Fotografía facilitada por la entrevistada

Karina Delfino, alcaldesa y dirigenta ‘pingüina’ de 2006, analiza el estallido social

«Es la desigualdad que uno palpa en la calle la que explotó en 2006, en 2011 y en 2019. Y si no se resuelve, va a seguir explotando, aunque haya ganado el rechazo»

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El estallido social de 2019 no fue solo violencia. Pero ¿qué fue exactamente? ¿Cuál es su origen y su alcance? La alcaldesa Delfino, quien debutó en la política dirigiendo las protestas de los secundarios en 2006, pone el estallido en un contexto que no se puede olvidar: el de la desigualdad no resuelta, que explota en la cara de Chile cada tanto. En esta entrevista analiza a su generación política así como los desafíos y frustraciones de querer impulsar nuevas agendas y encontrarse con un Chile que tropieza con lo básico en seguridad y educación. Haciendo una revisión de lo que detiene el camino hacia un país mejor, Delfino menciona la burocracia y a las elites gobernantes que pierden el contacto con el sufrimiento de las personas cuando comienzan a tener un mejor pasar: “cuando un político o una política anda con un zapato que cuesta más que el sueldo mínimo, hay un problema”.  Delfino ha hecho toda su carrera política en Quinta Normal, y estima que el 2006 fue un movimiento de “clase” mientras que el movimiento universitario de 2011 fue más elitista (cerca del final cuenta una anécdota muy decidora sobre la distancia social que tenía con la NAU, no se la pierda).


Esta entrevista forma parte del libro Un pueblo en movimiento: el relato de sus protagonistas, aún no publicado, donde los académicos Gloria de la Fuente y Juan Pablo Luna entrevistan a media docena de ex dirigentes estudiantiles, incluyendo al presidente Gabriel Boric. Las entrevistas se realizaron antes de que Gloria de la Fuente asumiera como subsecretaria de Relaciones Exteriores. El libro fue editado por Juan Andrés Guzmán.



En 2006, cuando tenía 16 años, Karina Delfino se convirtió en figura nacional encabezando, junto a un puñado de dirigentes secundarios lo que se conoció como la Revolución Pingüina. En su momento más alto, Delfino estima que ese movimiento involucró a cerca de un millón de personas, pues en las manifestaciones y tomas no solo participaban los estudiantes sino sus padres y madres que iban a las escuelas a cocinar y a cuidar el local. Esa generación adulta, traumada por la violencia de la dictadura, se reencontró con el derecho a la manifestación gracias a sus hijos e hijas nacidos en democracia.

A la distancia de casi 20 años Delfino ve la Revolución Pingüina como el resultado de “esa desigualdad que uno palpa en la calle”. Afirma que esa desigualdad, que es multidimensional y no solo económica, explotó en 2006, en 2011 y en 2019 y que si no se resuelve, “va a seguir explotando de otra manera, por otra razón”. Pero el movimiento de 2006 tiene algo distintivo: era, dice Delfino, “esencialmente de clase” pues su foco era la desigualdad que impedía a los jóvenes pobres llegar a la universidad. El movimiento de 2011, en cambio, le parece más elitista, porque busca gratuidad para los que ya habían llegado a la universidad, que es el lugar del que todavía están excluidos los más pobres. En esta entrevista Delfino rescata una sutil y a la vez muy poderosa escena que retrata las diferencias de clase entre un movimiento y otro.

Karina Delfino nació en Quinta Normal en 1989. No solo ha seguido residiendo en su barrio natal, sino que ha hecho buena parte de su carrera política ahí. Entre 2012 y 2016 fue concejala, en 2017 fracasó en su intento por ser diputada por el Distrito 9 del que Quinta Normal forma parte. Y en 2020 triunfó en la carrera por la alcaldía para el periodo 2021-2024.

Su reflexión política está muy marcada por los problemas de sus vecinos, por su foco en lo local. De hecho, uno de los factores que la llevó a interesarse en política fue que tuvo la oportunidad de salir de la primaria pública de su comuna y llegar a un liceo emblemático, el Javiera Carrera. Esa experiencia no solo le abrió las puertas de la universidad sino que la hizo tomar conciencia del destino de los compañeros que quedaron en Quinta Normal. Algo similar le ocurre ahora, como alcaldesa. A diferencia de los parlamentarios, de funcionarios de gobierno y burócratas, los alcaldes no pueden evitar ponerse en los zapatos de la gente común y corriente y estar conscientes de la “desesperanza aprendida” con la que conviven sus vecinos. De esa experiencia se alimenta una dura crítica a una parte de la elite dirigencial de la ex Concertación, que se acostumbró a vivir bien, a no tener problemas de salud ni de educación para sus hijos, y perdió el contacto con la mayoría que vive en situación muy precaria. Le parece que es mentira el slogan de 2019 que atribuye los problemas de Chile a los 30 años en que mayoritariamente gobernó la Concertación, pues en ese periodo se hicieron grandes cosas. Pero sí cuestiona que algunos de sus dirigentes perdieron el sentido de la realidad y se distanciaron de las personas. Como Delfino sugiere, es difícil poner los pies en la tierra cuando tus zapatos valen un sueldo mínimo.

Sus reflexiones expresadas con intensidad y emoción ponen en evidencia las limitaciones tanto ideológicas como estructurales y burocráticas de la acción del Estado. De sus palabras se deduce, incluso, cierto estancamiento. Tal vez la mayor muestra de eso es que cuando llega a la alcaldía, lo hace con una gran cantidad de planes y temas nuevos. Sin embargo, el foco en el que tiene que centrarse es la seguridad. “Yo creo que al final el tema fundamental es la seguridad y la izquierda lo tiene que enfrentar”, nos dijo. Pareciera que los cambios estructurales, por los que luchó su generación están, al menos por ahora, en un segundo plano frente al problema del crimen y de la droga. En su gestión constata que las juntas de vecinos decaen y que aunque hay muchas asociaciones de vecinos, las organizaciones de seguridad son las formas de organización ciudadana que están en alza. A partir de ellas, la alcaldesa intenta reconstruir tejido social.

Partamos por tus intereses cuando tenías 16 años. ¿Qué te atrajo de la política?

-No tengo una respuesta clara para eso. Mis abuelos maternos eran radicales y quizás por ahí surge un poco de mi interés en algún tipo de participación. En mi casa siempre se hablaba de política, era una familia muy metida en el debate, aunque sin ser militante, de hecho, mis padres comenzaron a militar después de que yo lo hice. Recuerdo que, desde muy chica, le decía a mi mamá que quería militar en un partido y ser alcaldesa. A mi mamá no le gustaba mucho la política, me decía que no, que por ningún motivo.

Creo que mi inquietud nació cuando me cambié de colegio. Yo estudiaba en el República de la India E-307, un colegio público de Quinta Normal, y en sexto básico mi mamá decidió que fuera al Liceo 1. Me acuerdo de que solo tres niños de mi colegio pudimos irnos; el resto se quedó en Quinta Normal. Después, cuando miraba las trayectorias de los compañeros que se quedaron, veía que estaban por otros caminos. Muchos de los que querían estudiar, sabían que no lo podían hacer porque tenían que trabajar y algunas compañeras fueron mamás a temprana edad. En cambio, la mayoría de los que fuimos a colegios del Centro de Santiago, entramos a la universidad y tuvimos otra trayectoria. Así me fui dando cuenta de que había una desigualdad de origen muy grande. El Liceo 1 es muy diverso: atiende a alumnas de distintos orígenes sociales y comunas. También es muy competitivo: todas quieren estudiar algo, no hay espacio para decir “no quiero entrar a la Universidad, o a un instituto técnico”.

En el Liceo la universidad era vista como una forma de movilidad social.

-Sí. El foco del Liceo era muy PSU, muy “nosotros somos Puntajes Nacionales, y vamos a la Universidad de Chile y la Católica”. Mi colegio de básica, en cambio, era precario. Creo que ahí pensé que me daba rabia que hubiera esa desigualdad de base en los colegios. Empecé a ser presidenta de curso, después fui encargada de niveles y encargada de las alianzas. Desde que llegué al Liceo siempre tuve un rol de liderazgo. En el Liceo las comunistas llevaban cinco años en el centro de estudiantes. Yo no era militante y para competir armamos una lista de izquierda bien transversal. En 2005, cuando estaba en tercero medio, ganamos con un discurso sobre cómo cambiar las cosas del Liceo. Ganamos por harto. Me acuerdo de que no sabía bien qué hacer, porque nunca me había metido en la política fuerte. Ni siquiera le había contado a mi mamá que estaba postulando a presidenta del centro de alumnas, porque no le iba a gustar.


