En los últimos 20 años el 1% más rico se quedó con más del 30% del ingreso, mientras el 10% superior capturó poco más del 60%, explica el economista Ignacio Flores. Los que menos ganaron, es decir el 50% de abajo, se apropiaron de un 6-8% del ingreso total. Flores sostiene que la desigualdad se ha mantenido estable por dos décadas.
El debate politico actual se puede resumir en dos preguntas: ¿cómo volvemos a crecer económicamente al ritmo que tuvimos en los 90 y los 2000? y ¿quién crece cuando Chile crece? Mientas la primera asume que a todos nos conviene que “la torta” se agrande y apela a la idea de un país que trabaja unido, la segunda insinúa que muchos trabajamos para hacer más grande el pedazo que se llevan otros, particularmente de los superricos que aparecen en el ranking de Forbes. Cuando nos enteramos, por ejemplo, de que los bancos crecen en plena pandemia, probablemente pocos sienten que ellos también mejoran.
Esa percepción de injusticia se expandió durante la última década alimentada por la alta desigualdad que tiene Chile (ver OCDE 2019) y pareció explicar el estallido social de 2019.
Diversos estudios han sostenido, sin embargo, que la desigualdad ha ido cayendo (ver informe del PNUD, página 14), es decir, que cada día repartimos mejor.
El economista Claudio Sapelli, usando datos de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), ha destacado que cuando se comparan las generaciones, la desigualdad se reduce. Es decir, los jóvenes del estallido social serían menos desiguales de lo que fueron los jóvenes de la dictadura. Apalancando sus teorías políticas en esta reducción, Carlos Peña, rector de la UDP, columnista de El Mercurio y vicepresidente de CIPER, ha negado que el estallido social sea resultado de la desigualdad económica (ver entrevista a partir del minuto 4). Tras la primera vuelta en que Kast superó a Boric, Peña fue más allá y levantó la hipótesis de que la importancia que se le dio a ese problema fue una exageración. Dijo a The Clinic: “Decían que Chile era profundamente desigual, un globo inflado por la injusticia y que de pronto estalló. El diagnóstico fue totalmente excesivo”.
Una reciente investigación de Ignacio Flores, doctor en economía por la Universidad París 1, aporta nuevos datos a este debate. La noticia que trae no es buena. La desigualdad no ha bajado, sino que lleva 20 años estabilizada.

De acuerdo con sus cálculos, entre 2000 y 2019 el 1% más rico se quedó con más del 30% del ingreso. Esto está alineado con el dato con el trabajo de Michel Jorratt (ex director del Servicio de Impuestos Internos) y Tasha Fairfield, académica de la London School of Economics, y según el cual el 1 % más rico se apropiaba de entre 19% y 33%.
Flores estima también que, en esos mismos 20 años, el 10% más rico capturó poco más del 60 % del ingreso, mientras que los que menos ganaron, es decir al 50% de abajo, se apropiaron apenas de entre 6% y 8% del ingreso total.
Flores presentó sus datos en el libro Impuestos Justos para el Chile que Viene donde es autor de dos capítulos: uno sobre la medición de la desigualdad y otro, en coautoría con Pablo Gutiérrez, sobre cómo medir la riqueza[1]. Según estos datos, el globo del que habla Peña está mucho más inflado y no ha bajado su presión.

“La historia sobre la baja de la desigualdad en Chile es una ilusión”, escribe Flores en el libro. Sostiene que el estancamiento de la desigualdad es tal vez lo más grave que pasa en Chile. Porque si eso no cambia, y volvemos a crecer, el 60% de todo lo que crezcamos se lo seguirá llevando un 10% de la población.
MEJORES DATOS
¿Por qué los resultados de Flores difieren tanto de los que entregan organismos internacionales, de las cifras oficiales del ministerio de Desarrollo Social y de Sapelli?
Por los datos que usan los diferentes estudios. Quienes anuncian una baja de la desigualdad en Chile se basan en la encuesta CASEN. Y esa encuesta tiene problemas, se sabe. En una reciente columna en TerceraDosis Ernesto San Martin y Eduardo Alarcón (investigadores de Laboratorio Interdisciplinario de Estadística Social de la PUC), estimaron que, debido a los supuestos que se usan para completar las “no respuestas” que recibe la CASEN, esta puede estar haciendo que los pobres parezcan menos pobres de lo que son y los ricos, menos ricos.
