Constituyente 2.0, diseños para no fracasar de nuevo

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En el rechazo hubo dos fuerzas contrarias: una pro-acuerdos en la elite y otra más confrontacional, explica el autor.  Ambas, además, son muy críticas de la institucionalidad política. En ese escenario es posible que el nuevo proceso cometa los mismos errores que la vez pasada.  Aquí Noam Titelman da algunas claves de las “fallas estructurales” sobre las que se instala la nueva etapa constituyente para que esta vez lleguemos a puerto.


En estos momentos se está discutiendo un nuevo camino para el proceso constituyente, luego del rechazo del proceso original. Casi tres años de discusión y debate, desde el acuerdo de noviembre de 2019, han terminado truncados. Más allá de las disputas coyunturales, y las peleas políticas de todos los días, hay una sincera pregunta por cómo diseñar un proceso que no caiga en los mismo errores que el anterior. Pero, para evitar cometer estos errores, hay que saber qué falló. Pese a la contundencia del rechazo (o quizás por lo mismo) entender lo que llevó a que 62% de los votantes, con participación histórica, eligieran la opción rechazo requerirá de mucha reflexión y análisis. Por otro lado, nada garantiza que el debate político se tome en serio estas cuestiones. No es asunto de tiempos, sino de voluntades. Habría que partir, eso sí, desestimando cualquier intento de explicar el fracaso del texto constitucional propuesto a partir de una sola causa. Para perder por cerca de 25 puntos hay que tener varios aspectos empujando en contra.


“El proceso constituyente se instala encima de fallas estructurales de nuestro sistema político y su relación con el ordenamiento social”


A estas alturas emergen dos grandes interpretaciones, que por cierto no son mutuamente excluyentes ni son exhaustivas, para explicar la caída del apoyo al Apruebo y el alza del Rechazo: una primera pone el énfasis en el «votante mediano», que supone un quiebre abrupto con el ethos del estallido; otra, en la identidad reactiva tradicional que se consolidó contra la propuesta constitucional y que supone reconocer que el estallido tenía un componente claramente anti-elite pero no necesariamente «de izquierda». En la primera interpretación, el foco está puesto en los votantes históricos de la centroizquierda. En la segunda, el foco está en los votantes no alineados en el eje izquierda-derecha, votantes similares a los de Parisi u otras expresiones anti-elite y no de izquierda.

A. EL PROYECTO EN DISPUTA

En la primera interpretación, la votación del plebiscito de entrada y de los convencionales estuvo marcada por una impronta de disputa entre el pueblo y la elite (“las tres comunas”). Esta configuración de la fuerza política borró en buena medida las distinciones entre izquierda y derecha y entre los distintos intereses y visiones que conviven en la ciudadanía. Sin embargo, según esta interpretación, el momento de disputa entre «arriba» y «abajo» ha concluido y, en su lugar, han vuelto las clásicas disputas entre la izquierda y la derecha. Es interesante, en este sentido, que según algunas encuestas al Rechazo se lo asociaba con el combate del narcotráfico y el crecimiento económico, mientras que al Apruebo se lo vinculaba con la redistribución de la riqueza a través de derechos sociales, atributos típicamente asociados con la derecha y la izquierda, respectivamente.


“En medio del proceso constituyente hubo una elección presidencial que significó un cambio de signo de gobierno. Estar contra el proceso constituyente pasó a ser una forma de ser oposición”


Lo que implica esta perspectiva es que la Constitución actual estaría a «la derecha» del votante medio, mientras que la propuesta constitucional fallida estaría a su izquierda. Esto explicaría la fortaleza de las opciones de «rechazar para renovar» y «aprobar para reformar» y permitiría asegurar que el plebiscito se ganó en el centro del espectro político. Así las cosas, el principal déficit del proceso constituyente habría sido la falta de acuerdos en algunos temas claves, como el sistema político, con la derecha de la Convención. En línea con esta visión, según la encuesta de Espacio Público-IPSOS, 77% de los encuestados declaró que prefería que los convencionales negociaran acuerdos, aunque implicara ceder en algunos temas y, a la vez, 61% percibía que los convencionales no habían cedido en sus posturas.

