Ilustración: Leo Camus

La política y la tragedia chilena. Un análisis sociológico de la entrevista a DJ Lizz

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DJ Lizz dijo a TerceraDosis que el mundo se había acabado el 2000 y que vivíamos en el post apocalipsis sin darnos cuenta. El autor sugiere que en el caso chileno ese apocalipsis lo provocó la elite económica al paralizar la capacidad de la política de entregar soluciones aceptables para las mayorías.


El primero de diciembre de 2023 este medio publicó una potente entrevista a la famosa cantante urbana DJ Lizz. En ella, la artista conversó sobre su infancia entre las décadas 1990-2000, narrando su vida a través de una serie de problemas invisibilizados por la sociedad como la violencia cotidiana, la exclusión, desigualdades, el crimen y narcotráfico. Esta entrevista habla de las condiciones de vida de los jóvenes populares que crecieron en el Chile postdictadura, creando una identidad propia, que es lo que actualmente en la música es el género urbano. Al revisar esta entrevista me vinieron a la mente las siguientes preguntas: ¿Esto es algo exclusivamente nuevo? ¿Existe una historia respecto de estos problemas?

La lectura de esta entrevista es sintomática del “Chile profundo” a partir del retorno a la democracia. En este texto sólo busco extraer reflexiones para analizar la sociedad chilena en perspectiva, observando ciertos elementos de cambio y continuidad entre inicios del siglo XX y XXI. Esta reflexión busca entender hasta qué punto los problemas que vivimos tienen un pasado que vale la pena mirar, antes que pensar constantemente en el presente. El sociólogo Norbert Elias (1897-1990) era crítico de la visión de una sociología centrada en la observación exclusiva del presente inmediato, impidiendo abordar problemas más complejos y profundos, como las estructuras sociales y económicas que las subyacen.

Chile, a inicios del siglo XX, sigue muy anclado en el siglo XIX, ya que el país hereda transformaciones subterráneas de la estructura económica y social, que permiten observar un enriquecimiento creciente de las élites, expresada en un alto consumo además de una refinación de costumbres y prácticas, como los gustos musicales y artísticos, la moda, las conductas en la mesa, incluso las formas de hablar[1]. Ya en 1874, Marcial González señaló que las inclinaciones al lujo se habían convertido en uno de los rasgos distintivos de la sociedad, al punto que el consumo de Santiago y Valparaíso no tenía parangón ni en Europa, ni en el resto de América Latina (Vicuña, 2001). En contraste a la opulencia de las elites, las condiciones de vida de los sectores populares eran diametralmente opuestas, sufriendo la cuestión social[2], reflejada en problemas de sanidad pública, violencia, prostitución y crímenes. Por ejemplo, en 1900, por cada 1000 recién nacidos fallecían 502, y en 1910, 384 por cada 1000. Asimismo, en 1908 existían 47.647 niños ilegítimos y 54.987 en 1916 (Salazar, 2014). Por otra parte, en 1892 el consumo per cápita de alcohol era de 5,3 litros de alcohol puro, equivalente a 6 ½ botellas (Vergara, 1892), sumado a los clandestinos o baratillos que en 1902 eran 4.856 y en 1905, 6.615 (Zilleruelo, 1909). Asimismo, en los diarios de la época se podía leer de eventos de violencia cotidiana e irracional, como Gregorio Ruiz, trabajador que puso fin a su vida con un cartucho de dinamita (Salazar, 2014). A esto se sumaron problemas de salud pública como un brote de cólera en 1887 que tuvo como consecuencia 40.000 víctimas (de una población de tres millones de habitantes), posteriormente una epidemia de sarampión en 1899, tiempo después un brote de peste bubónica en 1903 en Valparaíso, sumado al terremoto de 1906 y un brote de fiebre amarilla en 1912 en Tocopilla.

Al observar el siglo XXI se podrá notar que las condiciones de miseria no son comparables a las de los inicios del siglo XX. Sin embargo, existen profundas transformaciones en la estructura económica y social, que permiten observar similitudes. La concentración de la riqueza sigue siendo grosera. En 2010 el 10% más rico ganó 46,2 veces los ingresos del respectivo 10% más pobre. Asimismo, existe un nivel de consumo y deuda sin precedentes. En 2008, el 86% de las deudas provinieron de tarjetas de crédito y en 2010 el 50% de los trabajadores debía 9 veces más que su consumo mensual. A pesar de que existen sectores medios, estos son altamente vulnerables al endeudamiento, bajos sueldos y precariedad laboral. Del mismo modo, los problemas de salud mental son extendidos: en 2021, el 38% en hombres y 54% de mujeres presentaron síntomas de depresión, y los suicidios se concentran entre los 20-34 años (Salazar, 2023).

Entonces, ¿cuál fue la respuesta a estas problemáticas en cada periodo? A mi juicio la diferencia fundamental entre los dos siglos se puede observar en el rol de la política para canalizar o soportar las condiciones de miseria social y económica.