Según Flores, la CASEN cubre apenas alrededor del 40% del ingreso nacional. ¿Es posible hacer un buen retrato de la desigualdad con una fuente que no nos dice dónde está el 60% del ingreso?
Flores apunta a otros problemas. Primero, la CASEN se enfoca en hogares y no considera los ingresos de los sectores institucionales de la economía. Debido a eso, muestra un país más pobre de lo que es Chile en la realidad. Segundo, la CASEN no captura bien la riqueza de los grupos más altos porque mientras más dinero tiene alguien, menos probable es que responda la encuesta y, si lo hace, más probable es que omita partes de su fortuna, destaca el académico.
Si lo piensa un poco, esto es bastante obvio. Un encuestador que llega a la casa de Luksic o Piñera no tiene chance de salir de ahí con datos reales sobre los ingresos de ellos o sobre las sociedades que el primero tuvo en Luxemburgo y el segundo en Islas Vírgenes.
La subrepresentación de la riqueza que reconoce la CASEN se observa, por ejemplo, en el ítem dividendos distribuidos. Esa encuesta “no registra ni el 10% del total de dividendos que sí incluyen las Cuentas Nacionales del Banco Central”, dijo Flores a TerceraDosis. De hecho, según su estimación, la CASEN cubre apenas alrededor del 40% del ingreso nacional que registra el Banco Central.
¿Es posible hacer un buen retrato de la desigualdad con una fuente de información que no nos dice dónde está el 60% del ingreso?
Flores argumenta que medir la desigualdad con la CASEN era correcto hace unos 20 años. Hoy, dice, lo que están usando en muchos países es la metodología que ha desarrollado el Laboratorio Mundial de la Desigualdad (World Inequality Lab) y que integra datos que provienen desde encuestas de hogares -como la CASEN- hasta datos de declaraciones fiscales, de seguridad social y de las Cuentas Nacionales que elabora el Banco Central. (La metodología que usa Flores, conocida como “Cuentas Nacionales Distributivas”, fue propuesta en una investigación de 2008 de Thomas Piketty, Emmanuel Saez, Gabriel Zucman).
-En 2003 se publicó el primer paper -de Piketty y Saez- que usaba esta metodología para el caso norteamericano. Desde entonces ha cambiado la manera de enfocar el problema de la desigualdad. El que esto no se reconozca en Chile me parece problemático, porque no estamos hablando de asuntos ideológicos, sino de datos duros- dijo Flores a TerceraDosis.
En esencia, los recursos que la CASEN “no ve”- y por lo tanto, lo que no toman en cuenta quienes la usan- son los ingresos derivados del capital y la propiedad, es decir, intereses, dividendos y rentas. Estos ingresos, en buena medida, se deben atribuir a los sectores más altos. Y, por lo menos desde 2000, explica el investigador, la CASEN ha perdido cada vez más la capacidad de registrar esos flujos.
“Me gustaría que el día que hablemos de cuánto creció el PIB se informe también exactamente a dónde fue ese crecimiento; y a partir de ahí, discutir si la distribución es justa o no”.
Ignacio Flores, economista
Las Cuentas Nacionales del Banco sí contemplan esos ingresos. Por eso la notoria diferencia entre la riqueza nacional que reflejan ambas bases de datos. Un ejemplo: al calcular el ingreso de 13 millones de adultos de más de 20 años, el Banco Central dice que en 2017 el promedio fue de $ 1,1 millones mensuales, mientras que la CASEN nos dice que el promedio estaba entre $400 y $450 mil.
La metodología usada por Flores ha sido usada también para estimar la desigualdad de 10 países latinoamericanos que en total representan el 80% de la población del continente: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, México, Perú y Uruguay. Al compararnos con ellos se observa que lo que se lleva el 1% chileno -y también el 10%- nos deja como el país más desigual, entre 2000 y 2019. Solo en algunos años se nos acercan México y Perú.
Al hacer esta misma comparación con Sudáfrica, país ranqueado como uno de los más desiguales del mundo, Flores encuentra que el 1% chileno se queda con más riqueza que el 1% sudafricano.
Sin embargo, al considerar al 10% más rico, la situación se invierte. El 10% sudafricano captura más riqueza que el chileno. ¿Por qué pasa eso?
Flores cree que los privilegios que gozaban los blancos a través del apartheid explican que el grupo favorecido sea más grande allá. En Chile, en cambio, el 10% no se queda con tanto, porque son profesionales que dependen de su trabajo. El problema está en el 1%.