“Cuando un político o una política anda con zapatos que cuestan más que el sueldo mínimo, hay un problema”


¿Qué recuerdas del programa con el que ganaron?

-Tenía poquitos puntos. Uno se refería a la democracia interna, porque se criticaba que el centro de alumnas era muy cerrado y propuse abrirlo. Éramos más chicos (risas), era “que todos se unan” -los profesores, la directora, el centro de padres, el centro de alumnos- y que juntos luchemos por tener una mejor educación. Era un programa muy interno, democracia, transparencia de cuentas, etcétera. Y para afuera, tenía el tema de la de desigualdad. Había una propuesta de cambio social.

O sea, tenían un diagnóstico de la realidad nacional.

-Sí. Pero en ese momento no había un movimiento estudiantil fuerte. La organización que había era fundamentalmente universitaria. La FESES (Federación de Estudiantes Secundarios) estaba muy alicaída y no participaban todos los centros de alumnos. En ese contexto gané y a la semana de haber asumido, un grupo de alumnas hizo una protesta que obviamente no supe enfrentar. Entonces empecé a aprender de política sobre la marcha. Fue todo muy intenso porque después de esa protesta, me tuve que enfrentar al Consejo de Presidentas del liceo y todas eran muy políticas, mucho más que yo.  Después me metí en el mundo de los presidentes de centros de alumnos, que también era súper rudo. Y aprendí, aprendí rápido. Me volqué completamente a mi labor: empecé a estudiar las leyes, los petitorios, estudié cómo eran los movimientos estudiantiles, las distintas organizaciones. Estudié mucho, me metí, me metí, me metí y ahí conocí grandes amigos. Algunos eran militantes y otros no; y el 2005 hicimos las primeras protestas que no funcionaron mucho porque todavía estábamos muy desarticulados.

¿Cómo llegas al PS después de ese inicio?

-En verdad siempre quise militar en un partido y empecé a averiguar un poquito antes de meterme al centro de estudiantes. No me convenció ninguno y después de 2005 empecé a conocer a muchos militantes del PS en el movimiento estudiantil. 

¿Estaban en la cabeza de las otras organizaciones?

-Que eran presidentes, sí. Y empecé a ir al partido. No fiché, pero teníamos un grupo de PS’s y un par más que, como yo, éramos simpatizantes. De siempre me he sentido de izquierda y sabía que no iba a militar en el PC. Firmé, no sé si el 2005 o el 2006. Pero empecé a trabajar con ellos el 2005.

MOVIMIENTO DE CLASE

¿El tema central del movimiento estudiantil siempre fue la LOCE?[1] 

-Es súper raro porque partimos por el pasaje de micro y luego vino la LOCE. Lo que pasó es que después de un par de movilizaciones grandes – grandes entre comillas porque juntamos diez mil estudiantes-, el Seremi de Educación, que era Alejandro Traverso, nos convocó a una reunión y dijo «vamos a hacer una mesa de trabajo y nos vamos a juntar una o dos veces al mes». Esas reuniones fueron como una escuela para nosotros. Allí nos dieron muchas charlas, fue hasta Alejandro Guillier a hablar sobre comunicación política y entre otras cosas, nos explicaron qué era la LOCE. A esas reuniones iban todos los dirigentes de la Región Metropolitana y después de cada jornada salía una propuesta. Así nos conocimos, nos hicimos amigos y empezamos a trabajar un documento.


“Un editorial en La Tercera nos describió como ‘lumpen con uniforme’”


O sea, en el fondo, quienes organizaron esas charlas desde la autoridad, pusieron una agenda que ustedes visibilizaron.

-Yo creo que esas jornadas nos articularon. La autoridad buscaba mantener una relación con nosotros, porque nos llevábamos bien entonces. Yo tenía compañeros de centros de alumnos de ultraizquierda que también iban a esas jornadas y planteaban sus puntos sin problema; también iban dirigentes de derecha, que eran pocos. Trabajamos todo el año y salió una propuesta que tenía como 100 hojas y 10 puntos, en los que había desde una rebaja al pasaje, hasta el fin de la LOCE, pasando por educación sexual en los colegios. Nos sentíamos súper orgullosos de nuestra propuesta. Se la presentamos al ministro Sergio Bitar[2] en diciembre de 2005. Después, hubo elecciones y cuando asumió el nuevo gobierno, en marzo de 2006, resulta que el nuevo ministro Martín Zillic[3] no sabía nada de la propuesta y empezó a desconocer el petitorio. Creo que ese fue el peor error que cometió el gobierno, porque nadie hizo un traspaso de la propuesta. Con César Valenzuela[4] habíamos trabajado todo ese verano, visitando todos los centros de alumnos nuevos y articulando voluntades. Trabajamos incluso con algunos parlamentarios para hacer cambios. Estábamos súper motivados y nuestra propuesta era seria; y de repente nos cierran todas las puertas. Fue una frustración muy grande. Creo que Zilic tenía poco manejo político y sabía poco de educación. Sólo se centraba en la jornada escolar completa, que era uno de los 10 puntos del petitorio y sobre el resto no proponía nada. En una declaración muy desafortunada, un asesor de Zilic dijo: “la LOCE nunca se va a tocar, no se va a cambiar nunca”. Y eso fue como si nos hubiesen prendido una llama en la cabeza. También se cometieron otras torpezas. Por ejemplo, un día veníamos todos los dirigentes con nuestros papeles a una reunión de trabajo con el ministro y su asesor principal dijo “ya llegaron los cabros chicos”. Y yo no era cabra chica, no era la misma que había asumido, me empoderé mucho en todo ese año. Yo era dirigenta estudiantil.

Hubo un trato displicente hacia ustedes … 

-Si. Y también pasaba que nosotros teníamos conflictos al interior de la organización. Entonces el ministerio llamaba a negociar al Instituto Nacional y al Liceo 7, que eran de derecha, con nosotros – el César, la María Jesús y el Conejo-. Y los dirigentes de derecha no estaban muy acoplados. El ministerio nos ponía a todos en una misma mesa a negociar el mismo tema.

¿Pero tenían miradas comunes respecto a la agenda?

-Claro, había una mirada común. Además, el alumnado es un electorado súper exigente, el movimiento estudiantil es súper difícil. Me acuerdo de que cuando estábamos en plena movilización se empezó a decir que se estaban metiendo los adultos, que los partidos y los universitarios nos daban instrucciones. Y eso es imposible porque el movimiento estudiantil tiene su propia fuerza y nadie lo manda. Tienes mucha diversidad, entonces es imposible que un adulto articule eso.

¿Cómo se iniciaron las tomas de los liceos?

-Después de habernos articulado empezamos a hacer movilizaciones que hoy se ven como chicas, pero en ese momento eran muy grandes. Sin embargo, teníamos el problema de que siempre se nos infiltraba gente al final de la marcha y hacían destrozos y entonces nunca lograba salir en la prensa lo que queríamos decir. Sólo aparecía un poquito de nuestro reclamo y luego el paradero roto. De hecho, en el discurso del 21 de mayo de ese año sólo hubo referencia a los hechos violentos de las manifestaciones, pero nada de nuestro petitorio de fondo, que era la educación de calidad. Un día incluso salió una editorial en La Tercera describiéndonos como “lumpen con uniforme”. Entonces en una asamblea a alguien se le ocurrió que nos tomáramos los colegios de manera pacífica, que no hiciéramos ningún destrozo y que de esa marera tratáramos de visibilizar cuáles eran nuestras demandas de fondo. Resultó una estrategia bien buena. Primero los alumnos se tomaron el Instituto Nacional, de noche, un sábado o viernes. Y cuando los funcionarios de la municipalidad fueron a desalojar el Nacional, empezó la toma del Liceo de Aplicación (risas); y después se tomaron el Confederación Suiza. Y mientras estaban tratando de desalojar el Aplicación, empezaron nuevamente a tomarse el Instituto Nacional.