En Europa y EE. UU., las consecuencias sociales de la revolución industrial se expresaron de formas disímiles, la organización política obrera coexistió con el florecimiento de organizaciones criminales, que en Inglaterra se llamaron Scuttlers. Tal como se observa en El Padrino II o Peaky Blinders, estas organizaciones se caracterizaron por el uso de ropas extravagantes, armas y convocar a jóvenes de 14-19 años. Sin embargo, las organizaciones criminales finalmente perdieron espacio, quedando la política[3]

En el caso de Chile, en el siglo XX, estas miserias y desigualdades fueron canalizadas a través de la política, y se expresó de diferentes maneras. Inicialmente, las condiciones de trabajo permitieron un silencioso proceso de maduración y movilización. En 1890, mientras la política institucional se debatía entre el legislativo y el ejecutivo, explotó la primera huelga obrera de la historia que llegó a extenderse a Tarapacá, Valparaíso, Iquique y Antofagasta, movilizada por mineros y trabajadores portuarios, siendo finalmente reprimida por Balmaceda (Grez, 2007).

En los años posteriores estos problemas volverían con mayor fuerza. En 1903, explota una huelga laboral en Valparaíso movilizada por los trabajadores portuarios, exigiendo reducción de horas laborales y el aumento de sueldos, desencadenando jornadas de movilizaciones y protestas, que terminan con resultados preliminares de 35 muertos y 600 heridos. En 1905 llegó el turno de Santiago, a partir de un impuesto a la carne, volviéndola impagable, y decantando en la “semana roja”, caracterizada por enfrentamientos callejeros, saqueos, etc. Al igual que el caso anterior, termina en un baño de sangre, del que se cuentan entre 200-250 víctimas. Posteriormente, en 1907 estalla la “huelga grande de la pampa” en Iquique, conocida por la cantata de Quilapayún, que termina en al menos 200 muertos. 

Estas movilizaciones inorgánicas fueron acompañadas de las primeras organizaciones políticas obreras. En 1909 se funda la Federación Obrera de Chile (FOCh); en 1912 Luis Emilio Recabarren funda el Partido Obrero-Socialista, de tendencia marxista; desde el anarcosindicalismo surge en 1916 la Federación Obrera Regional de Chile y la Unión Federal Chilena, junto a la filial chilena del sindicato anarquista norteamericano International Workers of The World (IWW) en 1917(Barría, 1971). Aunque al mismo tiempo la política se expresó en las Ligas Patrióticas, organizaciones paramilitares y nacionalistas, centradas en agredir y perseguir a trabajadores peruanos y bolivianos del norte de Chile para expulsarlos. Y posteriormente se expresó en liderazgos de masas, como Alessandri e Ibáñez. 

Las movilizaciones de inicios de 1900 podrían encontrar cierta similitud en las primeras décadas del siglo XXI. En 2006-2007 estallan manifestaciones de nuevos actores sociales: pingüinos y contratistas. Posteriormente en 2011-2012 el movimiento universitario, y movilizaciones regionales y medioambientales, como Patagonia sin represas, la Guerra del gas en Magallanes y movilizaciones en Aysén. En 2018 explota el Mayo feminista, hasta llegar finalmente a todas las crisis juntas en octubre de 2019. Sin embargo, una vez llegado el 2019 “la política ya no sirve para nada”, ya no es una alternativa. A mi juicio, esto provoca la tragedia chilena.

La arquitectura institucional creada en la Constitución de 1980 definió las posibilidades y atribuciones de la política, impidiendo grandes transformaciones y proyectos. Así, el proyecto fundacional de la dictadura buscó evitar para siempre sus mayores miedos, desencadenados a partir de los años sesenta con la muerte del latifundio y la amenaza del derecho de propiedad en la UP. Los gobiernos democráticos aceptaron estas reglas y actuaron con espacios políticos limitados y cerrados, con una subjetividad política decepcionada y cada vez más alejada de la actividad.

El problema es que las elites al cortar las alas de la política terminaron por abrir una caja de pandora. A diferencia del siglo XX, en que la política logró contener y canalizar la miseria social ocasionada por la cuestión social y la pérdida de esperanza, la tragedia actual es que la política está imposibilitada, institucional y subjetivamente, para entregar una alternativa o simplemente una posibilidad frente a las condiciones de vida miserables del siglo XXI. Esto refleja la sociedad actual, caracterizada por el nihilismo, anomia o incluso crisis moral[4]. DJ Lizz lo resume perfectamente al decir:

«Desde mi perspectiva, las cosas no van a cambiar porque estamos en un mundo post apocalíptico. Para mí el apocalipsis no es algo que va a venir, es algo que ya pasó. Yo creo que muchos en mi generación lo ven así. No fue un hito concreto sino una serie de derrumbes que comenzaron en los 2000 y dejaron un mundo sin esperanza».