ENVIDIA
La pregunta por la desigualdad parece haber quedado de lado, al menos en la coyuntura política actual, que está marcada por la idea de que hay que evitar temas que polarizan. Es interesante notar, sin embargo, que no es la primera vez que la desigualdad es movida hacia el margen del debate. De hecho pasó décadas como un tema vedado, y solo la crisis de 2008 lo volvió a poner en el escenario. El mainstream económico sostenía que era un asunto dañino. Así lo expresó Robert Lucas, profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía: “entre las tendencias dañinas para una economía bien fundada, la más seductora y en mi opinión la más venenosa es la de poner foco en la distribución” (ver Revolución industrial: pasado y futuro, texto en inglés).
Esa idea dominó en Chile sin contrapeso durante los 90 y bien entrados los 2000. En una reciente entrevista que el economista Sebastián Edwards le hizo al ministro de Hacienda, Rodrigo Cerda, en Ex Ante, Edwards rescata la profundidad que alcanzó esa convicción. Hablando sobre la desigualdad económica como factor gatillante del estallido social, el economista recordó que Rolf Lüders, ministro de Hacienda de la dictadura, pensaba que la desigualdad era un problema de envidia y que no había que preocuparse de ella, sino del crecimiento. Edwards recordó también que, cuando él mismo estudió en Chicago, jamás le hablaron de la desigualdad. “Cero”, especificó. Y le preguntó a Cerda si el no haberse preocupado de ella alimentó un problema que desembocó en el estallido.
El ministro de Hacienda admitió que al no mirar la desigualdad olvidaron algo clave: “Tenemos que darle sostenibilidad a los procesos de desarrollo. Es algo que hemos aprendido muy bruscamente”. Por “sostenibilidad” Cerda entendía “dar muchas más oportunidades” y también “tener un proceso en que las personas se sientan involucradas, para que no ocurran situaciones de estrés social”.
Las cifras que nos trae Flores cuestionan que sea acertado y correcto dejar de lado la desigualdad. Por el contrario, sus datos y las lecciones que sacan Edwards y Cerda, apuntan a lo mismo: el crecimiento económico requiere estabilidad y ésta, a su vez, necesita examinar transparentemente la desigualdad para saber con exactitud quién crece cuando Chile crece y por qué.
A Flores responder esa pregunta le parece básico para la democracia. “Me gustaría que el día que hablemos de cuánto creció el PIB se informe también exactamente a dónde fue ese crecimiento. Me gustaría que pudiéramos ver los datos y a partir de ahí discutir si la distribución es justa o no”, dijo el investigador a TerceraDosis.
Para ello, sin embargo, se requieren datos que hoy no están disponibles. Y le parece un enorme contrasentido que empresas privadas globales como Facebook, Google, tengan una cantidad de detalles de la vida personal de los ciudadanos, mientras “las democracias carecen de datos básicos para mirarse a sí mismas”.
PATRIMONIO
Hasta aquí se ha hablado de la desigualdad de ingreso, un asunto que hace referencia a cómo se reparte el flujo de recursos que genera el país durante un año. Pero de acuerdo con numerosas investigaciones, la desigualdad es peor cuando se revisa el patrimonio, es decir, la riqueza acumulada: propiedades, ahorros, pensiones, bienes y distintos tipos de inversiones. En Estados Unidos, donde el 1% más rico captura el 19% del ingreso, también retiene el 35% del patrimonio nacional (para más literatura sobre el tema, ver informe de la OCDE de 2018).
Como resulta evidente, ingreso y patrimonio están muy ligados. Quienes anualmente toman el pedazo más grande de la torta, tienen la posibilidad de ahorrar, invertir y acumular más. No es extraño, entonces, que en si en Chile el 1% se lleva cada año más del 30% del flujo de recursos que producimos, hayamos tenido, durante la última década, más billonarios por habitante que en el resto de Latinoamérica, según el ranking de la revista Forbes.[2]
“Según las estimaciones de Flores hay 34.900 personas con un patrimonio superior a los 5.000 sueldos mínimos ($1.600 millones). Una persona que hoy gana el sueldo mínimo tendría que ahorrar el equivalente de 416 años para llegar a ese monto.”