Estaban articulados …

-Pero solo en esos tres liceos. Y cuando llegó la mañana y empezó a llegar la prensa, los funcionarios ya no podían desalojarnos. Ahí, por fin, logramos visibilizar nuestras demandas.

En tu opinión, ¿qué tan relevante fue el movimiento estudiantil de 2006 para el estallido de 2019?

-Creo que el movimiento de 2006 fue esencialmente de clase, porque lo que puso de manifiesto fue la desigualdad en la educación. Fue fundamental para todo lo que ha venido luego. El 2019 es imposible sin el 2006 y el 2011. Hay una continuidad, esa es mi impresión. 

Esta característica de ser un movimiento “de clase”, ¿se mantuvo en las movilizaciones de los universitarios de 2011 y en el estallido de 2019? ¿O es algo que se diluyó?

-Creo que el de 2006 es el más de clase de los tres. Por supuesto, todos tienen algún tipo de énfasis en la desigualdad, pero en 2006 el peso de ese tema es mayor. Por ejemplo, las primeras luces del movimiento de 2006 se vieron en regiones, más precisamente en Lota, con un colegio que se inundaba cuando llovía y que se conoció como el “liceo acuático”[5]. Y luego la articulación que se hizo en Santiago fue con colegios del Centro, pero también de sectores más alejados, como Puente Alto, La Florida, La Pintana, el sector poniente. Entonces el movimiento no partió en Ñuñoa, Providencia o Las Condes, sino que esas comunas se terminaron sumando. En términos de demandas, estábamos súper bien definidos y todos decíamos lo mismo: el tema principal era la desigualdad en la educación: por qué alguien sin plata tiene que estudiar en un colegio de menor calidad y el que tiene plata estudia en un colegio de mayor calidad e ingresa inmediatamente a la educación superior. Al final ese fue el relato que se articuló. Creo que eso le dio al movimiento de 2006 un componente esencialmente de clase, versus lo que ocurrió luego en 2011, donde lo que más se recuerda es la gratuidad en la educación superior. O sea, en ese movimiento ya no se pone tanto en cuestión la desigualdad entre quienes ingresan a la educación superior. Por otra parte, en 2019 creo que lo que hubo fue una explosión de todas estas desigualdades. Entonces, en cierto modo, 2019 fue también mucho más “de clase” que el 2011. 

En la conexión que haces entre estos tres hitos, ¿dónde crees que estuvo el problema que los originó? ¿En la institucionalidad, en la política, en la lectura de los problemas? Porque tuvimos gobiernos de izquierda y de derecha en todo ese periodo…

-Yo nací el 89 y creo que entre ese año y 2006 se avanzó mucho en infraestructura educacional, en cobertura y se consiguió que todas las personas pudieran estudiar. Pero se avanzó poco en calidad y me da la impresión que la idea que dominaba era «continuar haciendo». Sin embargo, nadie se preocupaba de lo que pasaba en las escuelas o en los jardines infantiles. A lo mejor una parte de la academia venía advirtiendo sobre las desigualdades de los puntajes, pero nadie se había sentado a decir «algo pasa», hagamos una reforma, o cambiemos la LOCE. Muchas de las reformas que vinieron después ocurrieron gracias al movimiento estudiantil.

Hubo un cambio de la ley LOCE a la Ley General de Educación… 

-Sí, hubo un cambio, se avanzó. Pero igual algunos problemas continúan hasta hoy. Todavía estamos en proceso de “desmunicipalización” y de creación de una nueva educación pública. Eso no se ha resuelto y ya han pasado más de 15 años del movimiento estudiantil.

¿Dónde está el dilema que hace que tengamos esta especie de eterno retorno?

-Creo que una parte de la elite gobernante perdió el sentido de la realidad. Hubo una desafección con la realidad que se produjo, a lo mejor, como resultado de haber gobernado tantos años. En los gobiernos de estos 30 años hubo gente que tuvo cargos que les permitieron tener una buena vida, una vida normal, y perdieron un poco el sentido de realidad. Creo que esa experiencia hace que te sientes en el escritorio y veas el mundo a través de una planilla Excel: “este colegio está bien, tiene matrícula”. Pero tiene 400 puntos en el SIMCE y nadie se mete en lo que pasa en esa escuela, nadie se pregunta por qué los alumnos sacan eso en el SIMCE o por qué su promedio en la PSU son 450. ¿Qué pasa con ellos? ¿Cuáles son sus trayectorias? Creo que estos problemas se vinieron a poner de manifiesto en 2006, con una generación que no vivió la dictadura. Mis papás, por ejemplo, son muy temerosos de la protesta, de salir a manifestarse, pero ese es un miedo que yo no conocía. Soy socialista, sé los horrores de la dictadura, pero como yo no lo viví…

Es distinto el temor…

-Y además era estudiante. No me iban a echar del colegio por faltar a clases, pero si un trabajador falta a su trabajo lo echan de la pega. Entonces salíamos, protestábamos, en fin.

Desde esta perspectiva generacional ¿qué tan transformadora crees tú que ha sido tu generación? ¿qué tan determinante ha sido para poner una agenda de cambio y cual crees que es la diferencia respecto a la generación anterior? ¿Es una generación de reemplazo a esa generación de los 30 años de gobiernos, especialmente, de la Concertación?

-Difícil pregunta. Creo que a tal vez la edad no haga la diferencia. Alguien mayor y con experiencia puede tener mucho sentido de realidad y ser tan transformador como alguien joven. Y al revés, conozco muchos jóvenes que no tienen sentido de transformación.

Lo que sí veo es que hay mucha esperanza en las personas de esta nueva generación de tratar de hacer cambios que son difíciles. Pero efectivamente, “otra cosa es con guitarra”. Es difícil gobernar, era mucho más fácil ser oposición y estar todo el rato diciendo “esto no está bien». Dicho eso, creo que el elemento principal es tener siempre los pies en la tierra. Cuando uno pierde el sentido de la realidad, deja de ver lo que vive el ciudadano de a pie. Y entonces deja de ver lo que significa trasladarse dos horas al trabajo, ganar poca plata, esperar cuatro años para una operación, mandar al colegio que no tiene los baños limpios, puras precariedades del sistema. Cuando la persona que gobierna no lo sabe, eso afecta la política en su fondo. No quiero hacer una crítica a los que nacieron en cuna de oro, porque uno no elige dónde nace, pero si te dedicas a la política, no puedes estar en una cuna de oro. Parte de lo que a veces pasa es que se pierde el sentido de lo cotidiano, se dejan de ver los problemas reales que viven las personas. Pienso muchas veces en los parlamentarios que trabajan en el Congreso donde tienen muchos privilegios: el transporte, el alojamiento, buena comida, etc. Distinto es el sentido de la realidad de alguien que si tiene que viajar se paga todo y si tiene que ir al médico tiene que hacer la hora desde temprano en el Cesfam. Entonces, esa pérdida de la realidad a veces afecta la realización de la política pública. Por ejemplo, que se demoren seis meses en implementar una política pública urgente.

¿Te parece que esta generación es distinta en términos de tener los pies en la tierra?

-Siento que hay más voluntad de parte de algunos de estar más en contacto con la comunidad, sobre todo entre los alcaldes y concejales. Por su labor tienen la necesidad esencial de tener los pies en la tierra. Pero me preocupa un poco el gobierno, La Moneda. No lo digo por el presidente, porque creo que tiene harta empatía y sensibilidad, pero también es importante que el funcionario que trabaja en La Moneda tenga los pies en la tierra y sepa rodearse de personas que tienen ese sentido de realidad. 

Hablemos ahora de los gobiernos que vinieron después de la dictadura, los gobiernos de la transición y de los 30 años. ¿Cuál es la principal crítica que le harías a la transición y a esos gobiernos? ¿En qué se equivocaron y qué hicieron bien?