Por otro lado, las disputas electorales se dan en varios ejes simultanéanos. Es perfectamente posible que un mismo votante tenga posiciones más a la izquierda en un eje (por ejemplo, derechos sociales) y más a la derecha en otro (por ejemplo, plurinacionalidad). En este sentido, es posible que lo que reflejen los apoyos a posiciones intermedias es que en algunas temáticas las personas están a la izquierda y en otras a la derecha de cada texto. Pero, sumando y restando, el texto propuesto estaría mucho más lejos de las preferencias mayoritarias.

Más aún, una dificultad que marcó la campaña del apruebo fue la incapacidad de generar relatos aglomeradores. Normalmente se cree que la crisis de representación consiste simplemente en una excesiva autonomía de los representantes que les permite desentenderse de la demanda de los ciudadanos que los pusieron en su cargo. Esta, por cierto, es una cara de la crisis de representación.


 “El anti-elitismo que le había dado vida a la convención trasladó en alguna medida sus dardos a la misma convención”


Sin embargo, la representación entendida solo como obediencia a los intereses de grupos particulares representados, en lugar de ideologías universales, tiene sus propios peligros a la legitimidad de los representantes. Muchos de estos intereses tienen que ver con las identidades sociales que conviven en un país, identidades territoriales, de clase, de religión, de etnia etc. Para todos estos grupos es importante acceder al poder para hacer avanzar sus intereses. Una sociedad compleja tiene muchísimos de estos intereses en juego. Por otro lado, no solo las sociedades son complejas, los individuos también lo son. Un mismo individuo puede tener múltiples identidades sociales que no necesariamente empujan en la misma dirección. Se puede estar por el derecho al agua y, a la vez, tener otras preocupaciones que lleven a rechazar el texto, como demostró la victoria del rechazo en Petorca. Los activistas tienen causas específicas, los ciudadanos, en la mayoría de los casos, tienen preocupaciones diversas. En definitiva, el Apruebo cayó víctima de la misma fragmentación paralizante que la política tradicional. El particularismo radical evitó generar un proyecto país de conjunto, más allá de la sumatoria de demandas particulares de cada grupo. Ejemplo de esto fue la cacofonía de mensajes en la franja televisiva del apruebo.

B. EL PUEBLO EN DISPUTA

Después del juicio negativo sobre los constituyentes, la razón que más se repite entre los que apoyaron el Rechazo es la plurinacionalidad. En línea con esta visión, una vez entregado el texto constitucional, las dos propuestas peor evaluadas, según la encuesta Espacio Público-IPSOS, fueron el Estado plurinacional y la creación de un sistema de justicia indígena. Así, el sector del Rechazo logró consolidar una base de apoyo en torno de identidades tradicionales de la chilenidad que se sentían amenazadas por la noción de plurinacionalidad. Esto se vio reforzado por algunas acciones y performances de convencionales, incluidos comentarios o acciones despectivas relacionadas con el himno, la bandera y demás símbolos patrios. Si bien estas posiciones no se expresaron en el texto constitucional, sirvieron de municiones para la campaña del Rechazo.

La segunda perspectiva supone que se ha mantenido el ethos de disputa entre «arriba» y «abajo», pero que esta posición anti-elite encontró, a lo largo del proceso, su expresión no de izquierda. Es decir, los hechos que ocurrieron en el plazo de dos años le permitieron a la derecha disputar la rebeldía y, más aún, la indignación con la elite, que hasta ese momento había sido hegemonizada por la izquierda. En lugar de un fortalecimiento del centro moderado, ubicado en el medio entre las izquierdas y las derechas, lo que hubo es un reforzamiento y politización de identidades sociales tradicionalistas.