Tal como indica el mito, pandora frente a la tentación, decide abrir la caja prohibida, allí se liberaron todas los males y desgracias desconocidos que invadieron el mundo. En este caso, las élites al abrir la caja liberaron respuestas desconocidas para canalizar la ausencia de alternativas a la miseria, una de ellas es la música urbana, como una cultura amorfa y marginal, propiamente chilensis, que ofrece el éxito y la buena vida en los autos, las mujeres, las armas y el dinero. Otra puede ser el mercado ya convertido en mera religión, en que la promesa de bienestar asociada a las inversiones y criptomonedas, cual prédica religiosa, ofrecerá abundancia y bienestar. Así, estas respuestas desconocidas a la miseria pueden derivar hacia los lugares más insospechados.

La tragedia chilena radica en que, al liberar estos males desconocidos, las élites perdieron la capacidad de poder mantener su poder como lo habían hecho hasta ahora. En el siglo XX fueron lo suficientemente astutas para poder controlar las esperanzas de la clase obrera a través de la política, pudiendo “hacerla jugar” en las reglas creadas por la propia élite, logrando mantener y legitimar el orden institucional (bicameralismo, sistema presidencialista, etc.), las leyes antidemocráticas e incluso la Constitución (1925). Así, los partidos políticos chilenos, a diferencia de otros países, funcionaron como nexo entre la burocracia estatal y las ansias de participación en el Estado, canalizando la movilización social y pudiendo interceder exitosamente en los conflictos sociales.

La élite actualmente perdió por iniciativa propia un espacio ya conocido para mantener su poder. Los sectores populares, al perder la confianza de combatir la miseria en la política, la encontrarán en un destino desconocido. He ahí la tragedia. Finalmente, termina ocurriendo lo que Gabriel Salazar señaló respecto del siglo XIX:

Cuando no hay futuro y los caminos se cierran…

Cuando el horizonte escasea y los bienes se vuelven escasos…

Cuando las fábricas niegan el trabajo y el desierto de la noche y el amor se aleja para siempre…

Entonces no hay sociedad. Ni civilización. Ni Dios, ni Ley. Entonces solo queda el vino, la sangre, el fuego, la dinamita, la muerte (Salazar, 2014, p. 86). 

Sin embargo, al igual que en el mito griego, Pandora al descubrir con horror cómo los males se habían dispersado sobre el mundo, cerró rápidamente la caja, quedando atrapada en el fondo la esperanza, y vagó por el mundo buscando que los humanos la aceptaran. Esa esperanza será la respuesta a este nihilismo ingobernable.

Finalmente, ¿Es tan diferente lo que buscaban los chilenos del siglo XX con lo que quieren hoy? Puede ser que existan problemas que se mantengan en el tiempo. Según DJ Lizz: “Los chilenos no somos tontos, somos inteligentes. El tema es que no existen oportunidades para desarrollar esa inteligencia en un aspecto más de ‘conducto regular’, cotidiano, normal”. Esto no es tan diferente de lo que dijera alguna vez el empresario estadounidense Henry Meiggs (1811-1877) sobre los trabajadores chilenos: “tres cosas necesita el peón chileno para ser el mejor trabajador del mundo: justicia, porotos y paga”.


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] El francés con un pésimo acento se convirtió en la segunda lengua de los eventos sociales

[2] La mejor definición del concepto ha sido definida por James Morris (1967) como las consecuencias sociales, laborales e incluso ideológicas de la urbanización e industrialización, a partir de nuevos problemas de trabajo, vivienda y salubridad, que desencadenaron en organizaciones, huelgas y partidos.

[3] Una de las razones de su desaparición fue consecuencia de leyes obreras y el fortalecimiento de clubes sociales obreros, como el Salford Lad´s Club, que promovieron actividades deportivas y artísticas.

[4] Concepto utilizado por la presidenta del Consejo Constitucional, Beatriz Hevia en su discurso de asunción.


Referencias:

Barría, J. (1971). El movimiento obrero en Chile. Génesis histórico-social. Ediciones de la Universidad Técnica del Estado.

Grez, S. (2007). De la “regeneración del pueblo” a la huelga general. RIL Editores.

Salazar, G. (2014). Ser niño “huacho” en la historia de Chile (Chile Siglo XIX). LOM Ediciones

Salazar, G. (2023). La Gran Alameda de la Soberanía Popular (Testamento político de un historiador). Ceibo Ediciones.

Morris, J. (1967). Las elites, los intelectuales y el consenso : estudio de la cuestión social y del sistema de relaciones industriales de Chile. Editorial del Pacífico

Vicuña, M. (2001). La Belle époque chilena. Editorial Sudamericana

Zilleruelo, C. (1909). El alcoholismo en Chile y su relación con la criminalidad y la locura.  [Memoria de Prueba para optar al Grado de Licenciado en la Facultad de Medicina y Farmacia, Universidad de Chile]. https://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0066149.pdf

Vergara, L. (1892). Capítulo II: Bebidas alcohólicas. Revista Médica de Chile, XX, 83-107

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