-Creo la frase “no son treinta pesos, son treinta años”, que se popularizó en 2019, es un poco injusta en su crítica. Creo que los problemas que tenemos hoy vienen de hace más tiempo. Hay que considerar el proceso que hubo en la dictadura también, o sea son 40 años, al menos. Los gobiernos de la Concertación avanzaron mucho en reducción de la pobreza, Chile no es el mismo que en los años 90 cuando teníamos una pobreza del 40%. La Concertación logró que todos tuvieran un mínimo digno y eso ha sido valorado internacionalmente. Pero respecto del problema de la desigualdad, esos gobiernos quedaron al debe. Ese es el gran tema, aunque suene repetitivo. El modelo económico que ayudó a reducir la pobreza exacerbó la desigualdad y hoy eso se expresa en muchos ámbitos cotidianos; en lo urbano, en la educación, en la persona que espera para una operación, etcétera. Creo que nadie tiene la respuesta para ese problema que no es solamente un problema del Gini, porque el Gini ha ido descendiendo levemente y a pesar de eso igual sigue una desigualdad sumamente compleja.


Si la izquierda no resuelve la tensión que tiene respecto de la delincuencia, y que es un tema que le cuesta enfrentar, vamos a fracasar


El estudio Desiguales del PNUD[6] mostró una desigualdad con múltiples dimensiones: desigualdad en el trato, en la percepción del lugar que cada uno ocupa en la sociedad, desigualdad de género, de color de piel… ¿Te refieres a esa desigualdad?

-Sí, esa es la desigualdad que uno palpa en la calle, la que explotó en 2006, en 2011 y en 2019, y que si no se resuelve, va a seguir explotando, aunque haya ganado el rechazo. En diez años más puede que haya otro estallido, de otra manera. Creo que ese es el gran tema no resuelto de Chile. Y a eso hay que sumarle la desconfianza en la política por la percepción que tiene la ciudadanía de que los políticos tienen muchos privilegios. Entonces, muchas personas tienen una vida muy precaria y miran al político que tiene una situación privilegiada y eso las hace desconfiar de la política y no ir a votar, etcétera. Creo que por eso los gobiernos locales, que, si bien no son panacea, tienen mejor valoración que el resto de las instituciones.

Esos gobierno locales tuvieron una lectura del estallido que fue bien interesante, bien transversal… 

-Es que estamos en constante contacto con la comunidad, lo queramos o no. Los alcaldes y alcaldesas tenemos que estar más con la comunidad, visitamos escuelas o Cesfam, nos reunimos con juntas de vecinos, etcétera. Entonces el contacto es tan fuerte que uno está siempre palpando el sentir de la comunidad y eso permite adelantarse a las discusiones públicas. Por ejemplo, el tema seguridad estaba desde antes del estallido, los alcaldes lo vienen diciendo hace rato, entonces yo creo que eso también da otro sentido de la realidad. 

-¿Por qué lo que los gobiernos locales saben, no se transmite para arriba, hacia los diputados o los partidos? ¿En qué fallan las instituciones?

-En el caso de los parlamentarios, su labor es otra. A veces la ciudadanía confunde su trabajo y les pide, por ejemplo, que tapen hoyos en las calles o que entreguen ayudas sociales y olvida que la tarea del parlamentario es legislar. Ahora, algo que es sumamente complicado de resolver es cómo bajar desde lo legislativo a lo territorial y, al revés, cómo dar insumos a lo legislativo desde lo territorial. Al final hay muchos parlamentarios que no tienen contacto con el terreno. Son pocos los que tienen una agenda territorial importante y al mismo tiempo una labor legislativa fuerte, sin caer en meterse en cosas que no le corresponden. 

Como alcaldesa PS, ¿te juntas con la bancada PS, o con otros alcaldes PS?

-Los alcaldes, seamos del PS o no, tenemos mucha más relación entre nosotros, tenemos muchos temas en común y articulamos muchas más cosas. Obviamente a los del PS los conozco hace años y también tenemos muchos temas en común. Pero lo cierto es que en el gobierno local la derecha y la izquierda se acercan más, entonces al final tiendes a tener puntos en común, incluso en resoluciones.

¿Crees que es por eso por lo que los alcaldes pudieron levantar una agenda transversal en 2019? Probablemente no habría habido plebiscito de entrada después del estallido social, si los alcaldes no empujan esa agenda…

-Claro, empujaron el plebiscito. La gran mayoría de los alcaldes también hizo cabildos y se adelantaron un poco al proceso constituyente que vino después. En cambio, en el Congreso, muchos compiten por la mejor cuña y por tratar de diferenciarse del otro, para poder salir en los medios de comunicación. Estás todo el día pensando cuál es el mejor proyecto de ley, el más atractivo…

Aunque no tenga viabilidad…

-Sí. Hay una competencia por quien hace la peor crítica al gobierno y la mejor defensa. Y lo que se discute no son necesariamente los problemas reales de las personas. Creo que eso es parte de lo que causa la desafección que tienen las personas con sus parlamentarios y sumado a que cuando viene el parlamentario al territorio, salen muchos temas muy cotidianos y le piden cosas que el parlamentario no puede resolver. Ese es el problema con el Congreso.


El que haya ganado el rechazo, si bien no legitima la Constitución de Pinochet, sí deja un proyecto trunco, pues esa era la madre de todas las batallas para poder cambiar el modelo


LOS 50 AÑOS DEL GOLPE Y EL FUTURO

-Vamos a cumplir 50 años del Golpe de Estado y vamos hacia una conmemoración distinta, con una generación nueva en el poder, con cosas no resueltas y también, con amenazas nuevas que muchas veces son nostálgicas de esa experiencia. ¿Crees que hay alguna huella específica de la dictadura que permanece hoy en términos institucionales, sociales o políticos?

-Quedan muchas huellas. Y por eso a nuestro mundo le duele tanto haber perdido el plebiscito por la nueva Constitución. El que haya ganado el rechazo, si bien no legitima la Constitución de Pinochet, sí deja un proyecto trunco, pues esa era la madre de todas las batallas para poder cambiar el modelo. Chile no hubiese podido ser como es hoy sin la dictadura, porque en democracia hubiese sido imposible instaurar un modelo económico como el que consagra la Constitución del 80. Y ese modelo se ve en todos los ámbitos. Por ejemplo, en el sistema de voucher que funciona en las escuelas y que no se ha cambiado. Lo mismo pasa con la salud o la vivienda, las que tampoco son aseguradas en la Constitución. En el fondo, seguimos teniendo un sistema profundamente neoliberal. Por eso creo que el problema no son los 30 años, sino que hay que considerar todos los resabios que quedan desde la dictadura.

Decías que valoras la reducción de la pobreza que ocurrió en los primeros 30 años. ¿Hay algo más que valores de ese período?

-Bueno, haber reducido la pobreza tiene efectos en otras dimensiones de la vida de las personas. Porque antes el problema no era que el colegio estuviera en malas condiciones, sino que no ibas al colegio, o no estabas en un sistema de salud y vivías menos. Eso cambió en 30 años, evidentemente. Pero todavía quedan dolores pendientes. Hoy la persona va al colegio, pero no tiene baños dignos; y se construyen viviendas, pero miden 30 metros cuadrados. Eso es parte de la expresión de la desigualdad. Entonces la pregunta hoy es cómo otorgamos dignidad para que una familia no viva en 30 metros cuadrados. Por ejemplo, en estos 30 años se construyeron poblaciones como El Castillo, o Bajos de Mena. O sea, se sacó a personas de condiciones muy precarias, pero nunca se les aseguró una vivienda digna. Entonces se avanzó mucho en conseguir un mínimo, pero después no hubo una continuidad para poder avanzar en crear un país mejor. Nos quedamos ahí: se eliminaron campamentos, se redujo la pobreza, se avanzó en el empleo; pero ¿qué empleo se generó?, ¿cuál fue el sueldo mínimo?, ¿cómo quedaron las pensiones? Se avanzó en la pensión básica universal que junto con Chile Crece Contigo[7], son las reformas más importantes del primer gobierno de la presidenta Bachelet. Pero esas pensiones son bajas y hoy la discusión es quién vive con 155 mil pesos. Antes esa pensión no existía, claro, pero falta la segunda parte.

En el fondo, el problema no sería lo que no se hizo, sino la velocidad a la cual se avanzó, por decirlo de alguna manera; ¿o hay cosas que definitivamente a las que se renunció?