Flores y Pablo Gutiérrez, en el capítulo Riqueza en Chile: medición y tributación, ilustran la dimensión de los patrimonios privados chilenos, usando el sueldo mínimo como unidad. Según sus estimaciones, hay 34.900 personas que tienen un patrimonio superior a los 5.000 sueldos mínimos ($1.600 millones). Una persona que hoy gana el sueldo mínimo tendría que ahorrar el equivalente de 416 años para llegar a ese monto.
Pero el patrimonio tiene otras características que lo hacen un asunto aún más relevante que el ingreso. La riqueza acumulada puede crecer sola todos los días: piense, por ejemplo, en las inversiones inmobiliarias, que forman parte importante del patrimonio de los sectores medios y altos. Hay zonas donde los valores se disparan sin que los dueños hayan hecho otra cosa que esperar.
Flores se refiere a eso como “la tasa de retorno”. Las mediciones actuales indican que el nivel de retorno de una inversión aumenta a medida que sube el monto invertido, explica Flores. Por supuesto, siempre hay un contra ejemplo, pero la norma general es que “las fortunas se multiplican de forma automática”, dice. Esto puede deberse a varios factores: desde el acceso a inversionistas especializados, el uso de información privilegiada o el acceso a una industria que ayuda a esconder la riqueza, como describió Francisco Saffie en TerceraDosis.
Otra característica es que, a medida que crece el patrimonio, crece también la influencia política que puede proveer el dinero. Esto ocurre, por una parte, porque las grandes fortunas pueden pagar lo que Jeffrey Winters llama una “industria de la defensa de la riqueza”, cuya tarea es crear argumentos jurídicos y políticos que los defiendan de la amenaza redistributiva del Estado. Pero también, porque moviendo su patrimonio de una actividad a otra, o sacándolo del país, las grandes fortunas dan a conocer su opinión sobre lo que consideran bueno y malo en la política.
Por último, el patrimonio es en buena medida la herencia que se traspasa a la siguiente generación y, por lo tanto, es una de las razones de por qué algunos apellidos prosperan y dirigen políticamente por décadas. Dicho de otro modo, el alto patrimonio que reciben unos y la carencia completa de herencia para otros, tiende a mantener o incrementar los niveles de desigualdad tanto económica como de influencia política. Eso puede explicar, por ejemplo, por qué tanto la extrema riqueza como la pobreza son lugares “pegajosos”, como los define la OCDE, es decir situaciones de las que es difícil salir. En el caso de Chile, la misma OCDE ha dicho que las familias pobres necesitan seis generaciones para que uno de sus descendientes llegue a la clase media (ver nota BBC).
Flores y Pablo Gutiérrez proponen establecer un impuesto patrimonial. Para sus cálculos usan la estimación del banco Credit Suisse, según el cual el 1% más rico tiene el 38% del patrimonio privado.
La propuesta de impuesto tiene tres tramos y afectaría a unas 34.900 personas.
El primero va desde los patrimonios que equivalen a 5 mil sueldos mínimos ($1.600 millones) a 10 mil sueldos mínimos (pagan 1% del patrimonio)
El segundo, de 10 mil sueldos mínimos a 100 mil (pagan 2% del patrimonio).
Y el tercero, sobre los 100 mil sueldos mínimos (pagan 3% del patrimonio). Para que se haga una idea de lo que esto significa: si una persona gana el sueldo mínimo, tendría que haber empezado a ahorrar durante 8 mil años para tener que tributar en este tramo. Es decir, bastante antes de las primeras pirámides de Egipto.
Al ligar los tramos de impuesto con el sueldo mínimo, los autores no solo destacan la brutal desigualdad de la que estamos hablando, sino también se incentiva a que el monto suba. Esto porque cuando el sueldo es de 320 mil pesos, el impuesto al patrimonio debe partir en los $1.600 millones; pero si el sueldo mínimo llega a $400 mil, el impuesto partiría desde los $2.000 millones.
Dados los resultados electorales, sin embargo, es bien poco probable que una propuesta como esta se discuta en el Congreso.
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] El primer texto de Ignacio Flores es Desigualdad y distribución del crecimiento económico en Chile; el segundo, de Ignacio Flores y Pablo Gutiérrez es Riqueza en Chile: medición y tributación.
[2] De los 11 superricos que aparecen en la lista de la revista Forbes , seis son herederos (Fontoba, Yarur, Patricia y Roberto Angelini y Bernardo y Eliodoro Matte). El séptimo debe su riqueza a haber sido yerno del dictador (Ponce Leroy) y solo cuatro acumularon su propia fortuna: Paulmann, Saieh, Puñera y Salata).
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