Desde esta óptica, lo que refleja la fortaleza de las posiciones no polares («aprobar para reformar» y «rechazar para reformar») es que muchos ciudadanos tienen identidades sociales complejas que no mapean nítidamente en la actual disputa política. Como explica la politóloga Lilliana Mason, cuando los adherentes de una posición política están transparentemente caracterizados por la homogeneidad social, hay una tendencia a la polarización afectiva. Por el contrario, la existencia de identidades complejas fomenta la despolarización. En otras palabras, es posible que para muchas personas sus identidades partidistas, de clase, de religión, de edad, de etnia o de lugar de residencia hayan «tironeado» en direcciones opuestas para este plebiscito. Esto empuja a las posiciones intermedias del debate.


“Una dificultad que marcó la campaña del apruebo fue la incapacidad de generar relatos aglomeradores”


Esta visión supone que el principal déficit del proceso constituyente fue la incapacidad de incorporar estas identidades tradicionales en el proceso simbólico de generar una nueva Carta Magna. En particular, habría faltado encontrar una manera de plantear el plurinacionalismo en el marco de un sentido patriótico inclusivo. Esto ciertamente es notorio en algunas de las declaraciones más destempladas de algunos convencionales y en algunas performances que, realizadas desde el poder, y ya no desde la rebeldía callejera, parecían ser discursos despectivos hacia las personas que tenían identidades nacionales tradicionales. Hay, también, normas constitucionales concretas que se podrían haber redactado de forma de hacer más explícita la igualdad en el marco de la diversidad. Por ejemplo, se podrían haber hecho más explícitos los bordes del sistema de justicia y de las autonomías indígenas.

Además, el antielitismo que le había dado vida a la convención trasladó en alguna medida sus dardos a la misma convención. Es posible que, paradójicamente, el uso y abuso de la política del espectáculo y las trifulcas testimoniales asemejaran más a los convencionales al Congreso y a la política tradicional, donde también abundan estas prácticas. En cualquier caso, ciertamente los alejaban de la imagen de representantes más eficaces que los políticos tradicionales en llegar a acuerdos y sacar adelante demandas ciudadanas. De pronto, las mismas acciones que desde la calle podían parecer rebeldes, desde el seno del poder de la convención constitucional se mostraban como un desprecio desde arriba a las formas de vida de sectores importantes de la ciudadanía A su vez, en medio del proceso constituyente hubo una elección presidencial que significó un cambio de signo del gobierno. Estar contra el proceso constituyente pasó a ser una forma de ser oposición al gobierno. Así, parte de la energía contra la institucionalidad política pasó al lado del Rechazo.

CAMINAR Y MASCAR CHICLE

Estos dos diagnósticos, que, habrá que insistir, no son mutuamente excluyentes ni exhaustivos, tienen implicancias para la discusión sobre el nuevo proceso constituyente. Sin embargo, es importante destacar que ambos diagnósticos implican que el proceso constituyente se instala encima de fallas estructurales de nuestro sistema político y su relación con el ordenamiento social. Los problemas de fragmentación y dificultad de llegar a acuerdos eficaces, junto con la desconfianza hacia una elite política que se percibe desconectada, no serán solucionados de un plumazo por un nuevo texto constitucional. El mejor proceso constituyente posible no resolverá por sí solo estos problemas. Por ejemplo, las prioridades ciudadanas en orden y seguridad pública, así como en alza de costo de la vida y las reformas en pensiones o salud, son demandas que requerirán de un esfuerzo en paralelo a la discusión constituyente.


“Una primera interpretación pone el énfasis en el «votante mediano», que supone un quiebre abrupto con el ethos del estallido (…) La segunda perspectiva supone que se ha mantenido el ethos de disputa entre «arriba» y «abajo», pero que esta posición anti-elite encontró, a lo largo del proceso, su expresión no de izquierda”


Respecto a la discusión por un nuevo proceso constituyente, si el Rechazo es visto como producto principalmente de una demanda de mayor presencia del centro moderado y de diálogo en el eje izquierda-derecha entre los distintos actores políticos, entonces el foco de la discusión va a estar puesto en torno a las barreras y bordes del proceso. En buena parte, esto se ha centrado en la discusión sobre el rol de los expertos.