-Hay una mezcla. Por ejemplo, se aseguró una pensión a todos y a todas, lo que fue muy bueno sobre todo para las mujeres que trabajaban en su casa y no tenían cotizaciones previsionales porque ese es un trabajo no reconocido. Sin embargo, no se avanzó con la reforma de las pensiones. Pasó lo mismo con las escuelas: se implementó la jornada escolar completa y se construyeron tremendos colegios; pero no se fijaron que en muchos de esos colegios pasaba algo en el aula que hacía que los estudiantes no pudieran sacar más que 450 puntos en la PSU. Entonces se avanzó, pero falta la segunda parte. Y esa segunda parte es súper difícil de implementar en democracia porque hay una Constitución que constantemente está diciendo que no se puede avanzar, porque los cambios requieren quórums que son altos. A nosotros nos pasó cuando discutimos la LOCE que por su quórum alto no se podía cambiar sin acuerdo de la derecha. Y en muchos temas la derecha no transaba. Entonces es un problema no solo de la Concertación sino también de la derecha que es súper poco evolucionada, súper retrógrada. La derecha hacía que las discusiones se trabaran en el Congreso.

O iba al Tribunal Constitucional, en el caso de algunas reformas…

-Claro, y por eso la crítica es súper injusta y mezquina al decir que el problema son los 30 años, porque obviamente con eso uno pone el énfasis en las administraciones de los gobiernos de la Concertación. Pero el problema es de una élite que a lo mejor se desconectó de la realidad y de una derecha retrógrada y que no permitió avanzar a la segunda parte, como le digo yo:  es como si nos hubieran dicho «les vamos a dar este mínimo no más, pero lo segundo no va». Eso se observa en todo, en vivienda, en acceso a áreas verdes… Se construyeron viviendas pero sin acceso a colegio, a Cesfam, a plazas. En Quinta Normal tenemos tres metros cuadrados de áreas verdes por personas, versus Vitacura que tiene 16 metros cuadrados de áreas verdes por persona, y eso trae un montón de consecuencias en el acceso a vida sana para los vecinos, en recreación, en espacios públicos que se pueden usar, en problemas de seguridad, etcétera. Esa “segunda parte” ha sido súper difícil a Chile de enfrentar.

Bueno, ahí conviven dos dimensiones de la política. Una es la que se refiere al cambio constitucional y estructural que de alguna manera parece haber quedado algo detenido con el plebiscito de salida y que es más relevante en el largo plazo. Y la otra dimensión se refiere al cambio concreto, inmediato, que tiene que ver con políticas públicas específicas. ¿Cómo crees que conversan esas dos dimensiones?

-Esa conversación es súper difícil para el gobierno y también para los alcaldes. Las personas dicen, «yo tengo este problema y necesito que se me lo resuelva lo antes posible». Y a veces las soluciones publicas dan muchas vueltas. Pero es fundamental que lo macro también se aborde y pueda convivir con lo micro; que vayan juntos lo estructural con lo cotidiano. O sea, es imprescindible llevar adelante una reforma a las pensiones, que es lo macro; pero también abordar lo cotidiano, que es que a las personas les suban la pensión en el corto plazo. Por eso fue muy importante la reforma de la presidenta Bachelet que le aseguró una pensión básica a todos los que lleguen a 65 años; o el programa Chile Crece Contigo donde cualquier persona que tenga una guagua, recibe lo necesario para proteger a ese niño o a esa niña. Son temas súper concretos, que afectan lo cotidiano. Acá todo el mundo se acuerda, por ejemplo, del maletín literario, porque era una política pública súper concreta. Entonces cuando se habla de gratuidad en la educación, lo importante es que las personas que vayan a la universidad no paguen; o sea que la política pública tenga una bajada en lo micro; que suba la pensión realmente, que suba el salario mínimo, salud, que se reduzca de verdad la lista de espera y no que sea una reducción administrativa, una reducción en el Excel. Y eso está muy relacionado con lo que hablamos antes, de tener los pies en la tierra.

Cuando hablas de lo micro, en general se trata de demandas individuales, o familiares. Es algo súper concreto y muy desorganizado y atomizado. Pero lo macro pasa por tramitar reformas más estructurales. ¿En qué medida tenemos un problema en esta sociedad respecto a una lógica de demanda que se ha puesto cada vez más individual y menos orientada a soluciones más colectivas y en comunidad?

-Creo que hay un individualismo exacerbado que también es parte de los resabios que quedaron de la dictadura. Y la crítica que se podría hacer es que, a pesar de que hubo varios esfuerzos, durante la democracia no se recompuso el tejido social. El ejemplo más básico son las juntas de vecinos. Cuesta mucho activarlas. Cuando se convoca a una reunión, llegan diez personas. En cambio, los comité de seguridad son muy activos y grandes. Nosotros tenemos hoy 80 comités de seguridad, tres veces más que las juntas de vecinos. Y esos comités convocan a más de 200 personas. Los vecinos van a los comités porque las juntas de vecinos les parecen algo más abstracto, entre comillas, porque no abordan una demanda específica, sino que se preocupan de todo.  En cambio, el comité de seguridad es una demanda específica que a todo el mundo le afecta: robos, portonazos, la gente que se droga en la plaza. En el tema de la seguridad opera mucho el “yo necesito que me resuelvan este problema, me reúno con varios que tenemos el mismo problema y me junto con la autoridad para que lo resuelva”. Yo creo que eso es lo que uno más siente en el territorio.

En ese sentido, ¿cómo ha cambiado le relación entre la autoridad y las personas?

-Antes existían redes de juntas de vecinos, ahora todos los alcaldes tienen redes de comité de seguridad. Nosotros trabajamos con ambos, pero uno ve como la junta de vecinos va decayendo y el comité de seguridad surge y tienen convocatoria. Los sindicatos también están alicaídos, igual que el movimiento estudiantil que fue súper importante en 2006, en 2011 y hoy está súper bajo. En las comunas populares hay mucha organización en los barrios, muchos clubes deportivos, clubes de adulto mayor, centros de madres; pero creo que lo más interesante son los comité de seguridad, porque además postulan a proyectos, ganan plata de seguridad en la municipalidad. A nivel regional y nacional hay proyectos específicamente para esos comités. En ese sentido es importante el trabajo que se puede hacer con ellos y aprovecharlos para poder recomponer el tejido social. Porque un problema que tenemos hoy es la atomización de la sociedad. Cada persona quiere que se le resuelva su problema y no piensa que hay otro vecino que también tiene un problema urgente. Eso se ve en muchas cosas, no sólo en asuntos de seguridad. Por ejemplo, con la gente en situación de calle, que es un tremendo tema. La gente quiere que le saquen de enfrente a la persona en situación de calle, pero son pocos los que dicen «qué hacemos con esa persona”.


“El movimiento universitario tenía esa falencia de ser muy elitizado, porque los que llegan a la Católica o a la Chile tienen, en su mayoría una vida más acomodada”


¿Será ese uno de los principales problemas de la democracia en Chile?

-Sí. Y esto se debe a que tienes esta desigualdad que se expresa de distintas maneras; tienes la desafección con la clase política por distintas razones, y además tienes el tejido social que está súper descompuesto. Los comités de seguridad, en cambio, son súper organizados. Tienen WhatsApp por manzana y alarmas comunitarias. Yo vivo en Quinta Normal y me pasa que suena la alarma comunitaria y salen todos los vecinos a ver qué pasa, súper preocupados de que al vecino no le ocurra nada; llaman a los carabineros, a la municipalidad, a Seguridad Ciudadana y empiezan a escribir. Eso ocurre en todos los barrios. Todos quieren tener cámaras. Nosotros les decimos, si usted lo quiere, organícese en un comité de seguridad, no lo vamos a hacer sin un comité de seguridad. Y ahí empiezan, se juntan los 15 vecinos, van a la municipalidad y a las reuniones. Es un poco de tejido social que aparece para satisfacer una demanda súper individual; pero pienso que uno puede reconstruir tejido social desde ahí. Es difícil hacerlo en las pensiones y decirles a las personas, “¿usted tiene pensión baja? organícese con su vecino y pidan mejores pensiones”. Eso no va a ocurrir.

¿Qué otros problemas percibes en la democracia chilena y cómo te gustaría que fuera a futuro?

-Creo que el poder tiene que encontrar una manera de relacionarse con las organizaciones y con los ciudadanos y ciudadanas que no sea crítica. Por ejemplo, siento que la autoridad a veces tiene mucho miedo a enfrentarse con la organización social: «no sé si voy a ir porque nos pueden criticar o porque siempre lo mismo».

