la diversidad sea más legítima. Una sociedad sacudida por los reclamos feministas en los últimos años camina a nuevas formas de relación entre los géneros, y respecto del cuidado de las generaciones que vienen. Matrimonios e hijos, parejas de hecho, padres y sobre todo madres que viven solas con sus hijos, abuelas a cargo de la crianza de sus nietas y nietos; la diversidad es cada vez más la regla y esto no debe olvidarse cuando hablamos de “familia” a lo largo del libro. Estas diferentes conformaciones y sus cambios han incidido no solo en la crianza, sino que también en la educación de niños y niñas, especialmente en un sistema como el chileno, que pone tanto peso sobre los hombros de las familias a la hora de distribuir las oportunidades educacionales.
Esto ocurre porque la educación en Chile se ha construido desde hace décadas como un “mercado escolar”, lo que tiene profundas implicancias precisamente en la relación entre las madres, padres o tutores a cargo (“apoderados” en Chile) y los establecimientos educacionales. No existe una definición única de lo que es un mercado escolar, pero podemos afirmar que, en esencia, se trata de un modelo en que las escuelas deben —para poder financiarse— competir entre sí para atraer matrícula, lo cual se logra captando las preferencias de las familias, las que pueden (en principio) elegir dónde matricular a sus hijos e hijas. Pero el caso chileno es uno de extremo mercado. Único en el mundo. Aquí se mercantilizó fuertemente el sistema tras la creación del voucher durante la dictadura militar: un mecanismo de financiamiento a través del cual escuelas públicas y privadas reciben una subvención por cada estudiante que asiste efectivamente a clases. A esta subvención tienen acceso incluso escuelas cuyos dueños persiguen fines de lucro, en las mismas condiciones que las escuelas públicas. Este sistema se proyectó luego en democracia, al grado que, desde 1993, se facilitó y promovió abiertamente que los establecimientos privados subvencionados por el Estado cobraran aranceles sin perder el financiamiento estatal, lo que terminó profundizando el carácter mercantil de la educación chilena[1]. Globalmente, el mercado ha creado una educación nueva: la privada con orientación lucrativa, hoy actor gravitante en todos los niveles de nuestra educación.
En las páginas de este libro están las experiencias de padres y, fundamentalmente, madres de distintas comunas de Santiago y de regiones; técnicos, profesionales, contratadas y desempleadas, trabajadores por cuenta propia, y dueñas de casa, cuyos hijos e hijas asisten a escuelas o liceos municipales, particulares subvencionados gratuitos o con copago, o bien forman parte de ese pequeño grupo que da vida a la educación particular pagada en Chile (esa que no recibe subvención pública). Aquí expresan sus miedos, esperanzas y frustraciones, y delinean las estrategias o las intuiciones que siguen para doblar la mano a un sistema educativo que la mayoría percibe como injusto.
Los testimonios interpelan y probablemente harán que quienes los lean reconozcan sus propias preocupaciones, temores y sueños. Como le ocurre a Ricardo, padre de dos hijos pequeños, cuando piensa en lo que puede pasar si la vida se pone cuesta arriba:
Yo soy alguien que no quiere transar educación. Prefiero caminar o bajarme del auto a transar educación y es algo que lo conversamos; o sea, la carga del colegio es importante en el presupuesto de esta casa (…) Nos bajaremos del auto, disminuiremos otras cosas, pero para mí la educación es fundamental, yo sé que la educación hace la diferencia en la vida de las personas.
Nuestros entrevistados hablan de la desconfianza en el liceo municipal; de las discriminaciones que han sufrido en el sistema privado; de la medicación de los hijos; de la importancia de pagar por la educación; de la lucha por conseguir cupos y de cómo la educación y las oportunidades aparecen constantemente en la conversación familiar. En los diversos testimonios queda retratado también cómo el sistema de mercado educativo ha ido moldeando lo que las personas entienden, valoran y buscan, así como aquello que quizás consideran deseable pero imposible, como una educación de calidad por la que no tengan que endeudarse o hacer sacrificios para costear.
Cómo las personas ven la educación de sus hijos es un tema de interés común, del que probablemente se está constantemente conversando en la mayoría de los hogares. En 2018, según un estudio de distintas universidades, más del 90% de los chilenos pensaba que para surgir en la vida era bastante o muy importante “tener un buen nivel de educación”. Era, por lejos, la principal razón dada por los encuestados, superando al trabajo duro, la ambición o el origen familiar (COES, 2018)[2].
El que las oportunidades de vida se jueguen (o se crea que se juegan) en medida importante en la esfera educacional hace que la experiencia de las familias en relación con la educación esté cargada de expectativas, sueños y esperanzas, y también de frustraciones, temores y sentimientos de fracaso. Son estos sueños y temores, finalmente, los que han tenido que moverse al ritmo del mercado educativo. Nuestro libro es una inmersión en esas experiencias y en los significados que tienen para las personas.
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NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Este exceso —virtualmente único en el mundo— solo comenzó a ser corregido con la Ley de Inclusión Escolar (2015), que elimina el financiamiento compartido y obliga a los establecimientos a constituirse jurídicamente como personas sin fines de lucro, además de regular el modo y los mecanismos mediante los cuales gestionan sus recursos. Eso sí, el financiamiento vía voucher sigue vigente hasta hoy.
[2] “Estudio Longitudinal Social de Chile” (Elsoc) https://coes.cl/encuesta-panel/.