Efectivamente, según la encuesta Criteria, cuando se pregunta por quiénes debiese participar en una nueva convención para redactar el nuevo texto la preferencia por «expertos», que ya era mayoritaria hace dos años, ha crecido en este periodo. En contraste, se desplomó el apoyo a «personas comunes y corrientes», que pasó de 37% a 20%, mientras que la demanda de expertos creció de 63% a 80%. Por otro lado, el sentimiento antipartidos parece estar tan vigente como hace dos años. Así, según la misma encuesta, 82% de los encuestados preferiría que los integrantes de la nueva Convención no sean militantes de partidos, sin diferencia estadísticamente significativa respecto de octubre de 2020. Habría que tener cuidado con la forma de interpretar estos datos. Los expertos ya eran populares cuando se eligió la convención original y, de hecho, entre los constituyentes abundaba la experticia y los pergaminos académicos. La figura del experto, como un personaje aséptico y despercudido de las dificultades partisanas, solo pervive mientras no se trate de un experto de carne y hueso. Mucho más relevante que los títulos, en ese sentido, sería la demanda por figuras que tomen su responsabilidad con la solemnidad requerida y la disposición de llegar a acuerdos eficaces.

Si el rechazo es visto, en cambio, con énfasis del diagnóstico en la disputa identitaria y la emergencia de un sentido anti-elite no progresista, se pondrá en cuestión el número de escaños reservados a pueblos indígenas que debería mantenerse en el proceso. Además, es probable que un nuevo proceso esté marcado por mucho mayor cuidado de los aspectos simbólicos patrióticos. Ya para finales del proceso constituyente original se había notado un cambio importante en este sentido. No por nada se escogió una bandera chilena como símbolo del nuevo texto constitucional. Pero esto difícilmente será suficiente, por sí solo, para aplacar una demanda anti-elite. Una de las mayores fuerzas del acuerdo de noviembre de 2019 es que se le percibía como un gesto sacrificial de la elite política. La derecha había renunciado a la constitución del 80, pero toda la política, transversalmente, había renunciado a una cuota de poder que se trasladaría al nuevo órgano constituyente. Si el nuevo proceso constituyente se percibe exclusivamente como un acuerdo intra-elite, no sería raro que fuerzas políticas capitalicen con este sentimiento, reivindicando un anti-elitisimo, ya sea en su versión de izquierda, de derecha o no alineada.


“Para perder por cerca de 25 puntos hay que tener varios aspectos empujando en contra”


Es decir, la dificultad que tiene pensar en el nuevo proceso constituyente es que mientras una parte del rechazo se podría explicar por una demanda de más acuerdo intra-elite y un fortalecimiento de figuras percibidas como no partisanas (los expertos), la otra fuerza del rechazo proviene de una impugnación a la elite y una demanda de un posición más confrontacional con la elite y menos consensual. Ambas fuerzas existen y, en alguna medida, empujan en direcciones opuestas para la forma en que se debería continuar con el nuevo proceso constituyente.

El desafío que se le presenta a la política chilena es lograr un nuevo acuerdo que permita finalmente sacar adelante un nuevo texto constitucional con un amplio y transversal apoyo popular. Tras cada votación popular, nuestra política nacional parece estar marcada por unos ciclos de euforia desbordada seguidos de decepción fulminante. Es más, estos ciclos parecen haberse acelerado. Los mismos votante que le dan la victoria a una posición con cada vez mayor rapidez la abandonan, dejando a políticos y analistas perplejos. Por eso no es extraño que la luna de miel del actual gobierno haya sido tan breve. Ante un electorado que vota más como una forma de descarte que de apoyo, de pronto el atributo más importante de un político se vuelve combinar la humildad para no sobre interpretar una victoria electoral -abrirse a la complejidad de una sociedad pronta decepcionarse- y la capacidad de empujar lo medular de su visión con conciencia de la fragilidad de su apoyo. Harían bien nuestros representantes en recordar lo rápido que el apoyo y la esperanza depositadas en un proceso pueden caer si se traicionan esas expectativas. Ojalá esta vez no se repita el ciclo.

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