¿Ese temor de enfrentarse a la comunidad le ocurre al diputado, al alcalde?

-Sí, como que buscan estar en un espacio seguro: “voy al lugar en donde no me hagan nada, donde no me digan nada que me pueda incomodar”. Creo que parte de la construcción de la democracia depende de tener distintas visiones, de poder escuchar a personas que piensan distinto, obviamente en un marco de respeto y tolerancia, que son valores fundamentales de la democracia. Creo que muchas veces ocurre, al menos entre los alcaldes, pero también en el estado central, que se pierde la empatía, la sensibilidad; y eso es lo que mata la política. O sea, hay mucha gente que tiene una buena condición de vida, tiene casa, salud, educación y un espacio seguro, bonito y resguardado; y cuando pierde la capacidad de ponerse en los zapatos de la persona que no tiene casa, ni salud, ni educación o que vive en un lugar inseguro, pierde el sentido de la política. Nosotros no somos empresarios, el fin de una persona que se dedica a la política no es ganar plata, y cuando un político o una política anda con un zapato que cuesta más que el sueldo mínimo, hay un problema; cuando andas con una cartera que cuesta más que el sueldo mínimo, ahí hay un problema. Creo que esa pérdida de la empatía o la sensibilidad, de la capacidad de ponerte en el lugar de ese dolor como si fuera tuyo, ese también es un problema de individualismo y de la democracia. Por eso creo que es importante que se pueda fomentar la organización y la disposición de escuchar al otro y ponerse de acuerdo en un marco de respeto. En ese sentido creo que la irrupción del voto obligatorio es un tremendo desafío para todos.

Claro, porque en rigor, entran al juego cinco millones de personas que casi no conocemos.

-Sí. A mí, que tengo 33 años, me pasa que me relaciono con jóvenes de 16 que son completamente distintos de mí. Sus temas no son los que yo tenía cuando era dirigente estudiantil. Es súper importante tratar de conectarse con esa nueva generación, entender que está pensando otras cosas y qué va a votar en dos años más. 

¿Qué temas crees que vienen ahí?

-Les voy a dar un ejemplo. En la comuna tenemos un colegio, el A-78, que tiene muchos déficits. Cuando nos sentamos a conversar con los alumnos pensé que sus primeros temas iban a tener relación con la infraestructura de la escuela. Ese tema venía dentro del petitorio, pero en el primer lugar estaba la diversidad de género y cómo lo debía enfrentar el colegio, por ejemplo, en los baños que siguen siendo de hombres y mujeres. Les preocupaba qué pasa con las personas que no se identifican en las dos categorías. El segundo tema del petitorio era el veganismo y cómo la JUNAEB podría considerar una dieta especial para las personas que no quieren comer carne. Yo soy vegetariana, así que igual tengo una conexión especial, pero no eran temas míos hace 15 años. Y el tercer tema era el déficit de la infraestructura. Uno podría pensar que esos temas son de Ñuñoa o Providencia, pero no, son los temas en un colegio municipal, vulnerable.

¿Qué dirías que pasó con la politización del tema de clase que ocurrió en 2006? ¿Se perdió?

-Creo que continua; a pesar de los temas nuevos, como identidad de género o cambio climático, sigue existiendo un sentido de clase, sobre todo por temas de infraestructura. Lo que pasa es que no se ve en los colegios particulares pagados. O sea, yo estudié en el Liceo 1, que es un colegio municipal, pero no tenía problema en los baños. Y sí había problemas en los baños de la escuela E-307, donde estudié antes. Y esos problemas persisten y siguen teniendo un componente de clase, porque al final es la gente pobre la que estudia en los colegios municipales. O sea, hoy los estudiantes hablan de igualdad de género, de diversidades sexuales, de veganismo y también del estado de su escuela y la mala educación.

Hablemos ahora de la generación mayor que tú. Por lo que contaste, la generación de tus padres veía a la política como algo oscuro, tal vez poco productivo. ¿Sientes que tu generación cambió en algo esa visión de la generación mayor? Hay quienes plantean que se ha vivido un proceso de socialización inversa: antes los viejos les enseñaban a los jóvenes de política pero hoy es la generación de ustedes la que da vuelta ese molde. ¿En qué medida crees que ocurre eso y cuánto alcance tiene?

-Yo viví ese fenómeno en el movimiento de 2006. Al ser un movimiento de jóvenes sin derecho a voto, nos pasó mucho que los papás se involucraron con nuestro movimiento estudiantil. Padres y madres iban a las escuelas, cocinaban, ayudaban a cuidar a los colegios. Efectivamente fue un proceso inverso que hizo pensar a los mayores que la protesta no es mala cuando es pacífica y por un bien superior. También me pasó muchas veces que la gente mayor me paraba en la calle y me preguntaba qué era la LOCE: “escucho y escucho que usted me habla de la LOCE, ¿me puede explicar?”. No sé si antes hubiera sido posible que alguien mayor le preguntara a alguien de 16 años qué era la LOCE. También me decían, “¿me puede explicar por qué ustedes están protestando?». Eso hacían mis vecinos, mi familia y la gente común y corriente…  Nosotros veníamos de la generación del Chino Ríos que decía que no le interesaba nada y muchos académicos nos habían categorizado como la generación del “no estoy ni ahí”, la generación que no quiere participar, que no se involucra en los partidos, no vota, etcétera. Y de repente surge un movimiento de pura gente de 17 o menos, diciendo estoy ahí, pero no con lo que ustedes creen que hay que estar, si no con temas que para nosotros son importantes. Eso fue relevante.

Y cambió la agenda también…

-Cambió la agenda hasta hoy. Yo lo vi con mi elección: hubo mucha gente, mucha, que me dijo que sus hijos les habían dicho que votarán por mí porque me conocían del movimiento estudiantil; o les habían dicho que votaran por jóvenes, «oye dale la oportunidad a una joven como yo».  Y la gente terminaba votando por lo que le decían sus hijos o sus nietos y eso también es interesante.

LA SEGURIDAD

Desde tu experiencia local ¿cómo debiera la política hacerse cargo de temas de diversidad sexual, migración, narcotráfico, globalización o el uso de tecnología? Me refiero a desafíos frente a los cuales la política no tiene un relato claro ¿Cómo debiera adaptarse la política, ¿cuál debiese ser el camino?

-Durante la campaña a la alcaldía armamos un programa de gobierno comunal que tenía más de 30 páginas, muy participativo y donde la seguridad no era el tema principal. De hecho, cuando resumimos el programa en 10 puntos, la seguridad era el octavo. Sin embargo, cuando llegué a la alcaldía, pasó al primer lugar. Lo mismo ocurrió con la agenda del gobierno el cual ha volcado buena parte del esfuerzo público en seguridad.

Nosotros tenemos acá dos poblaciones que son complicadas, donde vive gente muy honesta y gente menos honesta. Yo voy casi siempre para allá, no tengo ningún problema. Pero uno dice, ¿cómo se puede convivir con el hecho de que a las siete de la mañana ya están los traficantes en las plazas? Una de esas poblaciones tiene una estructura muy compacta, tiene una plaza al medio, una plaza sin pasto, árboles, sin nada. Con suerte hay dos juegos para niños. Y todo el día hay soldados y traficantes, o micro traficantes. Entonces una persona honesta sale a la calle con su hijo y se enfrenta constantemente con el problema de la seguridad pública, con balazos, funerales narcos, con fuegos artificiales cada cierto tiempo y con un Estado que, si uno mira la inversión pública en ese sector, no se mete hace diez años a esa población. Ese es uno de los problemas, el Estado dejó de hacer su tarea. No se construyen canchas ni sedes, ni veredas, ni plazas y tienes todo tomado sin intervención del Estado.

¿Y los carabineros?

-Los vecinos hacen muchas denuncias y se supone que se investiga. A veces toman presos y otras veces pasan por la plaza y no pasa nada. Y la crítica grande es que no pasa nada. Los carabineros, por otro lado, dicen “nosotros somos comunitarios, no somos la Unidad de Inteligencia. Entonces yo hago saber la denuncia, pero es otro el que se preocupa de investigar las bandas «. Entonces, al final, lo que ocurre es que la gente dice: “pero si no pasa nada”.

-¿Te parece que el Estado desapareció en ese lugar?

-Sí, desapareció. Y creo que la izquierda debe tener un relato para enfrentar ese problema. Porque aquí es que todo el sistema el que falla: desde la denuncia, pasando por el sistema judicial que deja sueltos a los narcos, hasta la falta de reinserción: después de diez años de cárcel, las persona vuelve a la misma población y a las mismas redes. Eso nos pasa en la población de la que les hablo. Y junto con eso, tienes los conflictos del día a día, el balazo, el homicidio. Creo que si la izquierda no resuelve la tensión que tiene, y que es un tema que le cuesta enfrentar, vamos a fracasar. Yo sé que hay temas nuevos, que son súper importantes, como la diversidad; pero creo que el primer problema que uno debería enfrentar hoy es la seguridad, que también tiene una dimensión de la desigualdad. O sea, esa población de la que estamos hablando, es pobre. Son casas “de emergencia”, que se levantaron en el gobierno de Salvador Allende; de a poco la gente empezó a construir arriba y no tienen cortafuego, son súper precarias, no tienen sistema eléctrico adecuado y por eso ha pasado que se incendia una casa y se incendian cinco; y además convives todo el día con el narcotráfico. Entonces cuando voy para allá, que voy seguido, uno dice, todo esto que pasa es la expresión de que el Estado dejó de hacer: desde la casa, la cancha, la sede, la plaza, la persecución del narcotráfico. Todo el mundo sabe dónde se trafica, quienes son, todo el mundo denuncia, porque tampoco es que no se atrevan a denunciar. El problema es que o no los detienen o los detienen y vuelven a los dos días; y los niños juegan entremedio de los narcos. Yo creo que al final el tema fundamental es la seguridad y la izquierda lo tiene que enfrentar. 

LA ELITE UNIVERSITARIA

Cuéntanos más de tu trayectoria política. Partiste como dirigente estudiantil y luego hiciste una carrera dentro del partido socialista y luego decidiste competir por una alcaldía que es esta. Nos has contado un montón de cosas sobre lo que implica el gobierno local. Pero nos gustaría saber más de algo que señalabas al principio, esto de que “otra cosa es con guitarra”. ¿Cuáles son las dificultades que enfrentas ahora que tomaste la decisión de estar aquí?

-Sí, he hecho varias cosas. Fui dirigente estudiantil a los 16-17, fui la primera mujer presidenta de la juventud socialista el 2013, después fui vicepresidenta de la mujer del partido socialista cuando el partido se declaró feminista, fui concejala con la primera mayoría cuando tenía 22 años, fui la primera mayoría en Quinta Normal, y después competí por la alcaldía que también fue difícil, porque la Democracia Cristiana llevaba veinte años acá y no quería entregar la alcaldía. Y yo insistí, insistí. Era parte de la mesa del partido y el partido se la jugó y quebró el pacto. No sé si se acuerdan de ese episodio (risas) pero se partió el pacto de unidad. Nosotros fuimos sólo con el PPD; y la DC se fue con el partido radical.  Se crearon dos pactos municipales y quedaron pocas comunas en que competimos todos. En Quinta Normal compitió el PS, la DC, el Frente Amplio, el PC, la derecha y dos independientes; competí con seis personas y sacamos el 43% de los votos. O sea, nos fue bien. Y con toda la política, la gente de escritorio, diciéndonos, «si van todos sueltos, y la derecha va unida, entonces ganará la derecha». Todos los días me llegaban mensajes de los partidos del centro «oye yo no sé por qué el partido socialista hizo eso, va a ganar la derecha en una comuna que siempre ha sido DC». Y les ganamos a todos porque tenemos una construcción acá hace muchos años, hace diez años más o menos en los territorios, entonces conozco a mucha gente, muchas organizaciones y así es como se construyen los proyectos, sobre todo local. Y haber llegado a la alcaldía, siempre lo digo, ha sido el desafío más bonito que he asumido, más que estar en la dirigencia estudiantil, o en el partido, esto es lejos lo más bonito, lo más desafiante. Además, vivo acá y no tengo ninguna intención de cambiarme. Lo más apasionante y emocionante de estar en la alcaldía es ver esos pequeños cambios que mejoran la vida de las personas y que en realidad son grandes cambios. Eso produce una felicidad colectiva, por decirlo de alguna manera. No es una felicidad individual, como cuando uno se titula, o entra a un nuevo trabajo y asciende; cuando uno siente la gratitud del servicio público es otra felicidad. Y cuesta mucho hacer esos cambios. Por ejemplo, el colegio más malo de Quinta Normal en infraestructura, que ha salido en todos los medios de comunicación, se llama Escuela Abate Molina. Llevamos un año postulando a un proyecto de emergencia en el Ministerio de Educación. ¡Un año! ¿Cómo vas a estar un año? Pero no es culpa nuestra, es culpa del ministerio que se demoró ¡siete meses! en revisar un proyecto urgente. En el liceo no hay baños, tiene problemas de incendios y muchas cosas más. ¿Cómo vas a estar un año revisando ese proyecto? Lo mismo pasa con el proyecto de nuevo Cesfam. Lleva 15 años en proyecto y no tenemos ningún Cesfam nuevo, ¡15 años! Entonces uno dice, llegué yo, llevo un año, todavía no puedo sacar el Cesfam, que no, que una vuelta, que el analista, que no sé qué, que se demora tres meses, que de vuelta, que la observación. Entonces, hay una burocracia que hace que se avance poco en proyectos que son importantes, urgentes. Esa es la frustración que uno a veces siente en la administración, que probablemente le debe pasar también al gobierno en otras instancias. Pero cuando se llega a la meta uno se siente feliz, no sé describirlo bien (risas).

Y esa felicidad colectiva que mencionas, es como volver a la idea del sentido de lo colectivo, en la comunidad ¿o no?

-Si, y también se relaciona con no perder de vista que lo que te lleva a estar aquí es cambiar y mejorar la vida de las personas. Eso le digo al equipo también. Esa es la política. Uno se enfrenta a peleas de partido, esto de ir a disputarle a la DC, por ejemplo, pero el sentido final es cambiar y mejorar la vida de las personas con empatía, con sensibilidad, con poner los pies en la tierra, con solucionar problemas cotidianos. Uno nunca puede perder de vista que hay gente que sufre, que tiene dolores, que sufre la desigualdad y que uno está aquí para mejorar esa vida, aliviar esa vida.

-En función de esa trayectoria ¿qué le dirías a la Karina de 16 años si te la encontraras?

-(Risas) Difícil. Trato de tener una misma trayectoria o tratar de ser coherente en la vida. 

Pero ¿qué te hubiese gustado saber de la política y tuviste que aprender a la mala? ¿Qué no sabías?

-Que es dura, dura. Desde el principio fue una experiencia difícil. Cuando uno es joven siente que todo lo puede, que «vamos a cambiar Chile». Nosotros estábamos en una marcha gigante con los profes, los padres, los estudiantes y decíamos «vamos a estar todos unidos y vamos a cambiar la educación pública». Y a 15 años de eso te das cuenta de que persisten algunos de los mismos problemas que teníamos cuando fue el movimiento de 2006. Entonces le diría a la Karina de 16 que hay veces que las cosas son más difíciles, cuestan más y que la política es más dura de lo que uno cree. Hay momentos muy complicados, momentos en que uno tiene frustraciones, tiene pena, tiene…

¿Te acuerdas del momento más difícil?

-El periodo estudiantil yo creo, porque al final lo empezamos a pasar mal. Porque nosotros nunca le dimos una bajada al movimiento estudiantil; entonces de haber tenido un movimiento tan exitoso en los que pasamos tres o cuatro meses en la opinión pública todos los días, de repente el movimiento decayó y se empezó a disgregar. Y eso generó frustración en algunos, y por eso hay algunos de los que estuvieron que ya no están en política porque hubo un proceso de decir, ¿por qué hacer todo esto si al final terminamos peleados? Eso nunca lo vimos venir. Por ejemplo, hubo colegios que se empezaron a bajar antes de que nosotros lo dijéramos, y había muchos que se negaban a ver esa realidad. También había una parte que se radicalizó y que sentían que había que empezar a potenciar la contradicción social y que iba a venir una revolución de verdad en la cual todos los trabajadores, los sindicatos, las organizaciones se iban a unir a este movimiento estudiantil e íbamos a pasar a otra fase. Otros, como yo, sentíamos que era momento de sentarse a conversar y eso fue súper complicado, porque nunca lo logramos resolver ni hacer una síntesis de eso. Decir: «ya, pesquemos todo esto y saquemos una conclusión». El movimiento se disgregó y yo creo que eso ha sido lo más complicado de mi vida, porque fue una exposición a los medios de comunicación demasiado fuerte. Yo terminé mi mandato del Liceo y después dejé de ser vocera; me fui y no volví nunca más, porque terminé demasiado agotada. Fue un movimiento muy intenso, un periodo de dormir tres horas diarias, de estar todo el día entre reuniones y medios de comunicación.

Y cuando llegaste a la universidad, ¿no pensaste hacer política desde ahí en vez de hacerla desde el partido?

-Si, lo pensé. Pero cuando llegué a la Universidad Católica, que era un mundo completamente nuevo para mí, sentí que no había una discusión que me representara. Primero entré a Geografía y después me cambié por dentro a Sociología. Tengo una súper buena evaluación de la universidad y de mis compañeros, pero nunca enganché con la política universitaria.

¿Tú estabas en la Universidad el 2011?

-Si.

Y ni siquiera ahí cuando surge el NAU[8]

-Estuve en los inicios del NAU, de hecho. Tengo muchos amigos que están en el gobierno y que son del NAU. Yo me salí rápidamente, tuve experiencias que… no me representaba.

-¿Y eso por qué?

-Porque era elite, principalmente.

¿Los temas que aparecen el 2011 no eran los mismos que habían motivado tu experiencia original en el movimiento estudiantil de 2006?

-No. Y también me pasó algo en un encuentro del NAU. Mira, mi mejor amiga, que vive a la vuelta de mi casa hasta hoy, es hija de una trabajadora de casa particular. Algunos veranos la mamá se quedaba cuidando la casa donde trabajaba y nos llevaba a nosotras y entonces teníamos piscina, computador. Éramos chicas, tenían un perro grande y jugábamos y tenía un patio con un cerro atrás, era súper entretenida esa casa. Y nos íbamos unos días o a veces una semana; tengo muy bonitos recuerdos de esa época con mi amiga que sigue siendo mi mejor amiga hasta hoy. Y cuando llegué al NAU hicieron un encuentro de reflexión un sábado. Yo fui y era en la casa de al lado que iba cuando yo era chica. Ahí dije: “no soy de acá” (risas). Y, además, lo que discutían no eran temas míos. El movimiento universitario tenía esa falencia de ser muy elitizado, porque los que llegan a la Católica o a la Chile tienen, en su mayoría, una vida más acomodada; y por lo tanto sus temas son más acomodados o más como del relato, del discurso, entonces me salí prontamente. Dije, este no es mi tema y me metí al partido muy fuerte. Y me sirvió. Quiero mucho al partido, tengo mucho cariño a la juventud socialista, sobre todo. Y de ahí fui rápidamente concejala. A los 22 años, estaba en la universidad y era concejala. En esa época había una visión, que ha cambiado un poco, de mirar en menos a los concejales. En los partidos y en la política universitaria me decían como «ah, pero ¿cómo vas a ser concejal?». Hoy eso ha cambiado.

Vamos al último tema. Se dice que Chile es como un laboratorio, un modelo, por la “revolución en libertad”, la primera “dictadura refundacional”, el primer presidente socialista electo en las urnas en un momento de guerra fría, etc. ¿Te parece que el movimiento estudiantil tiene algo de experimento?

-Cuando éramos dirigentes nos llamaban de medios internacionales, de la BBC y otros medios europeos. Todos estaban muy interesados en el hecho de que estudiantes de 16 años tuvieran movilizado todo un país. En algún minuto logramos movilizar de más de un millón de personas, cuando todas las escuelas de Chile estuvieron tomadas; después el movimiento de 2011 también fue de relevancia internacional, y hoy el gobierno de Gabriel Boric es un referente mundial por el hecho de ser tan joven. Creo que eso también nos hace especiales y nos ha dado oportunidades para hacer un país mejor. No sé si distinto, pero mejor.

-Y ¿cómo ves eso con el trasfondo de este primer año de Gabriel Boric?

-Hay muchos temas pendientes en los que el gobierno tiene la oportunidad de avanzar. No sé si uno tiene recetas que ofrecer, pero mi recomendación es que el gobierno fije sus prioridades y ponga bien los pies en la tierra. El plebiscito fue una pésima noticia obviamente, es un shock para la gente que estuvo tan metida por el Apruebo.

¿No esperabas este resultado? Así con esa distancia…

-No (risas). O sea, una semana antes pensé que podíamos perder, pero durante todo el proceso pensé que ganábamos.

-¿Qué sientes que falló?

-El relato. Creo que el relato que se instaló es que el Rechazo no significaba consagrar la Constitución de 1980, sino que era decirle que no a un texto muy malo. Creo que eso caló hondo en la sociedad. Nosotros nunca supimos salir de ahí, nunca pudimos construir un relato que dijera «esta nueva Constitución es mejor que la que hay». Me pasaba que la gente del Rechazo en Quinta Normal estaba muy convencida de su posición. Nunca pensé que fuéramos a perder acá y perdimos por muy poco.

-¿Dirías que se rechazaban aspectos del texto o cosas que no estaban en él, como la idea de la expropiación de las casas?

-La primera razón eran las historias sobre la vivienda, la salud y pueblos indígenas, yo diría. Sobre la vivienda, la gente decía que te iban a quitar la casa. Sobre la salud, sentían que no iban a poder comprar un bono porque se iban a acabar las clínicas y los bonos. Y sobre los pueblos indígenas, había una confusión de todo tipo. Creo que quienes respaldábamos el Apruebo no supimos leer el momento y quizás como que entramos complicados a la campaña, a la discusión al proceso. Y bueno, después de eso, de haber perdido, creo que el gobierno tiene que dar vuelta la página.

Bueno, ¿hay algo que nos quisieras decir que no te preguntamos?

-No (risas)

-Te interrogamos mucho rato.

-Son pocos los espacios que uno se da para pensar más en fondo.


“Uno nunca puede perder de vista que hay gente que sufre, que tiene dolores, que sufre la desigualdad y que uno está aquí para mejorar esa vida, aliviar esa vida”


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] La Ley Orgánica Constitucional de Educación, (LOCE) fue una norma de las llamadas “leyes orgánicas constitucionales” de las últimas de la dictadura en Chile, que para los estudiantes constituía en la cristalización del modelo de educación que el régimen autoritario en Chile quiso imponer. Fue reemplazada en 2009 por la a Ley General de Educación (LGE) que fue la respuesta institucional del gobierno a las demandas de los estudiantes.

[2] Ministro de educación durante el gobierno de Ricardo Lagos.

[3] Médico democratacristiano, ministro de educación del primer gobierno de Michelle Bachelet. Duró en el cargo cinco meses, entre el 11 de marzo y 14 de julio de 2006

[4] Dirigente de la Revolución Pingüina entrevistado en este volumen. Representaba al liceo Confederación Suiza. Otros dirigentes fueron María Jesús Sanhueza (Liceo Carmela Carvajal), Julio Isamit (Instituto Nacional), Marcelo Mellado (Barros Borgoño), Juan Carlos Herrera, apodado “comandante Conejo” (Valentín Letelier).

[5] Se trata del liceo A-45, Carlos Cousiño de Lota Alto. El apodo de “acuático” se debe a las imágenes que se difundieron en la prensa de como el agua corría por los pasillos, con las primeras lluvias. El liceo fue tomado por sus alumnos el 25 de abril de 2006.

[6] Desiguales. Orígenes, cambios y desafíos de la brecha social en Chile, PNUD, 2018. Disponible aquí.

[7] “Chile Crece Contigo” es una política pública del primer gobierno de la presidenta Michelle Bachelet que consiste en el apoyo intersectorial y protección integral de la infancia.

[8] La Nueva Acción Universitaria (NAU) es un movimiento que surge en la Universidad Católica y del cual surge el partido Revolución Democrática. Según describe Giorgio Jackson en este volumen la NAU surge con la tarea de competir al gremialismo la federación de estudiantes de la UC.

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